Parte 33

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Solitario había sido la mayor parte de su vida y la palabra "amistad" no existía en su diccionario personal.

Sonriendo, él recordó lo renuente que había sido cuando Anthony apareció y lo poco a poco que le fue aceptando.

Sin embargo, los Andrew, eran como él, miembros de una familia con un status altamente económico social y donde el comportamiento era sumamente formal; en cambio, el grupo de jóvenes por los que estaba rodeado, eran totalmente todo lo contrario y no dudaba lo bien que se sentía con su compañía.

¿Tal vez era por el hecho de que la joven que le interesaba estaba entre ellos?

¡Cómo fuese! lo que sí reconocía, era que nunca antes en su vida se había reído tanto como lo llevaba haciendo desde que ocuparon la mesa en el comedor hasta que subieron a la habitación que rentaban y que ahora acostado sobre una simple colchoneta en el suelo lo seguía haciendo escuchando, en la oscuridad de la sala, la interesante conversación entre Jack y Peter acerca de sus experiencias amorosas y donde parecía llevaban una seria competencia en colección de chicas.

Cuando fue su turno a ser cuestionado, los jóvenes no vacilaron en burlarse de él ¿ante la escasez de su lista?; entonces, Jack...

— Ahora que vayamos a casa y veas las chicas de allá, te aseguro que desistirás de la idea de estar casado sólo con una.

Desde una de las habitaciones, le gritaron:

— ¡Te estoy oyendo, Jack!

Por supuesto, las risas volvieron a llenar el lugar. Y así, compartiendo más aventuras, experiencias y conocimientos, la noche fue moviéndose con el tiempo.

De igual modo, con el tiempo, los primeros rayos del sol llegaron, y éstos apenas se colaban por las ventanas de la habitación cuando haciendo el menor de los ruidos, un par de jóvenes salieron de sus recámaras para cruzar por la sala, llegar a la cocineta y allá preparar el desayuno.

Pero, en el trayecto, una de ellas se había detenido y mirado en dirección a uno de los hombres que cómodamente seguían acostados.

Después de haberle dedicado una sonrisa, hubo retomado su camino para ir a ayudar a su compañera.

En cambio, el joven divisado ya estaba despierto; y por lo tanto, había correspondido a la sonrisa de buenos días que le habían ofrecido y con esa, la confirmación de que sí, con esa joven quería despertar todos los días de su vida, sólo que... ¡en una cómoda y ancha cama porque cuando intentó ponerse pie, todo el cuadril le dolió!

Cuando lo logró, se puso a buscar sus zapatos; y al no encontrarlos, caminó descalzo hasta el cuarto privado.

Para quitarse lo molido de los huesos, él se dispuso a tomar un baño con agua casi hirviendo.

Alguien que ya venía a ofrecerle un poco de té, al no verlo en su improvisada cama, tronó la boca al recordar que en el privado, donde por seguro estaba, no había toallas; so, dejando la taza sobre la mesa, fue hacia su recámara, tomó las que le había facilitado y las tuvo que llevar.

Con suaves toques se llamó a la puerta; más, con el ruido del agua era imposible de ser escuchados; a lo que, respirando y cerrando los ojos, la joven se adentró en el baño, además, de que con la ubicación del lugar, la presencia de ninguno de los dos sería percibida ¿o sí? pues por el gesto en el rostro que había, parecía indicarse que...

— Buenos días — la saludó; y ella apretando los ojos respondía:

— Buenos días, te traigo las toallas —, y se las estiró para no ir hasta la silla más cercana.

— Gracias — contestó él augurándole: — Deberías abrir los ojos. Teniéndolos cerrados te lastimarás.

— Lo sé, pero...

— No te preocupes. Estoy presentable.

— ¿Lo estás?

— Por supuesto.

— Siendo así —, Candy abrió los ojos para toparse con los de él que sonreía. — ¿Qué te gustaría de desayuno? — ella ofreció.

— Si no hay inconveniente, primero, un par de besos.

Sin hesitación, ella dijo que sí.

Con su autorización, la boca de ella iba a ser tiernamente atrapada por unos gentiles labios, los que la harían perder el suelo con la caricia proporcionada y llevarla al cielo mientras el beso se alargaba y profundizaba.

Satisfecho, Terry la soltó para notar el rostro ensoñador de ella que le sonreía.

Sin decirse más, cada uno volvió a sus actividades.

Pasado un tiempo, el desayuno ya estaba sobre la mesa y solamente se esperaba a que los varones terminaran de levantar sus lechos.

Así hecho, fueron de inmediato a tomar su respectivo lugar; y Luna, en lo que servía té, quiso saber:

— Espero hayas dormido lo suficiente.

El invitado con suma amabilidad respondía:

— Buena parte de la noche lo hice, gracias.

Peter comenzaría las bromas del día y quien mejor que:

— ¿Y pudiste hacerlo con los ronquidos de Coral?

Por supuesto, ella le aventó un pedazo de pan acompañado de un fuerte reprendido:

— ¡Peter!

No obstante, alguien más contribuiría al fingir asombro:

— ¿Eran de ella?

Jack, de la risa, escupió el café ante la puntada de Terruce a quien le dedicaron una mirada no muy amable, además de:

— ¡Qué gracioso!

El castaño alcanzó a tomar su mano; y para disculparse por su chascarrillo se la besó.

Increíblemente Peter y Jack los parodiaron haciendo crecer el armonioso ambiente.

Pero conforme almorzaban Terruce y Coral en una plática aparte, se ponían de acuerdo para ir a la mansión de las rosas y finiquitar de raíz el asunto con los Andrew.

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora