Parte 26

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¿Era para todos muy difícil entender los motivos de Candy White por haber desaparecido justo en el momento de la aparición de la señora Elroy?

Para él no.

Y es que, a pesar de la alegría que les diera a ese cuarteto de hombres con su reaparición, a su punto de vista, Terruce consideraba que pesaba más: uno, la agresiva mal venida de Eliza; dos, los mal encarados buenos días de la Tía; tres, la ofensa de Neil; y cuatro, que este sujeto al chillar el motivo del altercado reciente, la señora Elroy hubo espetado furiosamente:

— ¡En mala hora se le ocurrió volver aquí!

Por ende, el castaño de sólo imaginarse que si Candy siendo una niña sola, recibió este tipo de maltrato sin importar lo dulce, amorosa y linda que fuera, dejando a un lado sus verdaderos sentimientos por la mujer, y aunque él también fuera llevado entre las patas, ¡no la culpó si la joven había tomado la decisión de desaparecer nuevamente!

— ¡Hasta yo lo hago! — hubo dicho traicioneramente, atrayendo con la molestia en su voz: la atención de los interesados en saber de aquella, y que reunidos en la sala aguardaban impacientes a que la rubia apareciera por la puerta; no quedándole de otra a él que excusarse de que había sido un pensamiento en voz alta.

Pero, cuando el reloj marcó las diez de la noche, la angustia se apoderó en aquellos hombres; y Terruce, ¿cómo diantres decirles que Candy o Coral ya no estaba más sola? Que tenía una familia que la aconsejaba y la protegía; y que si había regresado a esa casa fue por complacer la petición de Stear y tal vez por los sanos recuerdos de los otros.

El problema era que si él abría la boca, la y se delataría, ya que supuestamente la pareja no se conocía.

En la misma situación se encontraban Patty y Martha; por eso, el trío únicamente pudo mirarse en complicidad de vez en cuando y encogerse de hombros al no poder hacer nada por nadie. Aunque...

Terruce miró a Patty y levantó un ceja. Haciéndole una seña, él le pidió lo siguiera, no siendo sospechosa la actitud de ellos, ya que todos sabían de su amistad; así que, al estar a solas, parados casi al pie de las escaleras, el castaño le plantearía a la morena:

— Recuérdale a Stear que Coral —, él corregía con molestia: — ¡digo Candy! le dijo que venía con su familia e insinúale que tal vez esté con ellos.

— ¡Es cierto! — expresó Patty con sorpresa pareciendo que hasta ella misma se había olvidado de ese dato.

Consiguientemente de haber llegado a un acuerdo, con discreción, la tímida chica se acercó a su novio y se sentó a su lado.

Poniendo una mano sobre su hombro, ella le secreteó al oído, haciendo que Stear expresara lo mismo:

— ¡Es cierto!

Con la exageración exclamada, Terruce le guiñó un ojo a Patty por el éxito obtenido. En cambio, los demás brincaron espantados, lo miraron para preguntarle molestos:

— ¡¿Qué sucede?!

El simpático moreno de rápido contestaba:

— Que cuando me encontré a Candy en la estación, me dijo que su familia venía con ella.

Con eso, Archie, tomando un cojín, se lo aventó fuertemente volviéndole a gritar:

— ¡¿Y por qué no nos dijiste antes?!

El paladín inventor haciendo un mohín, confesaba:

— ¡Porque mi emoción era mayor que se me olvidó! Y de no ser porque Patty me está comentando que le pareció verla en el tren con alguien más y... —, se golpeó la cabeza. — ¡Claro, yo también!

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora