«No importa cuán injusto veas todo lo que sucede en este lugar ¡No te metas! No me hagas pelear con todos por ti. Aquí debes tener presente una cosa. Eres tú y nadie más. Debes preservar tu vida. Si el resto es incapaz de hacerlo es su problema, no tuyo ¿Entiendes, Alan? ¡No es tu problema!».
Los nuevos reos habían llegado tres días atrás. Había uno en particular que llamó la atención de Alan.
Un pobre infeliz diminuto y de rasgos delicados. Un nudo de rabia e impotencia se le hizo en la garganta cuando lo vio. Sobre todo, después de ver quién era el compañero de celda que le había tocado.
«Alessio Casciari. Un bastardo que comercia a los presos más débiles con los importantes, logrando favores».
Christian lo había descrito de una manera tan precisa. El muchacho nuevo apenas caminó entre las mesas, bajo el silencio atroz de ese espacio lúgubre.
Alessio lo alquiló como una prostituta barata a tres mastodontes, que lo habían golpeado y abusado hasta dejarlo inconsciente. Alan contuvo las lágrimas por enésima vez, al recordar los alaridos de dolor de esa pobre alma los días anteriores.
Christian había bajado de su litera, para abrazarlo y confortarlo, pero el sufrimiento y la angustia de un ser humano no era algo que Alan pasaba por alto.
Él y Christian no almorzaban juntos, de hecho, nunca lo estaban cuando les permitían la hora de recreación y almuerzo.
Alan era la puta de Christian. Así es como debía lucir, ni más ni menos. Las muestras de afecto o incluso una simple sonrisa quedaban supeditadas a la celda. A ese espacio que se estaba convirtiendo en su casa. Por más duro que pareciera.
—¿Cómo carajo logra comerciar así a los prisioneros más débiles?
—Fácil. Es amigo de Mathews Richter.
Corrupción e inhumanidad. Qué gran cóctel para las desavenencias. Tragedia y locura.
«Elías».
Alan había escuchado el nombre de ese muchacho. Se puso de pie con su bandeja con comida, y caminó hacia él. Giró su cabeza hacia Christian, quien quería asesinarlo con la mirada.
«No me hagas el trabajo de cuidarte más difícil todavía».
¡Vamos! ¡No estaba haciendo nada! Solo acercarse a ese muchacho que estaba viviendo un infierno.
—Hola —dijo cerca de Elías y este, asustado, tiró el tenedor—. Mierda, perdona.
Alan le entregó la pieza de plástico, y escrutó las vendas improvisadas que habían puesto en sus manos. Los bastardos le habían sacado hasta las uñas.
Ese lugar no era una penitenciaria, sino más bien un campo de concentración. Las torturas formaban parte del quehacer diario, tanto de prisioneros como de guardias. Este hombre era prueba viviente de la voracidad de Erebo.
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Cuando te perdí T.JdP Libro 1 (gay +18)
Romance"No hay nada peor que un inocente en prisión, no hay nada más aberrante que expiar las culpas de un asesino impune en manos de bestias sádicas cansadas del encierro. Esta es mi historia, la historia del joven que fui y en el que me convertí". Alan...