Parte 27

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La cuestión anterior había sido lanzada por Anthony en el momento de notar la presencia de la joven acompañante de la rubia.

El castaño afirmaría señalando:

— Sí; está con Albert en la oficina

Olvidándose de la cortesía de decir buenos días y gracias, el paladín jardinero fue hacia el lugar indicado, quedándose el castaño y ofreciendo un gesto a la trigueña para demostrarle el efecto que Coral producía en el rubio.

Honestamente, la acompañante diría:

— Pues lo siento mucho

... consiguiendo con su respuesta que Terruce sonriera por la franqueza nata de la joven.

Y así como apareció Anthony, también Archie y Stear.

Una vez estando todos reunidos en la oficina y ocupando el largo sofá...

— Nos tenías muy preocupados, gatita — decía Archie, quien sentado a la derecha de la rubia la tomaba de una mano y atrevidamente se la acariciaba. — ¡Hasta que el atarantado de mi hermano se acordó que tus padres vienen contigo!

Ella de inmediato aclaraba:

— Mis padres no, pero sí mis hermanos.

— ¿Y por qué no los trajiste? Será un gusto para nosotros conocerlos y tratarlos — hubo sido turno de Anthony el cual estaba frente a ellos.

— Lo siento — Candy expresó; y aprovecharía la oportunidad para decir: — Espero no les moleste, pero me gustaría hablar con el señor Granchester, ya que por mi culpa...

— No fue tu culpa, bonita —, Anthony la interrumpió para compartirle: — entre él y Neil siempre ha habido problemas.

Candy, conforme iba mirando a cada uno de los hombres, les iría diciendo:

— De todos modos, el accidente que sufrió fue porque me defendió y necesito agradecerle.

— Claro, es entendible — acordó Stear quien yacía sentado a su izquierda.

De nuevo, Archie hablaría para dar su opinión:

— Aunque conociendo lo arrogante que es, no creo que...

— Llamémosle — intervino prontamente Albert parándose a un lado de Anthony. — Si ese es el deseo de Candy, no creo que se niegue.

— Sólo espero que siga afuera, ya que al parecer tenía intenciones de ir a montar — hubo dicho Stear, el cual se puso de pie para ir en búsqueda del castaño y de la puerta.

Al abrir ésta, sí, Terruce todavía seguía ahí, sólo que ahora en la sala y en compañía de Patty, Martha, Annie y Eliza.

Por consiguiente, el simpático inventor caminó hacia ellos; y al detener sus pasos, formal y cómicamente lo llamaría:

— Señor Granchester.

El nombrado se puso de pie para escuchar:

— Su presencia es requerida en la oficina.

Ante eso, el castaño frunció el ceño, y el moreno seguiría de bromista, porque le hizo una reverencia:

— La damisela rescatada quiere darle personalmente las gracias

Las monerías del moreno lograron que Martha y Patty rieran, mientras que Annie y Eliza se miraron seriamente entre ellas.

Cuando Terruce pasó a un lado de Stear, éste lo golpeó traviesamente el hombro llamándolo:

— ¡Suertudo!

Obviamente, el moreno de gafas recibió a cambio un gesto mal encarado por parte del castaño el cual fue conducido hasta el despacho.

Al estar adentro, saludaba:

— Buen día.

— Buen día — le respondieron.

Candy, poniéndose de pie, pedía a los visitados:

— Quisiera hablar en privado con él, por favor.

Por supuesto, la petición sorprendió a todos, aunque Albert, habiéndose ido a recargar en su escritorio, aceptó con una inclinación de cabeza.

— Bueno —, dijo reincorporándose totalmente: — dejémosles entonces —, e hizo un movimiento indicándoles a sus familiares acatar la orden, poniendo cada uno gestos inconformes siendo los de Archie, los más desagradables.

Y en lo que los hombres se alejaban, la pareja se miraba.

Una vez que la puerta se cerrara por completo, Terruce no vaciló en dar el primer paso, que fue extender su mano; a lo que Coral, feliz ante su hecho pacifista, accedió disfrutando de la suavidad de su contacto.

Como acto seguido, el castaño la jaló rápidamente a él para envolverla en un amoroso abrazo, donde la joven no perdió oportunidad de acurrucarse en su pecho y perder ahí su rostro aspirando su varonil aroma mientras que él ponía sus labios en la coronilla de la abundante cabellera rubia.

— Lo siento — dijo ella después de unos instantes

Él atrapó el rostro femenino entre sus manos. Lo levantó. Por segundos, la admiró; y ahora sí, sin importarle nada, ¡la besó! y lo hacía con tanta pasión para demostrar con ello lo mucho que le hacía falta.

Ella, sin ningún titubeo, correspondió del mismo modo. Pero pasados otros segundos, sin despegar sus labios del todo, sofocante, la rubia recordaría:

— Necesitamos hablar.

— Lo sé — respondió él entre murmullos, pero bebiéndose nuevamente el néctar de los labios extrañados.

En contra de voluntades, la joven rompió el beso, más no el abrazo; y acariciando el rostro lastimado, confesaba:

— Estuve muy preocupada por ti.

El castaño, con un toque infantil, le reclamaba:

— ¿Tanto así que hasta me abandonaste?

— Lo siento — ella expresó; y como recompensa a su falta, le besaron la mejilla lastimada, y con ello, más palabras: — Sé que estás molesto conmigo por...

Rápidamente, pusieron un dedo en sus labios para hacerla callar y decirle con firmeza:

— Lo único que quiero saber es... ¿quién eres?

La joven raudamente diría:

— Coral Wise.

Terruce se separó haciendo un gesto de fastidio y alzando un poco la voz:

— ¡No! ¡Así te presentaste ante mí, porque para ellos eres Candy White!

— Lo sé, pero escúchame —, la joven buscó el rostro de él. — Coral Wise es el nombre que mi familia me dio.

El castaño le dedicó un gesto fruncido; por lo tanto, ella sería más clara:

— Al ser yo abandonada, las buenas mujeres que me encontraron me nombraron "Candy" por una muñeca que venía junto conmigo dentro del cesto. El White porque según fue en un día de nieve. Entonces, yo, al quedar en un seno familiar, se me rebautizó dentro de la religión a la que ellos pertenecen, y con eso ¡mi status civil! porque en ninguna dependencia se encontró registro alguno de Candy White: una hija de nadie, alguien que no existe. Y yo, tengo padres, una familia, y por lo mismo un nombre completamente legal y ese es: Coral Wise — se concluyó.

Por la manera en que aquella lo había mirado y hablado, Terruce, hechizado, había posado sus enigmáticos ojos únicamente en los suaves labios de ella, y como la respuesta que había pedido, le había sido dada, el castaño sonrió y nuevamente... la besó.

No obstante, ninguno de los dos se percató que detrás de una de las ventanas de aquel despacho que conectaban al jardín, un par de ojos los espiaba e irónicamente el mirón o mirona diría para sí:

— Interesante manera de dar las gracias.

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora