Parte 41

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El nuevo día tenía seis horas de haber llegado; y mientras él terminaba con su arreglo, afuera un fuerte escándalo, lo hizo ir a la ventana de su habitación.

Allá, él recorrió las cortinas; y desde su lugar, divisó hacia abajo a un grupo de hombres que cargaban con diversas provisiones dos carretas estacionadas sobre la avenida.

Cuando Terruce vio salir el sol, sonrió, se giró sobre su eje y caminó hacia donde había dejado su equipaje, y de entre uno de los compartimentos, sacó un par de guantes y buscó apresuradamente la puerta y salió, encontrándose en el pasillo a un Peter somnoliento el cual conforme caminaba, se estiraba a todo lo que daba en busca del cuarto privado.

— Buenos días — saludó un sonriente castaño.

— Buen día — se le respondió seguido de un exagerado bostezo, pero además al verlo debidamente vestido, se indagaba: — ¿qué acaso no dormiste?

— Las horas reglamentarias — hubo sido la respuesta de Terruce.

El jovencito, por su parte, se quejaría:

— Yo sería muy feliz si lo hiciera todo el día —; y otro descarado bostezo dejó escapar.

Al castaño no le quedó más que reírse del flojo casanova y comentar:

— No creo que a las chicas les guste verte en esa facha.

— ¡¿Chicas?! ¿Dijiste chicas?

El muchachuelo despertó con eso, además de seguir escuchando de su futuro cuñado:

— Prometiste presentarme unas —, también Terruce coqueteó. Y Peter completaba:

— ¡Y espera a que las veas! —; y de rápido se metió al baño dejando al castaño sonriendo de su acción.

Instante después, el visitante retomó su andar hacia la planta baja.

Al estar recorriendo la sala, la señora Walter salió a su encuentro para también desearle:

— Buenos días, joven Terruce.

— Buenos días, mi lady; pero, por favor, sólo llámame Terruce.

— No, no podría hacer eso; sé de su procedencia y...

— Sí, pero si el ser el hijo de un duque me está causando inconvenientes...

— Lo lamento, no quise producírselos.

— Y no lo hace, sólo no me trate con tanta formalidad, por favor.

— Está bien —, la noble mujer sonrió corrigiendo: — Terruce —, que notada su insistente mirada hacia la puerta con cierta urgencia, se le preguntaba: — ¿Irá con los chicos?

El castaño se giró a ver a su interlocutora para decirle sonriente:

— Sí.

— Bueno, entonces, apuraré el desayuno para que puedan tomarlo antes de que partan.

— Gracias

La anfitriona se dio la vuelta hacia la cocina y Terruce hacia el exterior.

Allá, trepada en la cima del cargamento sobre la carreta, estaba la siempre intrépida Coral quien vestía muy vaquera; y que al ver al castaño lo saludaba desde arriba:

— Buenos días.

Buen día — él respondió a ella y a los hombres en general quienes lo miraban con extrañeza al notar lo elegante de su presencia.

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora