Capítulo 03

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03 - El libro morado

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03 - El libro morado

Las tierras de Monde Land eran enormes, divididas en dos por el río Quin. Del lado Este, estaba el centro y la mayoría de la civilización; eso era en lo que pensabas cuando hablabas del pueblo de Monde Land.

Al norte, se ubicaban unas montañas hermosas -no muy altas- repletas de árboles de pino en donde se escondían las mansiones del pueblo. En las montañas era donde vivían las familias más ricas de Monde Land, lo cual era la mayoría de la población.

El resto de la gente, la cual consistía en las personas que atendían los negocios del centro, vivía en la llanura, al pie de las montañas. Donde también estaba la Plaza, el mercado, y el resto del centro.

Pero las montañas eran reservadas para los más prestigiados, aquellos que vivían de sus grandes empresas agricultoras, o terratenientes. Algunos tenían tierras en Rex, repletas de cultivos o ganadería que eran cuidados por los pueblerinos de allí. Otros solamente venían a Monde Land como hogar de invierno, ya que en esa estación , las montañas se pintaban de blanco y se transformaban en un lugar altamente turístico por su belleza.

Mi padre por ejemplo, era uno de los dueños del gran hotel de Monde Land. Hotel White Mountain. (Hotel Montaña Blanca)

El enorme edificio se encontraba en el medio de la montaña, pero cerca de la carretera principal y no muy lejos del centro. Era precioso, si soy honesta.

En fin, en eso consistía mi pueblo de origen. Me he criado rodeada de gente de clase alta y de mucha elegancia. Mi infancia consistió en brunchs y clases de etiqueta, fotografías en el periódico junto a mi familia y en honrar el prestigioso apellido Wilford.

Cuando nos mudamos a Rex, se sintió como respirar aire puro luego de estar sumergida bajo el agua. Odiaba la idea de tener que hacer de Monde Land mi hogar nuevamente cuando pasé la mayor parte de mi vida tratando de escapar de aquí.

Luego de un tramo sinuoso montaña arriba, llegamos a la mansión de mi padre. La gran residencia Wilford me miraba con una sonrisa aterradora que parecía querer devorarme.

Oigo a mi padre reír sin gracia y me doy vuelta para encontrarme con que está mirando dentro del maletero de su camioneta.

—Cierto que no tienes equipaje... — murmura y me dedica una sonrisa que no llega a sus ojos. —Mañana te daré dinero para que te compres cosas ¿sí?

Sin esperar que yo le responda, cierra la puerta del maletero y hace su camino hacia la altísima entrada de su hogar. Bueno, nuestro hogar.

Con pasos pequeños lo sigo, la inmensidad de la casa me intimida, me hace sentir que tengo ocho años otra vez.

Sigo a mi padre hasta la cocina, donde hay un hombre con un delantal cocinando y silbando. Mi padre carraspea su voz y este hombre se da la vuelta.

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