Parte 8

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Poco a poco, los meses de ese año se fueron completando; y en el Colegio San Pablo los encuentros entre Terruce y Anthony eran esporádicos, porque cuando mucho, los jóvenes sólo dos veces mensualmente coincidían. Así que, una amistad podría decirse que entre ellos no existía, sino más bien era la "curiosidad" la que los hacía reunirse.

Empezando con Terruce, quien todavía conservaba los manuscritos de Anthony, y en cada oportunidad que tenía, los releía. ¿Para con qué fin? para así él poder imaginarse y crearse su propia versión de Candy White; y quién más que el propio "jardinerito rosado", el cual respondía quejumbrosamente ante el catalogado mote, para ayudarle al estarle hablando de aquella y aumentar así el castaño su interés para con la "desconocida" que según el rubio valía su peso en oro.

En cambio, a Anthony siendo un chico tranquilo, querido y sobreprotegido, quería llegar al fondo de los sentimientos de aquel joven que aristócrata era taciturno, solitario, callado, rebelde, astuto y autor de actos inimaginables; y el rubio no negaba que esos hechos lo instaban a seguir al castaño, ya que de cierto modo se sentía aburrido con la rutina de su vida y aquél le ofrecía el cambio que exigía.

Por lo tanto, cada cual, un objetivo tenía en mente al buscar su mutua compañía; pero en uno, una misión se había propuesto, sólo aguardaría la conclusión de sus estudios para llevarlo a cabo y no descansaría hasta lograrlo; pero mientras ese momento llegaba, sus reuniones y salidas de castaño y rubio, continuaron de igual modo.

Sin embargo, la tragedia que vivirían juntos, haría que Terruce dejara a un lado sus planes y pensamientos para concentrar su sentimiento y su preocupación en el que al principio le costaba considerar su "amigo", ya que el joven aristócrata consciente estaba que al estar pensando en la chica de la cual Anthony gustaba, no era lo propio entre caballeros ni lo correcto dentro de una amistad, por eso el castaño se negaba a desarrollarla con aquel joven, porque sabía que después sería muy doloroso dejar en un segundo plano, a Candy White.

Lo cual sería así gracias a la culpa de Neil Legan, que ese tiempo transcurrido en el instituto, los disgustos entre él y el rebelde Granchester eran más constantes y así lo eran las amenazas recibidas ante humillación tras humillación; y es que Terruce era superior a la hora de pelear y, por supuesto, ser el obvio vencedor. Pero, el día en que el moreno finalmente llevara a cabo su venganza, llegó; y fue nada menos que su primo Anthony quien pagara por ello.

Terruce, al ser "el hijo mayor del más alto noble inglés", así de altos eran sus privilegios en el colegio; y para incrementarlos, su padre Richard, a modo de "festejo" a sus diecisiete años cumplidos, le regaló a su hijo: un nuevo vehículo, al que el castaño había invitado a Anthony a ir a probar la más reciente maquinaria automovilística, eligiéndose un quinto domingo como fecha, y donde el rubio al contar ya con sus dieciocho años de edad, no tuvo necesidad de pedir autorización y se fue con su compañero de juergas.

Sus primos Stear y Archie, ninguno de ellos tenía nada en contra del castaño, ya que éste mientras no se metieran con él, les ignoraba; pero esos cambios claros en el paladín jardinero era lo que en verdad les preocupaba y lo demostraban precisamente al final de esa tarde al estar tan callados en lo que ocupaban la habitación de Stear quien trataba de concentrarse en uno de sus tantos inventos.

Para romper el hielo, el paladín elegante, yaciendo sentado a un lado de él, hacía la siguiente observación:

— Como que ya se tardaron demasiado, ¿no te parece?

Sincera consternación se escuchó en su voz, aconsejándole el guapo inventor:

— No dejemos que la angustia se apodere de nosotros. En cualquier momento aparecerán.

Y sí, aparecieron, porque en ese momento se llamó a la puerta y se les pidió se presentaran de inmediato en la dirección.

Allá se les informó que tenían autorización para salir de nuevo del colegio e ir al hospital.

Cuando escucharon del lugar, de rápido y alterados, los Cornwell quisieron saber:

— ¡¿Por qué?! ¡¿qué sucedió?!

La hermana Grey sentada detrás de su escritorio, se limpió el sudor de la frente para notificarles:

— Los jóvenes Brown y Granchester perdieron el control del auto y éste cayó en un desfiladero.

Con la noticia, de nuevo preguntaban con severa preocupación:

— ¡¿Cómo están?!

Señalándoseles una salida se les decía:

— Vayan al hospital, allá podrán informarse mejor.

Frente a la actitud sospechosa de la religiosa, los hermanos se miraron entre sí; por ende, grosera y rápidamente abandonaron la oficina.

Afuera, ya les esperaba el carruaje con la indicación de llevarles a su destino, y adentro del transporte estaba solamente Eliza y Annie Brighton quien pidiera permiso con la excusa de acompañar a su amiga en desgracia, que además se le notaba sumamente nerviosa; más, los dos paladines se sorprendieron de no ver a Neil entre ellos, y a la chica pelirroja se le cuestionó sobre el paradero de su hermano, recibiendo los jóvenes la siguiente alterada respuesta:

— ¡¿Qué más da dónde esté? Ahora lo que importa es saber de Anthony!

Los Cornwell ante eso no alegaron, sino que al oír el nombre de su primo, urgieron al conductor.

Al llegar al londinense nosocomio Royal después de pedir información, los chicos Andrew y compañía corrieron hacia el área de urgencias; y ahí, con distinguido porte el Duque de Granchester y la señora Elroy ya recibían información de los galenos que atendían a los dos jóvenes, indicándoseles a los familiares que uno de ellos sí se encontraba en estado grave.

Mientras afuera los rostros de todos se tornaban angustiados, adentro, uno de los heridos no paraba de despotricar contra los asistentes médicos que le pedían constantemente que se calmara, causando con ello que el rebelde heredero del ducado Granchester más les gritara, ya que a su parecer él estaba en buenas condiciones, y lo que le tenía hecho un ogro era esa sobre atención mostrada para con su persona por ser simplemente un descendiente de la nobleza.

En eso, su médico de cabecera apareció; y de éste quiso saber:

— ¡¿Cómo está Anthony?!

El galeno le contestaría cuando estuviera cerca y en lo que le revisaba con atención el moretón que tenía en el mentón.

— Todavía no hay diagnóstico claro.

En la habitación, se oiría un ¡Maldición! fuertemente espetado por el castaño, no sólo por la respuesta que recibió, sino que una abusadilla enfermera ante la distracción del paciente, le ensartó la aguja de la jeringa para aplicarle el calmante y poner al bello a dormir, no sin antes mandarle una mirada que, la pobre chica se espantó.

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora