Parte 39

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Después de otro día y medio viajando en tren, ahora el grupo de jóvenes se les veía trepados en una ruidosa carreta jalada por dos delgados caballos, mientras transitaban una angosta vereda de terracería ubicada entre frondosos árboles y altísimas montañas donde en su punta, todavía había nieve.

En la parte trasera del casi destartalado vehículo, estaba Terruce, el cual, sentado con las piernas colgando, iba recorriendo con cierto interés el paisaje que tenía a su alrededor.

En eso, una sonrisa apareció en su rosto cuando su mirada se posó en una manada de ciervos, donde unos, conforme comían del mojado césped verde, otros, debido al traqueteo producido por las llantas de madera, levantaban sus cabezas en señal de alerta.

Sin embargo, él pronto comprendió el por qué; y es que Jack y Peter saltaron de la carreta con las claras intenciones de cazarlos.

De pronto, la desesperada sentencia ¡Corran por sus vidas! por parte de Coral y haciendo eco por todo el lugar, los ahuyentó; bueno, hasta el pobre castaño quiso hacerlo al grito dado que también casi le revienta los tímpanos.

No obstante, no pudo evitar reír cuando los jóvenes se devolvieron a ella amenazantes:

— ¡Mejor corre por la tuya, porque lo pagarás caro!

Terruce sólo alcanzó a ver cuando la rubia saltó cerca de su lado y emprendió veloz carrera en zigzagueantes direcciones tratando de evitar ser atrapada por los dos jóvenes, aunque lamentablemente apenas logró esquivarlos por un par de minutos, ya que Jack fue más veloz y finalmente la atrapó, mandándola al césped húmedo y montándose sobre de ella para torturarla picándole toscamente las costillas, haciendo que conforme la joven se reventaba en risas, pataleaba agresiva e intentando zafarse de su agresor, hasta que la escucharon pedir:

— ¡Ya no más!

— ¡Di que te rindes!

— ¡Sí, me rindo! ¡pero ya no más por favor!

Después de decir eso, el joven moreno se puso de pie y le ayudó a ella que mientras caminaba en dirección a su transporte se iba limpiando el pasto pegado en sus ropas.

Cuando la rubia llegó, a pesar de fingir una sonrisa, en los ojos de Terruce se expresó la molestia y optó por desviar la mirada hacia otro punto del hermoso paisaje que tenía enfrente para serenarse, así mismo como Luna se lo había recomendado desde que vio que su ceño se frunció a partir de cuando Coral cayó al césped y Jack lo hizo encima de ella, además, de que la trigueña le hubo recordado:

— No te olvides que primero somos familia.

A él no le faltaron ganas de "recordarle" también —Sí, pero ella ya es mi mujer —; empero, no pudo debido a que era secreto lo que sucedido entre castaño y rubia.

Como fuese; y como esos eran sus típicos juegos y Terruce no lo sabía, conforme se retomaba el camino a casa, después de disculparse, Coral se lo explicó y le prometió comportarse para la próxima vez.

Entonces, desechándose a un lado el amargo momento para el castaño, los jóvenes volvieron a seguirla pasando bien; y para hacer el viaje más ameno, Peter y Jack sacaron un par de armónicas y los ambientaron con sus notas producidas.

Así, transcurrió una hora; y antes de que la carreta cruzara un puente sobre un extenso y profundo río, los hermanos Jack y Luna se bajaron del transporte prometiéndose ver al día siguiente.

Para despedirse del castaño, Jack se le acercó y le extendió su mano diciéndole:

— Bienvenido a mi país, Yanqui.

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora