.36.

755 79 48
                                    

Pensé en mi siguiente jugada. Lola era brillante frente al juego de cartas, pero yo solo ansiaba ganar como siempre.

Sonreí con malicia y tiré la carta frente a ella.

- ¡no Luna! – comento enojada tirando las cartas con enojo - ¡eso fue trampa!

- ¿De qué se me acusa? – hable divertida – se supone que debes aprender a perder.

Enarco una de sus cejas observándome con seriedad.

- Ay Lola, no seas mala perdedora...

- No soy mala perdedora, estoy jugando frente a una tramposa. – se cruzó de brazos.

- ¿De verdad? – fruncí el ceño divertida – tu eres buena en estos juegos, ¿no será que me has dejado ganar?

- ¡Jamás!

Comencé a reírme junto a mi madre frente a aquella locura. Habían pasado dos semanas de que vivía aquí dentro. Conocí a muchas personas que se encontraban aquí por lo mismo o quizás estaban de pasada. Villa me hacía pasear por todo el hospital y hasta con algunos jugábamos carreras con nuestra silla de ruedas.

Sí, me movía mediante la silla ya que, con las quimioterapias diarias, el agotamiento era peor.

- ¡bien! – hablo mi madre levantándose de su asiento – es hora que te recuestes.

- ¿Qué? Pero mama ... es a penas las nueve de la noche. – hablo con molestia.

- Lo sé, Luna, pero debes descansar. – sonrió y tomo asiento a mi lado.

Me acomode en aquella horrible cama de hospital y bajo un suspiro observe a mi mama. Sonreí y entendí muchas cosas con tan solo su mirada. Por momentos quería volverme pequeña y quedarme en sus brazos, quería que curara mis heridas como cuando me caía de la bicicleta que me habían regalado.

Acaricio mi mejilla y terminé por reírme porque entendí que quería acomodar mi cabello que ya no se encontraba ahí.

- Te amo. – comento.

- Y yo a ti mama...

- ¿quieres que te cuente un cuento como cuando eras pequeña? – hablo divertida.

- Si quieres... - moví mis hombros con una pequeña sonrisa.

Mi madre se acercó un poco más a mí y me abrazo por los hombros para acurrucarme contra su pecho. Su corazón latía de forma tranquila y por esas razones aquel sonido me trasmitía la paz que buscaba todos los días. Lola bordeo la cama y se acomodó a mi otro costado. Escuche el suspiro sonoro de mi mama y desde ese momento mi cabeza comenzó a imaginar la historia.

Hacía mucho tiempo que los animales deseaban averiguar a qué sabía la luna.

¿Sería dulce o salada? Tan solo querían probar un pedacito.

Por las noches, miraban ansiosos hacia el cielo. Se estiraban e intentaban cogerla, alargando el cuello, las piernas y los brazos. Pero todo fue en vano, y ni el animal más grande pudo alcanzarla.

Un buen día, la pequeña tortuga decidió subir a la montaña más alta para poder tocar la luna.

Desde allí arriba, la luna estaba más cerca; pero la tortuga no podía tocarla. Entonces, llamó al elefante.

- Si te subes a mi espalda, tal vez lleguemos a la luna.

Esta pensó que se trataba de un juego y, a medida que el elefante se acercaba, ella se alejaba un poco.

Amor clasificado - Juan Pablo VillamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora