Parte 32

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Aprovechando que los habían dejado a solas... ¿cuántos besos entre los enamorados ya se habían regalado? ¡Muchos! Y eso que al principio, debido al incidente apenas ocurrido con Archie, Coral se había resistido; pero, como no quería enterar a Terruce de lo sucedido, la joven, gracias a lo aprendido por su familia, se concentró para poner su mente en blanco y de nuevo volver a llenarla únicamente con la presencia, las caricias y los besos de él obteniéndose un resultado rápido ¡y todo! a lo imponente de su ser.

Sin embargo, el joven era sumamente astuto y sólo aguardaba el justo momento para cuestionarla.

Llegado ese, sentados en un raído sofá que estaba en el patio trasero de la hostería y muy cerca a un pequeño jardín, los jóvenes se miraban de frente; y en lo que él acariciaba tiernamente la mejilla de ella, finalmente la interrogaba:

— Ahora, sí me dirás ¿por qué dejaste la mansión?

La rubia se tensó y pasó saliva para inquirir:

— ¿Prometes no molestarte mucho?

Esa pregunta hizo que él arqueara una ceja y le devolviera la cuestión al sostenerle firmemente la barbilla para que le mirara directo a los ojos.

— ¿Es grave?

La joven parpadeó lentamente una vez en señal de "Sí". Más, al notar la tensión en la mandíbula de él, ella justificaba:

— Pero no pasó a mayores.

— ¡¿De qué estás hablando?! — él cuestionó; y tempestivamente el castaño se puso de pie.

Ella, mirándolo tal alto cual era, volvió a pasar saliva y no le quedó de otra más que confesar:

— Un penoso incidente con... —, su voz tembló y también al pronunciarlo: — Archie —. Y por el gesto enfurecido de Terry, la inocente defendía: — ¡pero te aseguro que se disculpó!

— ¡Con mil demonios, Coral!

La susodicha cerró los ojos, porque a ella, además del grito, le dolió el fiero golpe que le dieron al madero que sostenía un tejado arriba de ellos.

Después de dejar su asiento, la joven fue hacia él que energúmeno caminó hacia el jardín.

Allá, la rubia lo alcanzó; y como él estaba de espaldas, rápidamente le rodeó la cintura por detrás, lo abrazó para hacerlo calmar y pedirle:

— Perdóname. Sé que todo esto es mi culpa por no haber...

— ¡No digas eso!

Terruce la hizo callar prontamente, y a pesar de su rabia, sin ser tosco, se giró sobre su eje para abrazarla también; y conforme lo hacía, le decía:

— Tú no eres responsable de que ellos estén "tan enamorados de ti".

La rubia lo miró; y extrañada preguntaba:

— ¿Por qué dices eso?

Con su candor, la joven derribó la muralla de furia del castaño que respondía suavizando la voz:

— Porque es lo más obvio, mi hermosa Coral —, y con ternura él acarició de nuevo el rostro; — porque para ellos sigues siendo su Dulce Candy, la desprotegida Candy, la siempre sonriente Candy, a pesar de su infortunio, tristezas y dolores; y la que con cada uno de sus gestos, enamoró a todos, incluyendo a Neil y al rubio mayor.

— ¿Albert? — ella cuestionó con azoro.

Él sonrió y asintió con la cabeza confesando:

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora