Capítulo 14

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14 - Respuestas II

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14 - Respuestas II

La semana que le siguió al funeral de mi madre fue una muy distinta. Por primera vez desde que había vuelto a Monde Land, me sentía motivada.

Sentía que ya no tenía una nube gris sobre mi cabeza, que ya no necesitaba odiar cada centímetro cuadrado de esta ciudad solo porque me obligaron a volver.

Quizás este sentimiento iba a ser temporal, pero por lo menos está presente ahora, y eso es lo que importa, ¿verdad?

Y, ¿qué era eso que me tenía motivada? Pues podía resumirse en un solo objeto. El libro morado.

Si soy sincera, no estaba cien por ciento segura de que lo que sentía era motivación, era más bien curiosidad, lo que me estaba carcomiendo la mente. Curiosidad por saber cuáles eran aquellas respuestas que ocultaban las páginas del libro misterioso.

Había pasado varios días planeando como iba a hacer para abrir el escrito que estaba tan tercamente sellado. Lo único que sabía era que tenía algo que ver con el fuego, pero no sabía muy bien cómo.

Hace dos días, luego de pensarlo y repensarlo cientos de veces, me animé a lanzar el libro a la hoguera. Espanto, fue mi primera reacción al ver que este no se prendía en llamas; simplemente estaba allí, rodeado del naranja, acostado sobre las brasas como si fuera una cuna acogedora. Luego, vino la impaciencia.

Estuve casi una tarde entera esperando que el libro combustione, pero nada le afectaba. Eventualmente lo termine sacando de la hoguera, completamente resignada y decepcionada ya que esa era la única idea que tenía en mente.

Luego de eso, decidí buscar alguna miga de información en la biblioteca del pueblo, que es donde me encuentro ahora.

El aroma a madera y café que inundaba el lugar era uno de los olores más exquisitos que había olfateado en mi vida, y aun más cuando este se mezclaba con el aroma de las páginas de los libros.

Bastó con unos pasos y una mirada boquiabierta a mí alrededor, que ya me había enamorado de este sitio. Las estanterías iban del suelo hasta el techo, que era tres veces más alto que un techo común y corriente. Todo era de madera oscura, que complementado con la iluminación cálida, hacían del lugar uno muy acogedor.

—¿Max? — Me doy la vuelta ante una voz femenina que llama mi nombre a mis espaldas.

—¿Nora?

—¡Ay mi cielo! Hace cuanto no te veo... — la mujer se abalanza a mí y me toma en sus brazos, abrazando mi cuerpo con fuerza como lo solía hacer cuando era pequeña.

Nora Fowler era la mamá de Oliver, también considerada mi segunda madre. Pues era ella la que cuidaba de mí y la que me enseñaba sobre la vida las incontables veces que mi verdadera mamá no podía.

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