21. La Sonrisa

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Mis vacaciones de invierno habían comenzado bastante bien: conocí lo que era una discoteca, quitando lo molesta que fue la resaca; y lo más importante ahora: estaba por decorar mi habitación. Mi habitación. Que raro sonaba decirlo, no es que sea desagradecida con  Ezra, pero había sido un cambio muy grande al que me estaba acostumbrando aún.

Tener que mover los muebles de lugar habían sido toda una odisea, pero lo había logrado. Vistiendo la ropa más vieja que tenía empapelé el piso para no mancharlo con pintura; una vez que terminé recogí mi cabello en una cola alta y comencé a pintar la pared blanca para transformarla en un color lavanda.

Nunca había tenido un color favorito, siempre me gustaba cambiar, excepto en la crisis de los dieciséis que quería toda ropa negra, fue una buena etapa mientras duró. Pero los colores me volvieron a enamorar. 

Fue mala idea pensar que pintar la pared iba a ser una tarea divertida, apenas llevaba la primera capa de pintura y me sentía agotada, y pensar que aún me faltaba trasladar los muebles... Estaba claro que esta noche no podría dormir en mi habitación ya que la pintura aún estaba fresca, y sin contar el hecho de que le faltaba la segunda capa. La próxima vez que tome una decisión de último momento la pensaré dos veces.

Me quité la ropa y me envolví en una toalla dirigiéndome al baño. El hecho de que Ezra estuviera trabajando arduamente y se ausentara en casa me permitía moverme libremente como quisiera hasta la hora de la noche. El agua tibia recorriendo mi cuerpo me liberaba de las tensiones que tenía en mi cuello y espalda, el shampoo siendo masajeado por mi cuero cabelludo se sentía tan bien; sentía como la armonía volvía a mi cuerpo, y por último el acondicionador que se encargaba de moldear mis ondas en mi castaño cabello. Salí de la ducha y entre la ropa suelta tomé un top corto celeste y una falda blanca. Me miré en mi espejo nuevo de marco dorado, y me gustó, pero era muy simple, así que decidí adornarlo con accesorios dorados y unas sandalias de tacón bajo blancas.

Mucho mejor, solo falta el maquillaje. Y como si fuera a salir, lo hice, me maquillé. Simple, pero lo hice. Sería una lástima desperdiciar un hermoso outfit y maquillaje... Bueno, una vuelta al centro no le viene nada mal a nadie, ¿Verdad? Después de todo no podía entrar a mi habitación hasta probablemente dos o tres días, no perdía nada.

(...)

Cuando mis pies por fin tocaron el Falso New York comencé a ver vidrieras de ropa, como amaba la moda. Podía pasar horas y horas observando los diferentes colores, telas, texturas y notar las tendencias que estaban y las que se avecinaban. El cliché de la moda con las chicas si aplicaba para mi, y demasiado. Entrar a una tienda y sentir el perfume a ropa nueva me volvía loca, era el paraíso. El paraíso de Beth Dumont.

—¿Beth?— doy un pequeño salto hasta chocar con los ojos de quien me habló, ¿Otra vez, Narciso? O debería decir, Poeta. Mierda. Los recuerdos de aquella noche estaban atormentándome. Mis piernas iban a comenzar a temblar.

—¿Alex?— mal día para usar tacos, suerte que son bajos al menos.

—¿Cómo estás?— su semblante es serio, y eso me genera escalofríos.

—Bien, estoy bien.— estaba. Intento formar una sonrisa.

—¿En serio?— su voz es preocupada.

—Sí, solo no recuerdo algunas cosas... Pero si recuerdo eso.

—¿Eso?

—Lo del fallecimiento de mi madre.— bajo un poco la cabeza.

—Lo siento.

—Sh.—pongo mi dedo índice en su boca antes de que siga hablando, estaba cansada de los lamentos. —Ya terminé esa etapa, Alex, agradezco tus intenciones, pero prefiero no hablar de eso, ¿Si?— él se limita asentir con la cabeza. —¿Qué haces aquí?— rompo el hielo.

ReiniciandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora