«Quiero tener la fuerza para protegerte. Para vengar cada daño que nos han hecho, y cuando todo termine, ser feliz contigo a mi lado. ¿Es demasiado pedir?».
Temblaba.
Christian daba pequeños espasmos cuando Alan limpiaba sus heridas, por temor a que se infectaran. Eran tantas, de distintos tamaños y formas, dibujos macabros marcando la piel dorada y hermosa. Él era hermoso, sin importar cuanto se esforzaran en quitarle eso, jamás lo lograrían. Estaba hirviendo, pero el calor del ambiente era tal que Alan desconocía si era el lugar o la fiebre tomando espacio en el cuerpo de su amante.—No me dejes, por favor, no lo hagas. —Le susurró con los ojos llenos de lágrimas, envuelto en una tristeza más grande que su propia existencia, más inmensa que la condena misma. Christian lo tenía, lo había atrapado en una red con tal fuerza que era incapaz de huir y, además, estaba tan a gusto, que esa idea ni siquiera le pasaba por la cabeza. Estuvo toda la noche a su lado, abrazado a su cuerpo por miedo a que el alma se le escapara. Por temor a que ese bastardo decidiera escapar de la vida, y dejarlo, vagando por el infierno.
La respiración de Christian se entrecortaba, las heridas internas de seguro eran cuantiosas. Alan lo había tocado por todos lados buscando huesos rotos. Increíblemente, no había encontrado nada, más allá de la nariz; la cual había obliterado con pedazos de trapo para contener la hemorragia. Las marcas violáceas atravesaban su rostro y cuello, cortes transversales y verticales en cada porción de sus impresionantes músculos.
—Necesitas un médico —musitó acariciando la frente, y Christian se movió buscando el contacto.
—Alan.
—Sí, aquí estoy. —El hombre besó sus labios con dulzura.
—¿Ya es viernes?
—No. Es jueves, estamos apenas entrando en el amanecer. —Christian respiró hondo, intentó moverse en la estrecha cama y dio un quejido de dolor—. Quédate quieto. Estás muy herido.
—No importa. —Apoyó las palmas de las manos en el colchón, para darse impulso y sentarse.
—Deja de forzar tu cuerpo, hombre. Estás mal.
—Estamos muy cerca, Alan. No nos vamos a dar el lujo de perder una oportunidad.
—¿De qué hablas?
—Mañana, nuestro pasaporte para salir de aquí es mañana —dijo Christian sin aliento, incorporándose en la cama
—No entiendo una mierda, Emerson. ¿Qué es lo que pasa mañana?
—¿Sabes por qué a este lugar se lo conoce como Erebo?
—¿Por las cosas que vives aquí? —indagó con inocencia.
—No, amigo, por el torneo.
Y de pronto, muchas piezas encajaron. Lo del ring, la rivalidad de Richter, el miedo en la cara de los prisioneros cuando llevaron a Christian a confinamiento, los guardias hablando de apuestas. Erebo no solo era un lugar de muerte, sino también un motor para generar riquezas.
—¿Hay peleas?
—Vienen de todo el mundo, lo mejor de lo mejor. Reos, miembros de las fuerzas especiales, todos lo que quieran una aventura. Obvio, nosotros como prisioneros, no tenemos la posibilidad de elegir —habló Christian, y se humedeció los labios resecos.
—No vas a pelear en estas condiciones.
—Alan. —Suspiró profundo. Era hora de contar la verdad—. Tuve... una pareja antes de ti, hace un par de años.
El muchacho asintió, con un atisbo de molestia, un pequeño aguijón de posesividad sobre un hombre que no le pertenecía.
—Era de quien hablaba Mathews.
—¡Él lo mató!, junto con el resto de los guardias —declaró, con dolor—. Estaba sobre el ring, eran las finales. Estaba frente a un tipo que era mercenario, muy joven y rápido. Letal, cada golpe te hacía ver las estrellas.
—¿Te estaba ganando?
—Me estaba haciendo papilla, sin embargo, no me desesperé, sino que aguardé mi oportunidad y llegó el tercer asalto. —Christian sonrió por un segundo, ese recuerdo, volviendo con nitidez como si se tratara de una imagen en alta definición—. Gané al final. Logré coronarme campeón, y con eso volví millonarios a ambos, bajé del ring y busqué a mi pareja. —Los orbes esmeraldas se clavaron en Alan, quien negó.
—¿Lo mataron? —indagó en un susurro.
La voz no salía, Christian se acomodó en la cama e intentaba hablarle, sin embargo, resultaba imposible.
—Lo abrieron de par en par, como si se tratara de un animal, y lo colgaron en el patio. El hijo de puta de Richter, y algunos de los guardias que habían perdido debido a que apostaron en mi contra.
—¿Qué hiciste? —Alan se cubrió la boca, su rostro lleno de estupor y tristeza.
—Fui hacia él y me arrodillé frente a esa imagen que jamás se iría de mi mente. Algunos me ayudaron a bajarlo del palo donde lo habían colgado y lo abracé, una y otra vez, lo apreté contra mi cuerpo, llenándome de sangre y dolor. Grité con tanta fuerza que varios corrieron de espanto.
—Dios mío.
—Alexander.
—¿Disculpa?
—Así se llama el ruso al que me enfrenté en el último combate, el mismo que se acercó a mí y me contuvo. Pese a que lo había derrotado en el ring. El tipo vino hacia mí, y me sujetó para que no cometiera una locura. Fue cuando me hizo entender.
—¿Qué cosa?
—No iba a llevar adelante cualquier venganza. Íbamos a terminar con Erebo, para siempre. Nadie más sufriría lo que yo padecí, y junto conmigo cientos de personas.
—¿Vas a matar a Richter?
—Entre otras cosas.
—¿Cómo lo harás? —Era una locura, Alan apenas creía lo que escuchaba.
—Mañana durante la pelea, Alberto y algunos más colocarán explosivos caseros que hemos ido armando durante varios meses a escondidas de los guardias. Vamos a hundir la puta isla.
—¿Qué hay de nosotros?
—Descuida, he tenido demasiado tiempo para planear paso a paso cada cosa. Esta es la oportunidad que he esperado, y sin importar que esté muriendo, no la desperdiciaré.
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Cuando te perdí T.JdP Libro 1 (gay +18)
Romance"No hay nada peor que un inocente en prisión, no hay nada más aberrante que expiar las culpas de un asesino impune en manos de bestias sádicas cansadas del encierro. Esta es mi historia, la historia del joven que fui y en el que me convertí". Alan...