Parte 10

200 29 2
                                    

Sus ojos no se despegaban del enorme espectacular donde estaba plasmada la imagen de la Diva más hermosa de todos los tiempos: Eleanor Baker, su madre.

Si no mal recordaba, la última vez que la hubo visto fue cuando él tenía diez años, y eso, porque la talentosa actriz le había buscado en el colegio aprovechándose del famoso festival de Mayo.

Desde ese entonces, no supo más de ella; y ahora ahí, a sus dieciocho años, estaba parado en frente del teatro donde trabajaba la autora de sus días después de haberse despedido de sus amigos y prometiendo ir a ellos en cuanto finiquitara, según él, algunos pendientes en el Estado de Nueva York.

Pero, por alguna razón, Terruce no lograba cruzar la Avenida Broadway; y no era precisamente porque el tráfico se lo impidiera, sino por los nervios que se habían apoderado de su persona de sólo pensar en el reencuentro con aquella, además, de estarse recriminando al decir:

— No debí venir. Es más, no debo buscarla. ¿Ya para qué? si ella se olvidó de mí después de haberme prometido que iría a buscarme y yo, ilusamente como el chiquillo que era, le creí. Creí en la promesa de mi madre; por eso soporté todos estos años de infierno a lado del Duque. Pero, la agonía que padecí fue más torturante, porque conforme el tiempo seguía su paso, tú nunca apareciste. ¿Por qué, Eleanor? ¿por qué no regresaste? ¿por qué a últimas de momento cambiaste de parecer? En cambio, yo, a pesar de escuchar las duras palabras de mi padre repitiéndome una y otra vez que nunca lo harías, te seguí defendiendo y me aferré a tu recuerdo y al amor que dijiste tenerme, y aguardando en Londres por tu regreso; más, ahora es diferente, porque hoy en día ya soy un hombre que —, el joven recién llegado hizo pausa para respirar hondo. Consiguientemente, decía: — no sé si en verdad necesite de ti.

Terminado su monólogo, con firme y arrogante decisión, Terruce pretendió darse la vuelta y emprender camino de regreso al hotel y de ahí a la Terminal Central.

No obstante, la figura de una jovencita, —la cual caminaba sobre la acera de enfrente—, se adueñó de su voluntad; y es que el joven sí retomó sus pasos, pero justo en dirección a ella quien lo estaba atrayendo como si fuera un imán.

Esquivando dos autos que transitaban por la avenida, un carruaje que se detuvo obstruyéndole su paso y capoteando a demás gente, aún así el castaño no perdió de vista a la chica aquella, pero su rostro se desilusionó un poco al ver por donde ingresaba.

— Actriz — había pronunciado con cierto desdén.

Sin embargo, y sin saber por qué, el joven llegó hasta la puerta, más no entró; sólo se recargó en la pared.

En eso, de nuevo la puerta se abrió asomándose una castaña.

— ¿Vienes a la audición? — lo cuestionó y a la vez dándole el acceso.

Terruce sencillamente negó con la cabeza escuchando un complemento:

— Qué lástima, serías el Romeo perfecto.

El castaño, por su parte, no se sintió halagado y sólo miró la dirección que aquella osada tomaba.

Consiguientemente de repetirse por onceava vez:

¿A quién diablos estoy esperando?"

. . . lo siguiente sucedía en el interior del lujoso teatro, específicamente en la primera hilera de butacas:

— Miss Baker

La nombrada que entretenida participaba en la audición, se giró para ser informada:

— La vendedora le espera.

— Gracias, enseguida estoy con ella — respondió angelicalmente la rubia dama a la mensajera; e inmediatamente, se disculpó con los demás directores y buscó camino hacia su camerino.

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora