Parte 21

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Entre más parloteos graciosos por parte de Stear, se siguió el viaje; y había sido tan ameno para la mayoría que cuando menos lo pensaron, ¡ya habían arribado a Lakewood! donde...

Después de haber recibido calurosamente a Terruce y de éste información referente a la ubicación de Stear, con rostros sonrientes, Archie, Anthony y Albert aguardaban en la puerta principal de la mansión de las rosas por el descenso de los demás visitantes y darles debida bienvenida, mientras que el castaño con su clásico rostro serio, se quedó rezagado y con los brazos cruzados estaba recargado sobre una columna.

Empero, ellos no eran los únicos que observaban el vehículo recién estacionado afuera, sino que, adentro de la casa, sujetando la cortina del gran ventanal y curioseando, estaban Eliza y Annie quienes comentaron entre ellas:

— Ya llegó Patricia.

— Pero alguien más viene con ellos.

— Sí, sólo que no logró distin...

Hasta ahí llegó Eliza; y es que las dos jóvenes abrieron tamañas bocas y ojos al ver a la rubia.

Sin esperar más, morena y pelirroja salieron hechas unas trombas, deteniéndose abruptamente a media entrada para observar el recibimiento de Anthony que emocionado, exclamaba:

— ¡Candy! —, e intentó ponerse de pie apoyándose de los brazos de la silla de ruedas.

Por el esfuerzo, la rubia se apresuró a ir a su lado pidiéndole:

— ¡No lo hagas, por favor!

La impresión del joven era tal que después de ser ayudado devuelto a la silla, la tomó del rostro para mirarla bien y expresarle con ternura:

— ¡Sí, eres tú! ¡Es increíble que te tenga aquí frente a mí!

Ella, como pago a su atención, le sonrió lindamente colocando sus manos sobre las de él para sostenerlas.

En eso, a un rápido movimiento, ¡Anthony la besó! sorprendiendo a todos los presentes y sin saber que con su acto, a uno de ellos, le hirió severamente el orgullo.

Y es que, con el espectáculo Terruce, erguido, había dado un paso fiero apretando fuertemente los puños; mientras que Candy, ante el exabrupto y conocedora que el novio estaba presente, como pudo se zafó; y con ese hecho, Anthony comprendió su falta cometida y extendería apenadamente un:

— Perdón, Candy —; y también: — Mil disculpas, Tío.

— Está bien — dijeron a unísono aquellos.

No obstante, la mirada cargada de rabia que el castaño le dedicó exclusivamente a la rubia, la hizo temblar de pies a cabeza. Y para dejar a un lado el íntimo momento...

— Bienvenida a casa, Candy — alguien le habló.

La joven se desconcertó con la presencia del rubio mayor el cual le preguntaría:

— ¿Ya no te acuerdas de mí?

Ella hizo un gran esfuerzo en memorizar su rostro; entonces, él se presentaría para ayudarle:

— ¿Soy el señor Albert?

Con ello, la chica le recordaría:

— Sí —. Y sonriendo ligeramente, diría con sinceridad: — Qué gusto volver a verle.

Esa fría formalidad por parte de ella sacó a Albert de balance; y aún así el rubio sonaría amable:

— No más como el que nosotros estamos sintiendo ahora —. Y dirigiéndose a todos, los invitaba: — Vayamos adentro, por favor —, les indicó la puerta. — Hace mucho calor aquí; y allá podemos seguir con las presentaciones debidas en lo que les preparan sus respectivos aposentos.

UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora