Parte 20

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Al venir su "novia" con su amigo, Stear fue el que acompañó al chofer a la estación de trenes y había estado al pendiente de su llegada debido al retraso sufrido.

No obstante, cuando vio aparecer a la rubia por el estribo, el moreno, al momento, no la reconoció, ya que, de aquella chiquilla pecosa y peinada de coletas ¡no había un solo rastro! sino únicamente su risa que fuera la que la delatara, quedándose el paladín inventor en una pieza al estarla admirando de pies a cabeza conforme la veía descender, conduciéndose como toda una señorita verdaderamente hermosa. Bueno, no negaba que de pequeña lo era, pero el cambio presentado ¡era de infarto!

Así justo estaba el pobre de Terruce ¡infartado! al escuchar de su amigo el verdadero nombre de aquella que también estaba en shock y que no sabía cómo actuar, y es que, las miradas de los dos ex compañeros del colegio San Pablo estaban fijas en ella.

Pero, lo que verdaderamente le preocupó a la rubia hubo sido la expresión en el rostro del castaño, que se fue transformando poco a poco, de semblante sorpresivo a uno severamente molesto y frío, siendo totalmente desconocido para la joven, e ignorado por el moreno científico que apresurado corrió hacia ella para expresarle sumamente escandaloso:

— ¡Por todos los cielos, Candy! ¡cuánto tiempo sin verte!

— Hola 1 dijo la joven apenas en un murmullo debido a que fue envuelta en un efusivo abrazo por parte de Stear.

Con ello, los celos de Terruce comenzaron a hervir mientras seguía escuchando:

— ¡¿Dónde habías estado?! ¡Nos has tenido verdaderamente preocupados! ¡Nadie más supo de ti! ¡Ni el mismo Tío Abuelo Williams con todo y sus millones dio con tu paradero!

— Yo...

La rubia no prosiguió, porque en el momento Terruce pretendió alejarse; y en lo que ella lo seguía con la mirada, volvió a oír:

— ¡Vendrás a casa, ¿verdad, Candy?! ¡Claro que tienes que venir! ¡Todos se pondrán contentos de verte! Y presumirles que... que... ¡Yo te encontré! 1 decía el moreno cada vez más emocionado, — Además, Anthony...

— Stear, lo siento mucho, pero no puedo.

La negativa paró en seco tanto al castaño como al simpático moreno el cual quiso saber de inmediato:

— ¡¿Por qué?!

— Porque no vengo sola, mi familia viene conmigo y...

— ¡No importa! — el joven la interrumpió; y con efusión, exageraría: — ¡porque tú bien sabes que en Lakewood hay espacio para hospedar a un ejército entero! —. Así que, la instaría: — ¡Vamos, Candy! ¡No nos niegues la alegría de tenerte entre nosotros de nuevo!

Por la manera en que la miraba, Coral le pidió unos momentos.

Como sus hermanos todavía no bajaban, la rubia subió de nuevo al tren, encontrándose en el estribo con Patty y Martha quienes también recibieron del guapo paladín inventor una muy buena bienvenida.

Conforme Stear ayudaba a sostener el maletín personal de su novia, el moreno miraba con insistencia hacia el interior de la locomotora, alcanzando solamente a distinguir la figura de la rubia que ya hablaba con sus acompañantes.

— ¿Estás segura? — cuestionó Luna; y la rubia nerviosa diría:

— No, pero...

— Yo iré contigo — afirmó la trigueña para darle confianza; — y que el Creador de todas las cosas nos ampare, porque Terruce está hecho un demonio.

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora