25. Finales

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Odiaba que Franco me conociera a la perfección, y odiaba conocerlo yo a él a la perfección. Antes me dolía pensar que todo esto que habíamos construido juntos se había derrumbado: la confianza, las risas cómplices, las bromas de doble sentido escondidas entre líneas, el don que compartíamos de detectar nuestras emociones con solo mirarnos a los ojos. Desgraciadamente ese don era lo único que aún seguía intacto entre nosotros.

Fingía asesinarlo con la mirada mientras él tomaba su café nervioso, pero en realidad sentía como mi pecho se comprimía. Es doloroso conocer una persona hasta el fondo, y que esta persona te conozca a ti. En un punto sabemos que nada es para siempre, que todo termina tarde o temprano. No importa cuanto lo cuidemos, si mucho o poco, todo termina. Es un ciclo que tiene un principio y final. Y aunque sabía que lo nuestro había llegado a un final hace unos meses, esta vez se sentía más real por el simple hecho de tener sus ojos café frente a mi.

Otra vez Beth Dumont estaba afrontando sola la vida adulta que cada vez se sentía más amenazante para ser principiante en un mundo de locos.

Con gran suerte habíamos encontrado una cafetería cerca, todo terminaría lo antes posible, no quería darle más vueltas al tema.

—Habla.—suelto sin paciencia.

—Nos conocemos desde pequeños, éramos tan tiernos...—dice sonriendo. —Siempre fuimos amigos, hasta que en secundaria pasamos a ser los mejores amigos. Y gracias.— lo miro extrañada frunciendo el ceño.

—¿Por qué?

—Por tenerme tanta paciencia. Me transformé en un gran idiota. Recuerdo las fiestas a las que te obligué a ir, solo para que me cuidaras y cubrieras mientras yo me ligaba a cientos de chicas. Fui egoísta y un cretino.— con cada palabra mi mandíbula se tensaba más. Los recuerdos vienen como flash a mi cabeza. —Recuerdo perfectamente ese día.—hace una pausa mirándome profundamente a los ojos. —El que me besaste. Estaba borracho, pero lo recuerdo perfectamente.— y yo también lo recuerdo. Mi vestido rojo suelto pero de escote pronunciado, sus manos en mi cadera que se sostenían débilmente, su poderoso aliento a alcohol, mi torpeza al besarlo debido a mi poca experiencia, sus labios devorándome casi profesionalmente, y mis lágrimas corriendo por mis mejillas tímidamente porque sabían que eso solo era un error y una fantasía, que solo duraría esa maldita noche. Mi corazón latiendo a mil por él y por cargar tanto dolor. —Fue mi mejor beso.—sonrío irónicamente ante su ego. —No lo digo por mi, ni por intentar subirme el ego.—aclara. —Fue el mejor porque fue contigo.— un silencio incómodo se apodera de nosotros. —Esa noche me di cuenta que me gustabas, y demasiado. Pero era un idiota, no quería estar en una relación seria, porque eso eras lo que te merecías, Beth... Pero yo no podía dártelo.

—O más bien no querías.—contraataco furiosa.

—No quería crecer. Así que me comporté más idiota aún, pero tú seguías aguantando. Así que tomé el suceso de tu madre para cortar todo... Lo siento.— pero mis ojos no se cristalizan. —Recibí todos tus mensajes, pero los ignoré. Quería que te olvidaras de mi y encontraras alguien mejor. Y lo hiciste.— por primera vez alzo la mirada de mi café.

—¿Ya terminaste?— suspiro con impaciencia.

—No.— su respuesta es firme. —Busqué la excusa de la competencia para cruzarme contigo y disculparme. Te quiero, Beth, te amo. No quiero que todo quede así, quiero que me des una última oportunidad, por favor.— su rostro suplicaba

—No, Franco. Yo te di mil y millones de oportunidades. Nunca supiste valorarme, nunca valoraste todo lo que yo te di y ofrecí, es suficiente.

—Lo reconozco.—interrumpe.

—Calla.—advierto brusca. —Te di oportunidades suficientes. No te mereces ni una más. Y sobre todo, yo no me merezco más este trato. Este vuelterío innecesario.—intenta decir algo pero antes de que pronuncie una palabra me pongo de pie. —No me importa que digas cuanto has madurado, o cuanto te arrepientes. Ya no me importa, Franco. No me importa. Porque me lastimaste, te llevaste un fragmento de mi corazón, pero ya no voy a dejar que te lleves más. Ya no me importas como antes.— y esa última frase fue la que rebalsó la gota del vaso. Franco se pone de pie, deja unos billetes en la mesa que sacó de su pantalón y me mira a los ojos.

ReiniciandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora