Capítulo 36

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36 - ¿Eres como yo?

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36 - ¿Eres como yo?

Decidí ir en contra de las órdenes de Carson.

Sabía que no podía quedarme rondando por la casa si Dominic estaba allí, pero no creía poder soportar otro minuto encerrada en las cuatro paredes de la habitación de Oliver. Así que decidí salir.

Eran apenas las cinco de la tarde, y faltaban unas cuantas horas más para que el sol se ocultara. Era un tanto extraño acostumbrarme al clima de Monde Land; aquí siempre parecía nublado y gris.

En Rex era completamente lo opuesto, todos los días eran soleados y cálidos . Recuerdo que me encantaba pasar tiempo en los cultivos, bañándome en luz solar hasta que mis mejillas se volvían coloradas. A Oliver le solían salir pecas cuando pasábamos los días así.

Ahora no tiene ninguna, su piel se ha vuelto pálida, mezclándose a la perfección con el resto de los habitantes de aquí.

Era un tanto irónico que los climas de ambas ciudades reflejan mis sentimientos sobre ellas de la misma forma. Todos mis recuerdos en Rex eran cosas cálidas que añoraba. A diferencia de los de Monde Land, que parecían ser una tragedia tras otra.

Llevaba tan solo tres meses aquí, y ya me sentía como que había vivido mil vidas en esta ciudad de piedra: gris, dura y tragada por la naturaleza.

"La tierra de los sueños" era el eslogan. «De las pesadillas», pensé.

Antes de que pudiera darme cuenta de la familiaridad de la calle que estaba caminando, mis ojos captaron el pequeño cartel púrpura y dorado que deletreaba "Cuarto Menguante".

En cuanto me acerco un poco más, puedo ver a Deli parada en la puerta, tambaleándose en la punta de sus pies y revoloteando sus ojos por toda la longitud de la calle.

Doy unos cuantos pasos más en su dirección hasta que su mirada inquieta me encuentra.

—¡Max! — una expresión de alivio toma el lugar de la desesperada que llevaba antes. —Pensé que no funcionaba más... — murmura.

—¿Qué? — pregunto mientras me abraza con fuerza.

—Nada. — me sonríe. —He estado preocupada por ti.

Fuerzo una sonrisa, encontrando difícil creer sus palabras. —¿Por qué?

—Pues porque nadie sabía dónde estabas hace unos días. —dijo con obviedad. —Luke vino corriendo esa tarde y me pidió-

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