4 Lágrimas de sangre 💖🔥

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Hubo un tiempo,
en el que quería navegar.
Besar tus labios,
tener tus manos.
Hubo un tiempo,
en el que fui feliz.

Veinte años atrás.

Era un día de junio, con un sol ardiente en Kansas, cuando la vida de Alan Novak cambió para siempre. Hijo único, estudiante de publicidad. Curioso, inteligente, y amable. Pasaba más tiempo en bibliotecas que en bares. Tenía una novia. Una joven hermosa que compartía sus mismos ideales. Una vida feliz, tranquila, y en paz.

Entonces, la suerte cambió de rumbo. Una ruleta de casino que le dijo que había perdido todo en un segundo. Tan solo por un acto de justicia, por el simple hecho de que él jamás se quedaría de brazos cruzados frente al dolor de otros. Ese fue su gran karma.

Ese jueves terminó las clases más temprano, y caminó hacia su casa como normalmente lo hacía, pero antes, paró en una panadería, a dos cuadras de la universidad, a comprar uno de los pasteles de fresa que a su madre tanto le encantaban.

Había cobrado el dinero de la beca mensual y, si bien era escaso, decidió que se daría ese lujo para compartir con ella y su papá.

Alan ingresó al local y, de inmediato, Margaret, la dueña de la panadería, le dio una sonrisa.

—¡Alan! ¡Ya te extrañaba este mes! ¿Cómo has estado?

—Muy bien, señora. Listo para regresar a casa.

—Nada de biblioteca hoy.

—No, hoy voy a dedicarme el día solamente a mí y a mi familia —dijo con una gran sonrisa.

Margaret ni siquiera preguntó lo que llevaría. Los hábitos del joven eran muy estrictos. Un par de veces al mes pasaba por la panadería, y elegía el mismo postre, sin excepción. La señora preparó el pastel en una caja blanca, con un moño de ribetes dorados, junto a un par de donas rellenas con crema, en una bolsa de papel.

—Esto es para ti.

Alan abrió en grande sus ojos, esos orbes negros como la noche que decían tanto sin esbozar una palabra.

—No, en serio. Ya le he dicho que no es necesario.

—Lo sé. Yo quiero hacerlo. —Lo reprendió con ternura.

Margaret estimaba al muchacho, de quien conocía muchas cosas gracias a esas conversaciones que ocurrían cuando la gran cantidad de clientes, que iban y venían, eran atendidos por el resto de los empleados. En esos momentos, ellos tenían más tiempo para hablar.

Alan sonrió ante el regalo. El lindo hoyuelo en su mejilla hizo su aparición. Reía poco, sin embargo, cuando lo hacía, todo se iluminaba.

—Gracias, de verdad. —Tomó el paquete, cuando un sujeto de gran porte ingresó al establecimiento.

Cuando te perdí T.JdP Libro 1 (gay +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora