Parte 23

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Conforme la noche iba transcurriendo, en aquella mansión latían muchos corazones con diferentes ritmos y sentimientos.

Por el Sur, habitaban los amistosos que mientras dormían serenos, sus rostros reflejaban sonrisas de alegría.

En el Norte, se encontraban los enamorados, que con profundos suspiros inundaban constantemente su lecho.

Al Este, se hallaban los envidiosos, porque a éstos les habían robado abruptamente el sueño.

Por el Oeste, yacían los atormentados, porque sentían tanto miedo de perder tan pronto lo que apenas se había encontrado.

Así, las horas fueron avanzando hasta que el astro sol pintó con sus rayos el nuevo día.

En ese, Coral, —después de una noche decisiva—, bajó a tempranas horas, encontrándose en la sala a un guapo y elegante Albert.

Él, al verla siempre tan sencilla y linda, de inmediato se puso de pie; y después de desearse buen día, se interesaba:

— ¿Has descansado?

Ella, de lo más sonriente y parada a su lado, contestaba:

— Lo suficiente, gracias.

El rubio, por supuesto, le devolvió la sonrisa además de: —Me alegro —; quedándose en silencio unos momentos, porque la chica prestó atención al periódico que Albert no tenía mucho había dejado sobre la mesa de centro.

En cambio, él la sacaría de concentración:

— Candy.

— ¿Sí?

Ella dejó su actividad para mirarlo y escuchar:

— Me gustaría platicar contigo.

La rubia sonrió y también asintió con la cabeza.

— Por supuesto, porque yo también deseo hacerlo.

— Bien; entonces, ¿te parece si caminamos un poco?

— Claro.

Albert le cedió el paso; y los rubios salieron nuevamente hacia el jardín.

Allá, conforme caminaban en dirección a la mesa, se quiso saber:

— ¿Cómo has estado?

La chica sonaría totalmente honesta:

— ¡Muy bien!

Un apenado Albert diría:

— Candy, tal vez mi pregunta suene tonta, pero... ¿eres feliz?

— ¡Mucho! —; y el rostro que ella dedicó, no indicó lo contrario.

— Eso me tranquiliza bastante, ¿sabes?

— ¿Por qué?

Ella lo miró; y como ya habían llegado a su destino, la rubia esperó paciente y agradeció el que le ayudaran con la silla.

Ya que los dos estuvieron correctamente sentados, se prosiguió.

— Porque por mucho tiempo he vivido con la culpa — confesó el guapo magnate.

— No entiendo

Candy hizo un gesto contrariado al ver que aquél miraba con nostalgia hacia las rosas.

— ¿Recuerdas la última plática que sostuvimos?

La joven ni dijo sí y tampoco no; por ende, él se giró para mirarle y recordarle un poco:

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora