Parte 37

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El joven estaba con los ojos cerrados, y es que la manera en que Coral le acariciaba el cabello lo estaba poniendo a dormir.

— Seis meses después; Mamá que ya empezaba a ser recomendada, viajó a Los Ángeles para dejar unas prendas y me llevó con ella y allá la conocí; tu mamá al parecer estaba audicionando para una película o de gira.

— Ya — respondió Terruce adormilado.

— ¿Tienes sueño? —, ella le buscó el rostro.

— Sólo un poco cansado; anoche, el suelo estuvo muy duro — él se quejó.

— ¿Quieres que te deje para que descanses? — una sonriente rubia hubo ofrecido.

— No. Mejor... — el castaño calló.

— ¿Qué? — ella insistió.

Sin mirarla, él pedía:

— ¿Por qué no te acomodas... — señaló — aquí?

Y lo que él no pudo decir, ella sí.

— ¿Acostarme a tu lado?

— Prometo portarme bien — él hizo juramento con la mano. La joven le creyó y sonriendo aceptaría.

Terruce se puso de pie para ayudar a Coral.

Ésta alcanzó una manta que él le quitara; y esperó a que ella se acostara para extenderla y cubrir sus piernas.

La joven, al verlo tomar su lugar, se puso de lado derecho pegando su espalda a la pared para darle a él más espacio y acomodarse a su lado, quedando él en la misma posición que ella: dando la espalda y siendo sus manos la almohada.

La chica, ante lo cómodo que él estaba, se le acercó para dejarle un beso sobre su mejilla izquierda y desearle muy cerca del oído:

— Bonitos sueños.

Él, habiendo ya cerrados los ojos, apenas murmuró; y dos suspiros al mismo tiempo se liberaron.

Y en lo que el joven se envolvía profunda y tranquilamente en los brazos del sueño; ella lo contempló dormir por un rato, pero con el movimiento del tren rápidamente los arrulló a los dos, perdiendo con eso la noción del tiempo.

Por lo menos ella, porque cuando abrió los ojos, la oscuridad reinaba en el compartimento, más, lo que le llenó de sobresalto era que estaba sola.

Por ende, Coral se enderezó para quedar sentada; y estaba tallándose los ojos cuando la puerta comenzó a deslizarse lentamente y una luz tenue iluminó el lugar.

— Buenos días — saludó él.

Ella, con aturdimiento, inquiría:

— ¿Buenos días? ¿qué hora es?

— Las tres de la mañana.

La joven miró hacia fuera; y al ver la estación cuestionaba:

— ¿Dónde estamos?

— Haciendo parada en la última estación de Kansas — dijo Terruce, además de: — Te traje algo de comer, desde ayer en la tarde no has probado nada.

— ¿A qué hora te levantaste?

Ella preguntó en el momento que lo vio poner la mesilla y sobre de ésta la charola con un vaso de leche y panecillos.

— Serían las ocho de la noche; lo que aproveché para escribir la carta a mi madre y ya la deposité.

— Qué bien.

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora