Prologue🦋.

98 21 7
                                    

"Cold", Aqualung & Lucy Shcwartz.
(Ya)

Tristeza se quedaba corto a lo que sentía.

Estaba deprimido, inestable, totalmente dolido y sin creerlo. Su pecho estaba en una presión constante mientras veía el ataúd negro a su frente, cargado por demás familiares de quien una vez fue su mejor amigo, dando su último recorrido por el lugar que lo vio nacer, crecer y ahora morir.

Caminaba pero no sentía que lo hiciera, su cabeza estaba en otro lugar porque simplemente no lo creía. No podía creerlo. ¿Cómo es que esto sucedió? ¿Por qué había sucedido?

Pensó que las lágrimas se habían acabado cuando se enteró de la noticia y pasó toda la noche llorando, pero no, aún seguían bajando por sus mejillas como cascadas. Calientes. Dolorosas. Dolía muchísimo, demasiado.

Su garganta ardía de lo mucho que había gritado. Sus brazos dolían de lo mucho que los había arrascado. Su nariz goteaba desde hace horas y no se detenía. Pero, por sobretodo, su pecho estaba tan apretado que dolía hasta respirar. ¿Siquiera estaba respirando de verdad?

Cuando finalmente llegaron al cementerio qensó que era un sueño, una horrible pesadilla, que esto en realidad no estaba pasando. Quería creer que no, pero no era así, para su desgracia.

Los obreros tomaron el ataúd, colocándolo sobre el gran agujero en la tierra que habían cavado para sus restos. Y todo de él tembló.

Nadie nunca tenía bonitos recuerdos sobre un cementerio, primero fue su querida madre en California y ahora su mejor amigo, él único que sí estuvo para él, él único que lo apoyó, él único que nunca lo juzgó por llorar sin parar cuando quiso morir, él único que lo sostuvo en sus brazos hasta poder logar dormirse. Y justo ahora, él chico que lo había dejado con un dolor muchísimo más grande que nunca pensó que llegaría a experimentar.

Se desplomó en el suelo cuando todo dio vueltas a su alrededor, Christopher se acercó en un parpadeo para poder sostenerlo y que no se hiciera tanto daño, pero ahora no quería sus brazos, no quería nada. Sólo quería que todo esto fuera falso, que en realidad no estaba pasando.

Tomó la tierra debajo de sus manos y la apretó con fuerza, sus propias lágrimas mojándola como si un vaso de agua hubiera sido derramado encima de la superficie. No sollozó, no emitió ningún sonido, no podía siquiera balbucear del dolor que sentía.

El sacerdote que había traído la señora Ághata empezó a dar su misa, diciendo millones de cosas que verdaderamente no prestó atención. Sabía de la fé incondicional de su mejor amigo pero ahora se preguntaba dónde coño estuvo Dios en ese momento, ¿dónde? Él no había hecho nada por él.

Las madres de Jake lloraban abrazándose, y Andrew lanzaba la tierra para sepultar a su hermano menor, mientras sollozaba escandaloso. Básicamente nadie le estaba prestando atención a ese jodido hombre que hablaba sobre un Dios que no hizo nada para salvarlo, que lo dejó morir cuando no debía. Aún le faltaban muchas cosas por hacer, por vivir... Era injusto. Malditamente injusto.

Sunghoon regresó de Chicago apenas se le fue enterado horas después del fatídico acontecimiento, junto con Sunwoo. También se le fue avisado a Yeji y a todo aquel que conocía a Jake. Y todos estaban reunidos ahí, todos juntos después de mucho tiempo pero lastimosamente para presenciar el entierro de uno de los suyos.

Finalmente el sacerdote terminó de dar sus palabras, aunque todos lo hayan ignorado, y Sunghoon se acercó al ataúd ya totalmente sepultado, dejando un ramo de flores allí, y luego la medalla de oro que ganó en las olimpiadas de patinaje artístico sobre hielo en Chicago. La que le prometió a Jake que ganaría desde que estaban en la preparatoria.

Take. Cһªⁿʟı×Donde viven las historias. Descúbrelo ahora