Parte 42

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Eran las tres de la tarde cuando terminaron la repartición de provisiones. Y como ya hacía hambre, Jack, con un grupo de hombres, llegaron con un venado.

Las mujeres, de inmediato, se pusieron a prepararlo para asarlo a las brazas.

Pero sólo un rato estuvieron degustando porque Terruce, a pesar del delicioso olor que desprendía, no muy confiado le entraba a la carne; por ende, la rubia al ver su renuencia, se excusó diciendo que ya era la hora de regresar a casa.

Al momento de verla que se ponía de pie, el grupo de hombres, que estaba bajo su cargo, prontamente hicieron lo mismo, y como ya todo estaba en las carretas, se montaron en ellas, demás caballos, se despidieron e iniciaron su marcha.

Sin embargo, antes de cruzar los linderos enemigos, Coral invitó a Terruce a ir a otro lugar muy especial y lo hicieron después de despedirse de sus compañeros y pedir a Peter informara a sus padres de su retraso.

Luego de galopar un par de millas, redujeron la velocidad; y la rubia le indicó al castaño, el lugar apropiado por donde cruzar el extenso río.

Al llegar al otro lado, no muy lejos de ahí, se divisó otra cabaña; y se dirigieron allá relatándose:

— El día que conocí a Naye y a Tavo, fue justamente aquí cuando salvé a Venado de las marañas de este río.

— ¿A quién? — preguntó Terruce no dando con ninguno de ellos.

— A Isi, el hermano menor de Jack y Luna como los conoces tú y cuando están fuera de su país.

— ¿Y esa vivienda de quién es? — se miró hacia ese punto.

— Mía — dijo Coral; y conforme se giraban para ir allá, compartía: — El padre de mis amigos me regaló este pedazo de tierra por salvar a su hijo. Luego con ayuda de ellos, construimos este espacio para convivir.

— Aquí es donde te la pasas todo el tiempo — se aseveró.

— Sí, o si no en la aldea con toda la familia.

— Ahora me explico por qué nadie da contigo.

— Porque aquí no se entra fácilmente; o si lo hacen...

— Ya no salen — completó Terruce recordando la cara de miedo en los trabajadores y logrando que con su comentario la rubia soltara tremenda carcajada por su nato sarcasmo.

— Así es.

Previo a descender de los caballos, se admiró la casita construida de gruesos maderos sobre la planicie rodeada de riachuelos y entre unos frondosos árboles.

— ¿Te gusta? — preguntó Coral siendo la primera en bajar del animal.

— Muy linda.

Él la miró y con la cabeza dijo sí.

Y en lo que la rubia dirigía sus pasos a la entrada, Terruce descendió del caballo y lo tomó de las riendas.

Después de atrapar en el camino el de la joven, fue a amarrarlos.

Consiguientemente, él siguió la vereda que ella tomara, sólo que evitó escalar los peldaños; y sosteniéndose de un poste, subió directo al porche.

Al empujar la puerta, lo primero que llamó la atención de Terry, fue los muros tapizados de pieles de diversos animales.

— Esos son trofeos de Jack — informó ella que salía de lo que era la cocina y le ofrecía agua en un jarro de barro que se aceptó.

Mientras se bebía se siguió observando: una chimenea, el comedor que constaba de una mesita con cuatro sillas; la sala, siendo el sofá, un tronco partido por la mitad, y de sillones, dos pedazos redondos de la misma madera, todo muy bien pulido y tapizado de piel. Al fondo, había dos puertas juntas, lo que podía pensarse eran las habitaciones.

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora