Anthony, Archie, Stear, Neil y Eliza llegaron al continente europeo a principios del verano; y mientras el ciclo escolar daba inicio, los chicos se fueron a disfrutar del fresco clima en una hermosa villa de Escocia.
Los tres inseparables primos se las ingeniaban para pasar un buen tiempo juntos antes de que fueran sometidos al enclaustramiento total del colegio, y no dejándose irritar por la simple presencia de los chicos Legan.
Más, Anthony, desde su llegada, había hecho una acostumbrada rutina, que era salir a cabalgar por las mañanas. Después, conforme su corcel descansaba, y éste comía del pasto verde, el rubio se sentaba muy cerca a orillas del lago y ahí se quedaba por otro largo rato contemplando el panorama y pensando en Candy.
Pero un día en particular y mientras escribía, a sus espaldas Anthony escuchó un relinchido. Consiguientemente, giró su cabeza; y a cierta distancia, vio pasar a un veloz animal, y que por la manera en que éste era azotado, no era difícil adivinar que su jinete iba severamente molesto.
Por varios instantes, el rubio no le perdió de vista observándole cruzar entre los árboles y desaparecerse en el interior del bosque. Acto seguido, Anthony resopló ligeramente y volvió a lo dejado pendiente; más, se llenó de desconcierto y se preguntó interiormente, ¿quién sería aquél?
De repente, su nombre fue pronunciado; y de nuevo el chico giró la cabeza para atender a quien lo buscaba.
Con urgencia, Anthony cerró sus apuntes y los escondió para preguntar con cansancio:
— ¿Qué sucede, Eliza?
La chica, desde arriba de su caballo, diría:
— Anoche te pedí que si salías a cabalgar, me dejaras acompañarte.
El rubio se puso de pie excusándose ante el reproche:
— Lo siento, pero bien sabes que me gusta estar solo.
Conforme caminaba en busca de su corcel, el joven escucharía perfectamente:
— Sí, claro, para seguir pensando en la mugrosa de Candy, ¿verdad?
Él miró a su interlocutora con molestia y de igual manera le hablaba:
— ¡Lo que yo haga con mi tiempo no es de tu incumbencia, Eliza! Además —, el chico hábilmente se montó en el animal; y en lo que tomaba las riendas la cuestionaba: — ¿cuántas veces he de repetirte que no vuelvas a expresarte de ese u otro modo con referente a Candy?
Anthony arrió su caballo, a lo que la pelirroja tuvo que exclamar furiosa frente el obvio abandono.
— ¡Las mismas que yo gritaré ¡cuánto la detesto! mientras la sigas defendiendo!
Inmediatamente, ella lo imitó, marchándose y tomando el camino contrario.
No obstante, alguien más también ya se había percatado de la presencia del rubio aquel con sus solitarias cabalgatas y momentos privados; y ese era nada menos que Terruce, el próximo heredero del ducado Granchester, y que esa mañana no había sido la excepción, así como tampoco, los machacantes e inagotables argumentos matutinos con que lo "desayunaba" la que fungía como su madrastra y a la que odiaba a más no poder.
Pero lo que a él verdaderamente le frustraba era la actitud indiferente que su padre le mostraba, ni aun así, cuando Terruce se rebelaba groseramente contra la que era su mujer.
Por eso, esa mañana, el pobre animal había pagado con creces lo que el joven castaño tanto deseaba hacer con aquellos dos seres.
— ¡Pronto me largaré de aquí y te juro que jamás me volverás a ver! — había gritado amenazadoramente una vez más conforme galopaba.
Cuando hubo sacado su furia, Terruce redujo la velocidad; pero al ver el rumbo que llevaba y distinguir su cercano "hogar", con brusquedad hizo girar al caballo y regresó al bosque.
Allá, a medio camino, el castaño descendió del animal, y comprendiendo lo que había hecho, se le acercó; y en lo que lo acariciaba, le habló.
Posteriormente, tomando las simples riendas, joven y caballo caminaron a la par y fueron a detenerse justo donde habían estado Anthony y Eliza.
Ahí, sus ojos encontraron muchas hojas de papel regadas sobre el césped.
Con curiosidad, Terruce se agachó para coger una y leerla; y mientras se enteraba de lo escrito, decía con burla:
— ¡Cuánta cursilería barata!
Sin embargo, el morbo le ganó al castaño y comenzó a coleccionarlas, inclusive corría tras aquellas que el viento suave pretendía llevarse antes de depositarlas en el agua.
Al tenerlas todas, el joven cómodamente se sentó; y con todo el tiempo del mundo, las ordenó y leyó todo su contenido.
Al finalizar, sólo una carta sostenía su mano; y mirando hacia el lago, increíblemente un suspiro nostálgico se le escapó a Terry; después pronunciaba un nombre ya no tan desconocido para él:
— Candy White —. Y quiso saber: — ¿Serás en verdad así de especial tal cual lo describe Anthony Brown?
El joven se quedó callado y divagó por unos instantes; de repente, imaginativo, preguntaba:
— ¿Pequeña y para colmo pecosa?
El metiche sacudió la cabeza ante la visión que se había formado; y muy seguro de sí, afirmaba:
— No, no creo que seas mi tipo de mujer
Resoplando con fastidio, el joven tuvo el impulso de arrojar las hojas al agua y que éstas se perdieran en lo más profundo del lago; pero cuando estaba a punto de hacerlo, algo detuvo a Terry, optando él por guardarlas como recuerdo o posiblemente, si le daba su regalada gana, entregarlas a su dueño, más de esto último claramente lo dudaba.
De un hábil movimiento, el entrometido castaño se puso de pie, y con un chiflido llamó a su caballo cual rápido llegó hasta él.
El jinete lo montó y cabalgó lentamente de camino a casa, pidiendo que las vacaciones llegaran pronto a su final y así él regresar a su cárcel donde si no se sentía mejor, por lo menos podía estar lo más alejado posible de su familia.
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UNA CHICA QUE VALE ORO
Fiksi PenggemarAcusada de ladrona, Candy deberá cumplir su pena yendo a México sin haber podido despedirse de sus amigos, los cuales harán lo imposible porque regrese; sin embargo, ella tomará una decisión que la llevará a la felicidad. * * * * * * * * * Historia...