Parte 13

187 26 2
                                    

A pesar de su corta edad, Susana Marlowe era de las pocas miembros de aquella compañía teatral que contaba con verdadero talento; y por lo mismo, también era poseedora de una astucia impresionante.

Por lo tanto, en lo que estas dos compañeras caminaban hacia el camerino de la diva y planeaban su estrategia, se toparon con el director artístico, al cual, al verlo, Susana no dudó en sacarle información sobre los avances de la audición.

Al escuchar que todavía faltaba la opinión de la dama Baker para dar un final resultado, con esa maravillosa excusa la rubia iría a ella, porque a últimas de cambio, la castaña renunció a seguirle.

Mientras tanto, en el interior del camerino, madre e hijo terminaban de acomodar lo que habían estado admirando.

En eso, se escuchó el llamado a la puerta, no dando oportunidad a contestar, ya que, la joven rubia ojo azul ya se había colado en la habitación.

— Oh, perdón — se "disculpó". — No pensé que estuviera acompañada —; y la chica en verdad se sonrojó por la presencia y mirada dedicada de aquel joven.

Molesta, Miss Baker sonaría al decir:

— ¡Susana, ¿tu mamá no te enseñó que debes esperar a que se te dé autorización antes de entrar?!

— Lo siento, Eleanor —, la joven actriz agachó momentáneamente la cabeza ante el regaño, usando el falso pretexto: — Es que estoy tan nerviosa por el resultado de la audición que quise venir a verla para que me dijera honestamente que le había parecido mi actuación —. Pero, al ver el collar en el cuello de su compañera de mayor trayectoria, se saldría por la tangente al expresar: — ¡Está precioso! —, al mirar de reojo al guapo castaño. — ¿Dónde lo consiguió? — preguntó aunque... ¿hablaba del collar o de Terry?

La diva contestaba con desgano a la que tenía enfrente:

— Es el trabajo de una amiga mía —, de la que recordó el apoyo ofrecido. — ¿Te interesaría ver sus diseños?

— ¡Por supuesto! — exclamó con emoción la chica que, al pasar cerca de Terruce con timidez le diría: — Con permiso.

Al joven no le quedó de otra más que inclinar su cabeza caballerosamente y darle el paso.

Y mientras el castaño se alejaba para ir a sentarse al sofá, la mirada de Susana estaba fija en él, en lo que Eleanor estaba distraída abriendo nuevamente la valija para dejar ver su contenido.

Con cada cosa que le mostraban, la joven actriz exclamaba con exageración su gusto, pero lo hacía más que nada para llamar la atención de nuestro castaño, que gracias al periódico que había solicitado de su madre y ésta le había indicado de donde tomar, Terruce podía esconder su cara de fastidio ante lo irritable que se le hacía aquella voz.

Más, lo que a él le llenó de colmo, fue cuando Susana, con todo atrevimiento, le pidió le ayudara a colocar el collar que había sido de su preferencia.

Como el caballero inglés que era, el joven se puso de pie; y conforme tomaba la joya, la rubia ojo azul sonriente, hacía de lado su larga cabellera para dejar al descubierto su níveo y largo cuello.

Empero, la descarga eléctrica que la chica sintió al simple roce de la mano de aquél, la hizo ruborizar completamente.

— Listo — hubo sido todo lo que pronunció nuestro galán.

Susana, sin dejar su sonrisa, se giró para quedar frente a él; y justo a él le preguntaría:

— ¿Cómo luce en mí?

El castaño, que de por sí tenía un gesto serio, sonaría verdaderamente rudo:

— Me imagino que bien. ¿Por qué no lo ve por sus propios ojos? —, y le indicó donde estaba el espejo.

Por supuesto, la joven se sonrojó por la grosería recibida; y después de pasar saliva, Susana agradeció por la molestia ocasionada y se giró para ir hacia el tocador, desde donde y en lo que admiraba el collar, también miraba tras el reflejo del espejo a Terruce quien representaba muy bien el papel de la indiferencia total.

Sin embargo, de él se estaba apoderando la impaciencia no sólo por la intromisión de aquella que parecía no tener intenciones de retirarse, sino por su incesante manera de mirarlo.

Fácil, otros treinta minutos, la chica Marlowe se entretuvo con toda la mercancía; y al finalizar la muy descarada diría:

— Está muy lindo todo, pero no es mi gusto —, y pretendió dar retirada.

No obstante, cuando ella iba llegando a la puerta...

— ¿Señorita?

Esa voz gentil la abrigó de emoción y la hizo detenerse; pero antes de girarse, Susana puso una sonrisa triunfadora. Posteriormente, contestaba con coquetería:

— ¿Sí?

La rubia no negó que le dieron ganas de ponerse a brincar cuando vio que el castaño se dirigía a ella llevando consigo una de sus arrebatadoras sonrisas.

— Creo se le está olvidando algo.

Aquella estaba más que encantada de verlo tan cerca que no entendió hasta que...

— Me parece que si los artículos no fueron de su agrado, el collar tampoco, ¿no es así?

Al recordar lo que pendía de su cuello...

— ¡Oh qué pena! — expresó Susana envuelta de rojo carmesí y con deseos enormes de ser tragada por la tierra.

Como pudo, ella misma se quitó la prenda y buscó de rápido la salida dejando adentro en el camerino a madre e hijo quienes sinceramente después de mirarse, no pudieron aguantar las ganas y se soltaron en carcajadas.

En eso, la presencia de Eleanor fue requerida; entonces, ésta le proporcionó a su hijo la dirección de su domicilio para que dejara el hotel y fuera a instalarse a casa y allá aguardara por ella y así poder hablar privada y tranquilamente.

Juntos salieron del camerino; y afuera, el castaño le ofreció el brazo a su madre.

Ella, de lo más feliz, se colgó de él y así caminaron en breve por el pasillo.

Al llegar a la oficina del director, Terruce se despidió de Eleanor. Ulteriormente, él fingió tomar dirección hacia la calle.

Con discreción, el castaño volteó; y en cuanto vio desaparecer a la actriz, con actitud escurridiza, el joven regresó sus pasos para ingresar nuevamente al espacio privado de su madre e ir a donde estaba la maleta.

Dentro de ésta, y con suma insistencia, él buscó "algo" entre las pertenencias de la rubia vendedora.

Cuando obtuvo lo que buscaba, el pícaro sonrió, cerró la valija; y como un vil malandrín la tomó consigo y ahora sí, se retiró.

Al llegar a la avenida Terry se detuvo; y antes de proseguir con sus pasos, ubicó su posición.

Primero marcó el Este y luego el Oeste; más, al saber dónde quedaba el norte, él caminó rápidamente en aquella dirección, y conforme alcanzaba su destino...

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora