Parado detrás de la escotilla de su camarote de ese transatlántico que lo llevaba a tierras extranjeras, estaba el siempre elegante y formal Duque de Granchester, que con gesto serio, iba hipnotizado por el vaivén de las olas conforme navegaban cruzando el extenso océano atlántico.
Ahí, en esa posición, recordaba que habían pasado muchos años desde la última vez que estuvo en América y fue precisamente cuando "tomó" a su hijo Terruce para llevarlo con él a Londres; haciéndole con ese recuerdo, que una sonrisa irónica apareciera en su rostro, porque era justo, ¡su hijo! quien lo hacía volver a ese lugar y nuevamente iba por él como sucedería tiempo atrás.
Sólo que en aquel entonces, la relación de Richard con Eleanor Baker no estaba tan deteriorada como el día actual; ya que, él —aprovechándose de su posición social y siendo ella una novata aspirando un lugar en el mundo de la actuación—, la "convenció" de que su hijo no podía estar mejor que a lado de él, además de que le "planteó" de que si el niño se quedaba con ella, el pequeño sólo sería un obstáculo en su vida y le sería imposible alcanzar su tan añorado sueño.
Convencida por las palabras y confundida por el amor que sentía por ese hombre, Eleanor Baker aceptó; y más, cuando el duque le "prometió" que ella podía visitar a su hijo cuando estuviera de gira en Londres.
Sin embargo, Richard, celoso por el medio en que la bella mujer se desenvolvía, más no de su éxito, cambió de parecer; y excusando los clásicos rumores de farándula que se leían, el hombre la amenazó, no con delatarla en público, sino con su hijo y así, desbaratar la imagen que el pequeño tenía de su madre y con eso, a la actriz, ¡la desarmó por completo!
Por el otro lado, Richard tenía amor por esa mujer, y como enmiendo a su daño hecho y aprovechando que la había descubierto en su última visita dada en el colegio, el hombre interceptó sus pasos para proponerle nuevamente:
— Deja de buscarlo. Ésta vez tienes mi palabra que cuando Terruce llegue a la mayoría de edad, lo dejaré ir libremente a tu lado.
¿Fue por eso que cuando Eleanor vio a su hijo en el teatro, su corazón brincó de emoción y su rostro se había ilusionado al creer que el duque había cumplido con su palabra?
Al parecer indicaba que sí; en cambio, el hombre volvía a retractarse, y mayúsculamente cuando vio a madre e hijo juntos y felices en una fotografía en la sección de espectáculos de uno de los periódicos mundialmente conocidos.
No obstante, otro era el verdadero motivo por el que Richard iba en busca de Terruce; y ese... hubo sido Luna la que había dado en el blanco, ya que un compromiso sin conocimiento y con faldas, al castaño lo estaba esperando y que increíblemente al duque de Granchester iba acompañando, usándose como escudo el que se huía también de la cruda guerra que se vivía en ese tiempo.
. . . . . . .
Dos horas llevaban viajando, y mientras él trataba de concentrarse en la escritura de una carta para su madre, ella sentada a su lado, con una pluma de ave, le hacía cosquillas en el oído, logrando con su travesura poner al joven nervioso, hacerlo reír, brincar y derramar por cuarta vez la tinta, conforme ella gritaba triunfadoramente:
— ¡Perdiste otra vez!
Entonces, él la miró fingiendo enojo; pero la rubia le estiró la mano diciéndole:
— ¡Págame!
Como rápido acto, ella recibió la pluma con que se intentaba escribir; y en lo que Terruce se ponía de pie antes de que el líquido negro regado llegara a sus ropas, la joven tomaba un papel y anotaba:
— Terruce Granchester me debe... —, Coral se detuvo para fingir calcular mentalmente: — cuatro besos, más los intereses, su deuda se acumula a siete.
El castaño, en lo que limpiaba lo derramado, le reclamaba:
— ¡Eso no vale!
Ella se escudaba apuntándole con la pluma:
— ¡Tú dijiste que nada te sacaba de concentración! ¡Así que, cumple!
Coral volvió a ponerle la palma de la mano en donde él depositó un manotazo aclarándole:
— ¡No hablo de eso! sino que, ¿no le parece que sus intereses son demasiados altos, señorita cobradora?
— ¡Ay, no se queje, señor cliente! Que se los estoy dejando baratos, además... —, ella lo toreaba: — sé que usted sabe pagar muy bien esos y muchos más, ¿o no?
— ¡Eso sí! — respondió un presumido él, y los dos se echaron a reír.
Al ver que Terruce se disponía a levantar todo, ella preguntaba con extrañeza:
— ¿Ya no escribirás a Miss Baker?
— Lo haré cuando estés durmiendo —, y él le dio con los papeles en la cabeza.
La joven desilusionada, porque no coleccionaría más besos, se cruzó de brazos y puchereó.
— ¿Eso quiere decir que el juego se acabó?
— Por el momento; porque tengo una idea mejor.
El joven aventó todo hacia el otro asiento y se sentó a lado de ella.
— ¿Qué haremos? — preguntó Coral viendo a Terruce acostarse en todo lo largo del asiento.
Conforme, iba apoyando su cabeza sobre su regazo, él pedía:
— Cuéntame precisamente ¿cómo conociste a mi madre?
— De hecho, fue mi madre quien la conoció primero — respondió la joven comenzando a cepillar con sus dedos los largos cabellos castaños.
— ¿Ah sí? y ¿cómo fue eso? —, él se cruzó de pies y brazos.
— Bueno... —, ella levantó un poco la cabeza masculina para acomodarse en el asiento. — Mamá, además de atender el almacén...
Terruce hizo los ojos hacia arriba para mirarla; y por ese gesto le hicieron de su conocimiento:
— Sí, mis padres son propietarios de uno que fue herencia del dueño verdadero —; ahora el castaño frunció el ceño. — Verás... —, la rubia se inclinó para dejarle un beso.
De repente, él enderezó medio torso y alcanzó la hoja donde ella había escrito y con la pluma, borraría:
— Un beso menos.
— ¡Ey! —, le arrebataron el papel.
— ¿Qué? Mis besos también valen y más cuando me los roban.
Después de recibir un golpe, el joven volvió sonriente a su lugar; y ya acomodado diría:
— Ahora sí, dime.
Ella se deshizo de la hoja para reiniciar su relato:
— Cuando llegamos a California lo hicimos buscando a unos familiares precisamente de mi madre, pero no los encontramos, porque al parecer éstos fallecieron en un terremoto suscitado en 1906; entonces, un buen hombre nos dio su permiso para ocupar una casa abandonada y a mis padres les dio trabajo. Mamá intercambiaba la atención del mostrador del almacén y hacía reparaciones de vestidos. Un día, de esos que nos llevaban a mis hermanos y a mí para abastecernos de ropa y juguetes, un empresario, orientado por recomendaciones, llegó preguntando por ella y le solicitó urgentemente sus servicios como costurera para asistir temporalmente a la compañía teatral que estaría presentando funciones por el lugar y sus alrededores. Ella fue; y al regresar, un par de semanas después, nos contó el trabajo que había hecho y a los actores con los que estuvo trabajando y una de ellas fue Miss Baker quien no sólo le dio autógrafos, sino que hicieron amistad.
— Y tú, ¿cuándo la conociste?

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UNA CHICA QUE VALE ORO
Fiksi PenggemarAcusada de ladrona, Candy deberá cumplir su pena yendo a México sin haber podido despedirse de sus amigos, los cuales harán lo imposible porque regrese; sin embargo, ella tomará una decisión que la llevará a la felicidad. * * * * * * * * * Historia...