Parte 22

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Alrededor de las 20 horas de ese mismo día que se arribara a Lakewood, solo que en la recámara destinada de la rubia, Luna —conforme la miraba batallando desabrochándose el vestido— le extendía la simple cuestión:

— ¿Y bien?

— No sé qué voy hacer si es lo que quieres saber — confesaron.

La trigueña, de lo más tranquila, sugería:

— Decirles la verdad.

Candy, con la prenda atorada en la cabeza, espantada gritaba:

— ¡¿Acerca de mi relación con Terruce?!

— ¡Claro!

Luna se acercó a ella; y en lo que le ayudaba, con firmeza demandaba:

— ¿Por qué deberías ocultarlo? Además, tú tienes planes con él.

Después de unos minutos, la morena finalmente la liberó, cayendo la rubia pesadamente sobre la cama.

Poniendo un gesto frustrado, Coral aseveraba:

— Ya no sé si los tengo.

— ¡¿Cómo?!

La trigueña aventó el vestido al suelo queriendo saber:

— ¿Te ha dicho algo?

La afectada negó con la cabeza; y peleando ahora con las agujetas de los botines afirmaba:

— No, hasta eso; ni una sola palabra me ha dirigido, ¡solamente miradas con deseos de desintegrarme!

Con lo dicho, Luna sonrió; pero ante la torpeza de la joven debido a su nerviosismo, se hincó a sus pies para ayudarle con sus zapatos y en esa posición escucharle:

— ¿Qué voy a hacer, Luna? —. Coral la miró suplicante.

La solicitada, tomándole las manos, le aconsejaría:

— Lo primero, no dejes que el rubio te vuelva a besar, porque aquí habrá una masacre. ¡Y el yanqui puedo decirte, es de armas tomar!

La rubia haciendo puchero exclamaba:

— ¡Bonito aliento me das!

— No, bonito el relajo.

La trigueña se puso de pie después de haberle ayudado. Cruzada de brazos proseguía:

— Porque, ¿quién iba pensar que estos dos se conocían? Aunque, yo que tú no me preocupaba.

— ¿Por qué lo dices?

Candy se puso a su altura, y se giró para ir en busca del baño.

Luna, conforme la seguía, le decía:

— Porque tu corazón hace mucho que decidió, Coral. Sigue sus latidos como hasta ahora lo has hecho y no te confundas en tus propios sentimientos. Da la explicación que quieras a estos chicos y que no te importe lo lindos que son.

— Pero... ¿y Anthony? — cuestionó la rubia con pena al recordar su condición.

Y mientras abría la llave de agua para llenar la tina, alguien defendía:

— En ese caso... ¿y Terruce?

— ¡No me estás ayudando para nada!

Coral le arrojó un poco de agua a la trigueña.

Ésta que se había quedado recargada en el umbral de la puerta del privado, simplemente diría:

— Es que no hay nada qué pensar, tontita. Hace mucho tiempo tomaste la decisión de tu vida; así que, la solución ha estado siempre en tus manos; síguele dando el mismo seguimiento y marchémonos de aquí, porque esa pelirroja y hasta la morena hipócrita esa, pueden darte dolores de cabeza y sabes que no me tentaré el corazón si alguna de ellas intenta lastimarte.

Las miradas de las jóvenes se encontraron, conociendo Candy—Coral que la trigueña era capaz de eso y... aún más.

No obstante, y dejando a éstas con su actividad y con llegar a un acuerdo, en la sala de abajo se veía a Anthony sentado en el sillón individual.

Ocupando el sofá estaban Stear, Archie y Terruce, en lo que Albert no tenía mucho les había dejado solos y se dirigía a la oficina, ya que George le había informado tenía una llamada telefónica; entonces, los jóvenes, aunque no era lo correcto entre caballeros, comenzaron a comentar en lo que eran llamados a cenar, siendo el paladín inventor el primero en expresar:

— Está hermosa, ¿verdad?

Archie secundaría con toda honestidad:

— Más de lo que pude imaginar.

Muy seguro de sí, era el turno de Anthony:

— Aunque yo siempre supe que de grande sería así.

Los tres comentarios consiguieron que Terruce fingiera indiferencia total, a lo que el rubio observaría:

— ¿Está todo bien, Terry?

Él, al escuchar su nombre, se giró para mirarle y aseverarle secamente:

— Sí, claro.

Empero, alguien le comentaría intentando hacerle plática:

— Has estado muy callado desde que llegaste.

— Así soy yo, Cornwell.

Para alargar "la plática" Archie contribuía:

— Anthony me ha dicho que eres excelente con el florete.

— Si él lo dice.

Frente a su siempre arrogancia, el paladín elegante lo retaba:

— ¿Qué te parece entonces una exhibición para mañana?

— No tengo problema — hubo sido la contestación.

En ese momento, Albert reapareció y todos quisieron informarse:

— ¿Cuál era la emergencia?

El magnate les confiaría:

— La Tía Abuela Elroy llega mañana.

— Y de seguro los Legan también — comentó Anthony.

— Como sabíamos era de esperarse — respondió el tío.

Por supuesto, Archie no pudo quedarse callado:

— ¡Esa chillona de Eliza!

En eso, tres jóvenes se pusieron de pie al distinguir, conforme descendían por las escaleras, a Martha, Patricia y detrás de ellas, a Annie.

Cuando éstas estuvieron más cerca, saludaron:

— Buenas noches.

— Buenas noches — contestaron los ahí reunidos; y alguien observaría:

— Sólo falta Candy para que baje y podamos cenar.

Martha abriría la boca para dar el recado:

— Acabamos de pasar por ella y nos ha pedido la disculpemos con ustedes. Está demasiado cansada y prefiere dormir temprano.

En los rostros de todos los Andrew se reflejó la tristeza, Terruce escondió una sonrisa, mientras que Annie decía para sí:

Entre menos esté presente, para mí mejor.

— Entonces, pasemos de una vez al comedor — ordenó Albert al ver a Dorothy quien iba precisamente a anunciarles que estaba todo listo.

Y como Annie corrió para asistir a Anthony, Terruce ofreció ésta vez su brazo a Martha, la cual en lo que se colgaba de él, la mujer le pestañeó coquetamente para quitarle su cara de limón, teniendo éxito la simpática abuelita porque éste le sonrió, luego tomó su mano y se la besó, emprendiendo todos camino hacia el lugar indicado.

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora