39. Crecer Duele

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La última vez que había estado aquí, pisando este suelo de cristal, había llorado como condenada con un vacío en mi pecho que me perseguía sin descanso, un vacío que no podía llenar. Tampoco creo haber logrado llenarlo, pero al menos ya no dolía, al menos no como antes. Este lugar, donde a inicios de año estaba destruida; hecha un mar de lágrimas, me transportaba recuerdos. Muchos buenos, pero más que nada al más doloroso.

Los pasillos me daban escalofríos y entorpecían mis pasos, pero ahora tenía la mano de Alex que me sostenía, él era mi apoyo ahora, y yo de él, siempre que pudiéramos. Porque si hay algo que hay que tener claro, es a no depender de la otra persona. Nosotros estábamos juntos porque así éramos mejores, y disfrutábamos estar el uno con el otro.

Pero por más que estuviera acompañada, el dolor seguía en mi pecho. Sentía como mi corazón de comprimía distribuyendo corrientes dolorosas a todas mis extremidades. Inhalo y exhalo intentando calmarme, y para evitar que las lágrimas comiencen a viajar por mis mejillas.

 Existen diferentes tipos de dolores, no sé el nombre de cada uno de ellos, ni tampoco creo haberlos sufrido todos. Pero si estoy segura de que son infinitos, tan infinitos como cuando los sentimos y creemos que jamás se irán. El dolor pesa tanto que nos hace creer que es para siempre. Supongo que es parte de una prueba de la vida de hacernos entrar en razón de que estamos vivos, y que no todo es color de rosas.

 Me siento en la banca más cercana antes de caerme mental y físicamente. Cierro mis ojos suspirando, y siento el tacto en mi hombro derecho. Abro mis ojos para encontrarme con la mirada preocupada de Alex.

—¿Segura qué no quieres qué nos vayamos?

—¿Y no despedirme de mi mejor amiga? Claro que no.— él asiente algo preocupado y se sienta a mi lado tomándome la mano.

Luego de unos minutos comienzo a distinguir a lo lejos la figura de Cansu y Antoire. Solo faltaba Mirko, luego del acto de fin de curso no supimos mucho de él. Todavía estaba dolido, aunque lo ocultaba de todas las formas que podía. 

Habíamos estado aprovechando los últimos días de estadía de Charlotte, disfrutamos de festivales en parques, pijamadas, salida de chicas, o simplemente a mirarnos las caras mientras estábamos en el mar. Y sin decir que las lágrimas sobraban a fin de cada tarde. Mirko solo había asistido a algunas, y cuando lo hacía era por poco tiempo. Su humor tampoco estaba siendo el mismo. Podía sentir como su chispa se apagaba. La chispa de todos. Las despedida siempre son dolorosas.

—¿No vendrá, verdad?—pregunto desanimada cuando se acercan, y yos se limitan a negar con la cabeza.

—Vale, me rindo.— me levanto de mi sitio y nos dirigimos a la puerta de embarque para despedir a la morena.

La rubia es la primera en abrazarla y soltar lágrimas. El llanto es desgarrador, porque Char también llora, como nunca antes la había visto llorar. Estaba conociendo a la verdadera Charlotte. Se abrazan tan fuerte que con solo verlas siento como se desmoronan por dentro. Dejo de contenerme y me uno a ellas tan fuerte como puedo. Nuestras lágrimas podrían ser tranquilamente un tsunami. Terminamos en el suelo, secando nuestras lágrimas entre nosotras cuidadosamente. Me lanzo a Char para abrazarla yo sola tan fuerte como mi cuerpo me lo permito. Un abrazo que quisiera que durara horas y horas; de esos abrazos que sientes que te curan el alma de todos los males que llevas dentro.

—No sabes la falta que me vas hacer.—le susurro al oído.

—Tú también me harás falta, te echaré tanto de menos.— siento sus lágrimas mojar mi camiseta, pero no me importa. Nada importa ahora.

Intentamos regular nuestra respiración mientras nos levantamos ya que hemos montado un gran espectáculo trágico entre tanta gente. Pero eso siempre sucede en los aeropuertos, ¿No? Están llenos de lágrimas, llenos de emociones desconocidas pero fuertes. Después del hospital y el cementerio probablemente sea el tercer lugar más triste y desgarrador. Porque las despedidas duelen, crecer duele. 

Creces sin una puta guía o manual, pensando que todo será perfecto y que cuando ya tengas la edad adulta todo se resolverá a tu favor. Pero nos olvidamos que todo depende de nosotros, y ahí es cuando nos vamos derrumbando. Porque a veces ni siquiera sabemos que queremos.

A los cinco pensamos que la vida es maravillosa porque tenemos helado y chocolate. A los doce nuestro gran problema solamente son las peleas entre compañeros escolares. A los trece le tenemos miedo a la secundaria, hasta que nos hacemos amigos y con eso basta para ser feliz. A los quince pensamos que a los dieciocho viviremos solos y tendremos nuestras propias reglas, a los dieciséis pensamos que sabremos que carrera universitaria seguir. Y cuando llegamos a los dieciocho ninguna de las respuestas que teníamos eran correctas. Y probablemente tengamos veinte y unos tantos, y tampoco sepamos como seguir.

Alex y Antoire abrazan a Char mientras le entregan una caja que hicimos para ella. Está llena de sus dulces favoritos, de fotos y cosas que le hagan recordarnos cuando lo necesite. Porque nosotros siempre estaremos presentes para ella, cuando ella lo necesite.

Una voz se escucha anunciando que el vuelo de Char saldrá en solo diez minutos, y es hora de irnos antes de que sea imposible soltarnos las manos. Pero antes de que nos demos la media vuelta una cabellera castaña nos atropella.

—Mirko.— Char está estupefacta, ya que lo daba por perdido. Pensaba que jamás le volvería a hablar.

—¡Reina! ¡Escúchame! Por favor.— jadea del cansancio agachado mientras intenta reponerse. —Lo siento por haber sido un idiota, por haberte ignorado. Aunque me hayas roto el corazón en mil pedazos, siempre serás tú la única que pueda repararlo. Eres importantísima en mi vida, y quiero lo mejor para ti.—suspira mirando sus zapatillas. —Espero que puedas perdonarme. Eres mi mejor amiga.— el chico de ojos esmeralda levanta su mirada mostrando como sus esmeraldas se cristalizan. Char mordía su labio inferior para no llorar, pero no lo logra. Se lanza a sus brazos  y ambos se unen en un abrazo que quisieran que fuera eterno.

—Todo está bien, Mirko. Lamento yo haberte tratado mal por algo que no tenías culpa. Y lamento haberte mentido, no quería romper tú corazón así. Tú también eres mi mejor amigo.— Mirko acaricia la cabellera de la morena.

—Todo está bien, Char. Ahora, debes irte, y disfruta todos los frutos prohibidos femeninos que quieras.— entre tanto llanto por fin podemos al menos sonreír, ¿Qué haríamos sin ti, Mirko?

—Tú nunca cambias, cretino.— y aunque parece un reproche, es un mimo al alma para ambos. Su relación era perfectamente imperfecta.

Tomamos aire, y damos media vuelta todos al mismo tiempo. Nos alejamos lo más rápido posible, sin mirar atrás. pero nos arrimamos a una ventana enorme. Nos damos la mano fuertemente, y las apretamos cuando vemos el avión de Char despegar rumbo a España.

El vacío crece, el dolor crece. Crecer duele. Porque enfrentarnos a nuevas realidades diferentes en cada etapa de la vida duele, porque siempre nos equivocamos; y equivocarse duele, y a veces pesa; pero siempre algo se aprende en el proceso. El pecho se me comprime, es como si me hubieran clavado una daga en el. Es el dolor no expresado.


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Si llegaste hasta aquí querido lector solo me queda agradecerte por acompañarme en tantos capítulos; en tantas palabras.

Gracias por todo su apoyo, los quiero<3.

ReiniciandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora