Parte 16

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A la media mañana del día siguiente, conforme la Dama Baker terminaba un ensayo, en el interior de su camerino, Coral le aguardaba.

Para matar el tiempo, la chica curioseaba por el lugar admirando reconocimientos, trofeos, fotografías y libros.

Precisamente uno de estos últimos, a Coral llamó la atención; lo tomó para decir en voz alta:

— Cyrano de Bergerac —, preguntándose graciosamente: — ¿Y quién ese señor?

Consiguientemente de levantar un hombro en señal de desconocimiento, la visitante se alentaría:

— Investiguémosle —, y abrió de inmediato la primera página para enterarse: — ¡Ah! un poeta de la France —, había fingido el acento.

Entonces, tomando la joya literaria consigo, la rubia caminó hacia la ventana que tenía una vista hacia la calle.

Con confianza, ella la abrió para dejar que el aire se colara en el lugar; y gracias a la repisa ancha que la decoraba, la joven ahí se sentó para comenzar a hojear el libro, adentrándose poco a poco en la lectura que no le permitió percatarse de la llegada de alguien, que al notar su presencia, con sigilo, se fue a parar justo a espaldas de ella y observar desde ahí con interés lo que la tenía tan perdida que ni el ruido de la puerta ni el bullicio de afuera, la sacaba de concentración.

Lo que la persona recién llegada aprovechó para aspirar el aroma que desprendía su larga cabellera decorada esa mañana únicamente por una delgada diadema, y además admirar, que a pesar de la sencillez del vestido que la cubría, no le restaba belleza. Sin embargo, al escucharla que comenzaba a declamar para ella creyendo estar sola...

¿Sois vos? — la joven hubo hablado como "Roxana", y contestaría por "Cyrano": — Yo soy —, a lo que el joven aguantaría su risa para oír: — Y hablabais de un... de un...

Beso.

¿Acaso él la ayudó? Seguro; porque ella se tensó. Y sin moverse, siguió escuchando quedamente detrás de su persona:

Dulce fuera el vocablo en vuestra boca, más no lo pronunciáis. Si os quema el labio, ¿qué no haría la acción? Sé generosa, venced vuestro temor, sin daros cuenta, a poco os deslizasteis sin zozobra de la risa al suspiro y del suspiro al llanto. Deslizaos más ahora y llegareis al beso sin notarlo, pues la distancia entre ambos es tan poca que un solo escalofrío nos separa.

Él calló, pues alguien debía dar continuación; por lo tanto, ella, después de tragar saliva, apenas diría:

Callad.

Por alguna razón, él la reprendía:

— ¡No, así no!

Ella, desconcertada, miró el libro para decir muy segura:

— Así no dice aquí.

El joven, sonriendo, le indicaba:

— ¡Por supuesto que no! Lo que quiero decir es que debes ponerle más pasión a la declamación. ¡Cómo si en verdad lo estuvieras sintiendo!

Coral, percibiendo el destello en los ojos de él, preguntaba:

— ¿Te gusta el teatro?

— Podría decirse que soy admirador de la poesía. Así que, intentémoslo nuevamente —, y él le ofreció su mano para ayudarla a ponerse de pie.

La rubia se puso nerviosa; y al quedar de frente, confesaría:

— No puedo —, y agachó la cabeza.

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora