Eight🥀.

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"11 minutes", Halsey, YUNGBLUD ft. Travis Barker.
(Ya)

—¡Yongbok! ¡¿Cómo es posible que no hayáis hecho tus deberes?! —gritó la mujer rubia, con su vestido de sencillo y de colores simples, corriendo por el pasillo trasero del castillo—. ¡Me he enterado por parte de Julie que os has roto una de las sábanas preferidas del príncipe mientras os lavabas!

De entre los arbustos de rosas blancas una cabellera rubia algo rizada salió, sus mejillas rosas por el sol y su cabello desaliñado lleno de hojas verdes y algunas ramitas secas.

El pecoso sonrió levemente a su madre, pareciéndole totalmente estúpido el hecho de haber roto una que otra sábana del príncipe y mucho menos importándole el hecho de que no haya hecho sus deberes.

—¿Qué hacéis allí, Yongbok? ¿Os estáis tramando algo raro, verdad? —reclamó su madre.

Arregló su vestido y su delantal algo sucio por estar en las llamas atizando la comida para los reyes, aunque estos parecían ser demasiado críticos con su comida y casi nunca comían de ella. Guardando la calma con su hijo porque de verdad le estaba exigiendo demasiado, apenas y era un crío de quince años, ¿qué iba a saber él de ganarse la vida como lo hace su madre?
 
—No, madre —negó rápidamente—. Pero ¡mirad! Os he cortado estas hermosas rosas para vos, ¿os gustan? —cuestionó inocentemente, tendiendo su pequeña mano delgada hacía su progenitora. Mostrando el ramo de rosas blancas perfectas, recién bañadas con el rocío de la lluvia mañanera.

La mujer rubia abrió sus ojos sorprendida, y tapó su boca con una mano, viéndose totalmente abrumada observando las manos algo cortadas de su hijo único por estar cortando con ellas las rosas. Sus dedos pinchados llenos de sangre y haciéndolo parecer doloroso, su hermosas manos delicadas dignas de un noble aunque no lo fuera, manchadas de sangre carmesí. Pero no solamente eso le sorprendía, sino el hecho de que hubiera cortado esas rosas blancas.

—¡Yongbok! —exclamó horrorizada—, ¿qué habéis hecho? ¡Son las rosas del príncipe! ¡Solamente él os puede tocarlas! ¡Yongbok, os pueden echarte del castillo sí el príncipe llegase a enteraros de vuestra gracia! —regañó la mujer, totalmente encolerizada.

El pecoso se encogió en su lugar levemente, mirando fijamente las rosas en sus manos, sus ojos llenándose de lágrimas al instante del gran regaño que su progenitora le había dado, bajando la mirada totalmente apenado.

—¿No creéis que es un tanto estúpido? Es naturaleza, todos pueden tocar y ver —musitó el pecoso, intentando reprimir sus lágrimas para parecer fuerte—. No tendré estudios concretos, pero os pienso que las rosas no pueden ser sólo suyas, crecen y se forman gracias a la naturaleza y la naturaleza es de todos. Las rosas también pueden ser mías. —dijo, jugando con sus dedos entre sí, observando el palo de la rosa manchado con algo de su sangre por cortarlas así y no buscar un par de tijeras.

La mujer rubia iba a objetar ante las palabras de su hijo pero sus ojos se bañaron de pánico rápidamente y se dobló en su lugar, haciendo una reverencia ante otra presencia que había llegado allí.

Yongbok frunció el ceño levemente, confundiéndose de ver a su madre hacer una reverencia a lo que parecía ser su frente, e iba a preguntar que le sucedía cuando una voz interrumpió ante sus pensamientos:

—Sois muy inteligente para no tener estudios concretos, y vuestra mera razón esta bien dirigida —dijo tajante aquella voz no tan desconocida—. Más, cabe deciros, que esas rosas blancas son mías, puesto aquí en Australia no se dan ese tipo de rosas, fui a buscarlas a Francia con la idea de plantarlas en mi jardín, desde entonces he regado y cuidado de ella desde hace cinco años exactamente. Mis motivos tengo para enojarme, pues me he esforzado mucho en cuidarlas, y sé que sois un novato que ni siquiera mi cara conocéis, pero os debiáis haber preguntando primero antes de cortar mis rosas.

Take. Cһªⁿʟı×Donde viven las historias. Descúbrelo ahora