5. Helado para las Penas

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A la mañana siguiente me levanté con dolor en mi pecho, otra vez, pero más leve

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A la mañana siguiente me levanté con dolor en mi pecho, otra vez, pero más leve. Hice mi rutina de todas las mañanas y solo desayuné una taza de té de canela, me despedí de Ezra de forma rápida y me emprendí a mi destino de todas las mañanas: la escuela.

Mi rostro estaba pálido y serio. Pálido porque hacía más frío del que hacía normalmente y mi abrigo gris no bastaba, y serio por la noche anterior.

El tren subterráneo estaba más vacío de lo normal; el hecho de que haya salido más temprano de la casa de mi tío me permitía disfrutar un viaje más solitario, y en silencioso. Mi mirada estaba fijada en mis mocasines negros, esa mirada de muerta; como la que tenía antes de tomar el avión a llegar a Los Ángeles.

Pero mi paz fue interrumpida.

Alex estaba ingresando. Deduje que siempre se tomaba el tren a esta hora ya que hasta ahora no lo había encontrado en el transporte. Entró a paso seguro con su gran altura intimidante, con una mano en el bolsillo delantero del pantalón gris de la escuela y la otra mano sosteniendo su mochila. Se dirigió a mi lado. Se sentó a mi lado.

—Hola.—saludó seco mientras sacaba un libro de su mochila.

—Hola.— no estaba animada. Mi mirada seguía pegada a mis mocasines.

Otra vez estábamos sentados juntos, pero sin decir nada, y como yo era tan parlanchina, a veces me molestaba.

—No tienes que sentarte conmigo solo porque hablo con Charlotte y Cansu.—descargué mi pequeña molestia.

—No lo hago por eso. De igual forma, si Charlotte decidió hablarte seguro fue porque le diste buena impresión, es muy probable que nos sigamos relacionando el resto del año.

—No es una obligación, eso quiero decir.

—Muñeca, yo no hago nada obligado.  Ahora, déjame leer.— esa pequeña sonrisa fanfarrona estaba haciendo que me irritara. Pero solo tomé aire y seguí en silencio.

El resto del viaje fue silencioso. Alex con sus ojos clavados en su libro, y yo con mi mirada en mis mocasines, sumida en mis pensamientos.  Si no fuera porque Alex tocó mi hombro la estación se me hubiera pasado. Había perdido la noción del tiempo.

Nos bajamos. Emprendimos nuestro paso, pero allí estaba la chica de rizos rubios de ayer.

—Adelántate, entraré un poco más tarde.—me limité a asentir con la cabeza y me dirigí a la escuela.

La intriga me comía, si Antoire había dicho ayer que tenía asuntos que resolver, asumí que serían con la chica de rizos rubios. Pero realmente, ¿Qué asuntos tenían ellos? Me detuve en seco, ¿Qué estoy pensando? Golpeé mi frente. No puedo andar de cotilla en asuntos personales de los demás, aunque la curiosidad a veces me mate.

Cuando menos me doy cuenta llego al aula de clases, y me encuentro con Antoire solo. Dejo mi mochila en mi asiento, y me acerco para saludarlo. No era una persona de muchas palabras de lo poco que lo había conocido, y yo no estaba muy animada para intentar remar una conversación. Así que decidí darle una vuelta sola a la escuela, todavía habían lugares que no había visto, y todavía quedaba tiempo para que las clases empezaran.

ReiniciandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora