Parte 19

160 29 3
                                    

Con la tempestiva reacción de la joven, él intentó detenerla, pero no lo logró; y es que, Coral se lo impidió, dejando la chica a Terruce en un total desconcierto, que cuando éste se vio solo, en lo que golpeaba con fuerza la baranda de hierro, exclamaba un enfurecido y frustrado:

— ¡Demonios!

Sí, lo hacía así, porque a él precisamente, ¿desde cuándo carajos le preocupaban los demás?

Y mientras él se quedaba atrás haciendo más rabietas, Coral, conforme recorría el interior hacia su camarote, se topó con Patty.

Ésta llevaba entre manos a su mascota Yuly, y con confianza, la morena, al notar la seriedad de la rubia, se atrevía a cuestionar:

— ¿Está todo bien?

Por el gesto de Patty, Coral sonrió asegurándole:

— Sí, todo está bien.

No obstante, al ver que la morena desviaba sus ojos, la vendedora giró apenas su cabeza, y de reojo vio a Terruce pidiendo éste:

— Permiso —, y pasándose de largo.

No prestándole caso, la rubia preguntaría a Patty:

— ¿Adónde ibas?

— A la plataforma a tomar un poco de aire, ¿me acompañas?

— Claro — se dijo y se retomó el camino hacia fuera.

Estando allá, en lo que Patty observaba el paisaje, Coral tenía apoyados sus codos sobre el barandal y escuchaba:

— ¿Su primer disgusto de novios?

La rubia sonrió; y francamente quiso saber:

— ¿Tan obvio fue?

— Por el gesto de él, sí —; y con eso las dos rieron.

Después, Coral se animaría a preguntar:

— ¿Lo conoces bien?

Con sinceridad, respondían:

— No mucho, pero a pesar de que en el colegio tenía muy mala reputación, yo puedo asegurarte que es un buen muchacho, ¿verdad que sí, Yuly?

Por la manera en que la morena jugó con su mascota, la rubia sonrió.

Consiguientemente, ambas miraron abajo a los maquinistas que cruzaban las vías; y cuando estuvieron de nuevo solas, Patricia pedía:

— ¿Puedo preguntarte algo personal?

— Puedes.

— ¿Qué te enamoró de Terruce cuando tampoco lo conocías según me comentaste hace días?

— Bueno, no lo conocía personalmente, pero sí por medio de su mamá que me confió su triste historia. ¿Y sabes? Una de las cosas que yo siempre he dicho es que, para un niño es mejor estar con su madre, y a los cuales nunca se les debe separar; y Eleanor y Terruce fueron crudamente apartados. Entonces, el dolor reflejado en ella y pensar en lo que él estuviera pasando, me llegó al corazón; y en mi interior creció tanto la idea de conocerlo que cuando me di cuenta ya me había enamorado de él.

Coral concluyó con un suspiro profundo; y la plática no prosiguió debido a que las jóvenes escucharon por parte de los maquinistas que la locomotora ya estaba lista, haciendo que ellas se dirigieran a sus respectivos lugares.

Pero ,el distanciamiento entre la pareja fue notada por los hermanos, ya que Terruce se había encerrado en su compartimento, mientras que Coral ocupaba el asiento; y con la frente pegada al cristal de la ventanilla, miraba perdidamente a la nada.

Por supuesto, Luna también quiso enterarse:

— ¿Qué pasó?

La rubia, sin siquiera moverse, respondía:

— Nada

Con eso, ella consiguió que los tres hermanos se miraran entre ellos; pero, el colmo fue que entre los dos jóvenes no sólo chocaron manos, sino que uno, sacó una bolsita de dinero y se la entregó al otro.

Luna, molesta, —ante lo obvio que aquellos habían apostado el tiempo estimable de la relación—, le aventó al ganador: el gancho que utilizaba en la costura que elaboraba para entretenerse durante el viaje, el cual debido a la descompostura sufrida en el tren, llegaría a Chicago pasados dos días, y en donde la pareja antes de arribar, hicieron las paces.

¿Cómo?

¡Clásico! como todo enamorado que se extraña y donde él era el que más padecía; así que, poniendo su orgullo a un lado, Terruce la buscó, en sí, la esperó, ya que sabía que la rubia había ido a su compartimento; por lo mismo, espiándola, él aguardó a que ella saliera, y cuando iba a la altura del suyo, el castaño abrió tempestivamente la puerta haciéndola brincar y diciéndole:

— ¡Me espantaste!

La joven se llevó las manos al pecho expresando él:

— Lo siento

¿Con qué significado? ¿por el disgusto o el hecho de no haberle hablado por las horas anteriores? Lo que hubiese sido, ella sonriente contestaba:

— Está bien —, y por instantes se perdieron en la profundidad de sus miradas.

Como acto seguido, él salió de su reservado y cerró la puerta para quedar de frente a ella.

Consiguientemente, el castaño recortó la distancia que los separaba.

La rubia levantó la cabeza, echándola un poquito hacia atrás debido a la altura de él, que ya pasaba su mano para rodearla por la cintura y acercarla a él.

Ante lo que Terruce buscaba, Coral cerró los ojos; pero antes de que sus bocas se unieran, él acarició con su nariz la de ella, y segundos después, finalmente llegó el beso.

Un beso que ésta vez demostró el deseo que él sentía por ella, y donde ella permitió que él acercara su cuerpo más de lo normal.

En eso, el tren hizo un brusco movimiento, haciendo que ella exclamara un pequeño quejido debido al golpe que su espalda recibió al quedar apoyada sobre una puerta y otro más porque él le dio rienda suelta a las manos.

Comprendiendo que se estaba rebasando el límite de lo moral, él terminó el beso para esconder su rostro en el cuello de ella.

Entre agitado resuello, Terruce se disculpó por su atrevimiento.

Ella, por su parte y menos excitada, apoyó su mejilla en la de él y lo abrazó, quedándose así la pareja hasta que la temperatura se regularizara.

Una vez más, a la hoja se le daba vuelta para no volver a comentar nada y su relación continuara.

Sin embargo, al llegar a Chicago y conforme los pasajeros descendían del tren, Alistar Cornwell quien aguardaba por su chica y por el amigo de colegio para llevarlos a Lakewood, reconocería de inmediato a:

— ¡¿Candy?! ¡No puedo creer que seas tú, Candy White!

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora