Parte 11

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¿Qué había llevado adentro a Terruce? Por supuesto que además de la curiosidad por aquella chica, conocer un poco del mundo del espectáculo que rodeaba a su madre.

Cuando lo admiró, no negó que en sus fantasías por pensar en ella, se creó la ilusión de también ser parte del espectáculo teatral y compartir los escenarios con su progenitora.

Pero, al llegar Anthony Brown a su vida, la obsesión de buscar a Candy White: la chica que valía oro como le había calificado, había superado todo sueño.

Con atención, había visto la participación de dos parejas sobre el escenario; y al ser descubierta su presencia, con rudeza se le había pedido abandonara el recinto artístico; entonces, Terruce, caballerosamente, se presentó como digno Granchester y solicitó ver a la actriz.

Robert Hathaway lo reconoció, y fue él mismo quien le guiara hasta el área de camerinos.

Allá, dejaron al muchacho a cargo en lo que lo anunciaban con su madre.

Con paciencia, Terruce había aguardado; y después de extender un gracias, se le dio acceso.

Al estar adentro, su gallardo caminar y pose nunca se vieron flaqueados, ni aún cuando tuvo enfrente de la que tanto tiempo estuvo aguardando.

Por lo tanto, con una leve inclinación de cabeza, la saludaba:

— My lady

Posteriormente, él tomó la mano de su madre y la besó.

Los ojos de Eleanor estaban impactados de la presencia del elegante hombre que tenía a escasos centímetros de distancia; e increíblemente, lo recorría de arriba abajo admirando cada una de las partes que lo conformaban. Y a pesar del nudo hecho en la garganta, ella diría:

— Señor Granchester.

La madre tuvo que devolver el mismo tono con que se le había hablado; y siendo sincera, expresaba:

— Es un gusto verle por aquí.

— Lamento mucho el haberme presentado sin notificarlo antes.

Terruce siguió hablando con suma formalidad; y Eleanor, ante la frialdad, no dudó en llamarlo:

— Hijo.

Por el simple hecho de escuchar nuevamente esa palabra pronunciada por su progenitora, ésta logró derribar la muralla resentida que el castaño había construido para protegerse de aquella a la que sin titubear reconocía como su:

— Madre.

Y bastó lo suficiente para decirle adiós a lo sufrido debido a su ausencia, y se pateó a la calle a la indiferencia y a la arrogancia para darle paso a los abrazos, besos y amorosas palabras de la mujer con que llenaba a su retoño y de los cuales, éste por tanto tiempo, había solicitado a gritos.

Entre sollozos por parte de ella y a la vez con rostro iluminante de tener así, entre sus brazos y apretado contra su pecho a su añorado hijo, Eleanor observaba:

— ¡Estás hecho todo un hombre!

Sin embargo, aquél se sentía un chiquillo, porque en silencio lloraba escondido en el cuello de su madre a la que le decía honestamente:

— ¡No sabes cuánto te he extrañado!

— ¡Yo también, cariño! Aunque, para mí ha sido eterno el tiempo sin poder verte.

Ella lo tomó del rostro y le limpió las lágrimas con sus pulgares. Y cuando sus ojos se encontraron, ella preguntaría con consternación:

— ¿Cómo es que estás aquí? ¿tu padre lo sabe?

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora