15 Una promesa de venganza💖🔥

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—Buenos días, señoritas

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—Buenos días, señoritas. —La voz de Mathews resonó detrás de ellos, cuando caminaron por los pasillos rumbo al patio central.

Alan lo odiaba al punto de las náuseas. Un odio tan recalcitrante como a nadie más en este mundo.

La humillación cuando se conocieron, los abusos que permitía, la distribución de drogas entre los reos, la prostitución de algunos para mantener contentos a los más dominantes y, de ese modo, impedir un motín. Era una maldita sanguijuela, la cual, con gusto reventaría en el piso de un solo golpe.

—Déjanos en paz, Richter —gritó Christian, mientras Alan ni siquiera lo miró. Eso lo irritó profundamente. Acción que lo llevó a sujetarlo por un brazo.

—Suéltame.

—¿Y si no quiero?

Los guardias cerca de ellos se pusieron en alerta, levantando las armas. Los presos se detuvieron, esperando lo peor. El alma de Alan se congeló. Sus ojos sobre ese bastardo que se creía el dueño del mundo.

—¿Sabes lo que le pasó a la última putita de Emerson?

—Richter. —Christian tensó la mandíbula, dio pasos hacia el guardia. Dos hombres lo detuvieron.

—¿En serio no le has contado? —Alan tragó saliva y cruzó su brazo sobre el de Mathews para soltar el agarre—. Emerson se cree muy rudo, y sus putitas piensan que las va a proteger, pero ¿qué pasa cuando él está en medio del ring y los muchachos quieren divertirse con su chica?

—¿De qué peleas...?

—¿Estoy hablando? —completó la frase que se le había entrecortado a Alan—. Espera al viernes y lo verás. Tu protector es un maldito tiburón que se vuelve loco con un poco de sangre, es más, esa vez estaba tan perdido en la pelea que ni siquiera advirtió cuando su perra desapareció.

—Eres un cerdo —pronunció con asco Alan a ese monstruo con apariencia de ser humano—. No eres ni la mitad de hombre de lo que es Emerson, sin importar lo que hagas, lo mucho que me dañes, a él, o a sus parejas. Nunca, y escúchame bien, nunca le llegarás a los talones.

La ira bramó en el rostro de Mathews, su mano fue hacia el cuello de Alan, y lo presionó con todo lo que tenía.

—¡No! —gritó Christian, golpeando a los dos guardias. Esto provocó que varios corrieran hacia él para sostenerlo.

Richter no se inmutó. Alan sujetó las manos del tipo y trató de salir del estrangulamiento, pero era imposible. El aire lo abandonaba, y la desesperación lo hacía buscar formas inútiles de conseguir algo de oxígeno. Varios disparos obligaron a que el resto de la población carcelaria fuera al piso.

No había escapatoria.

Richter presionó una y otra vez. Alan cayó de rodillas, creyendo que su cuello en cualquier momento se rompería y liberaría litros de sangre en el piso ante el estupor de los reos, y los gritos desaforados de Christian, a quien los guardias golpeaban con brutalidad, sin darle respiro. Se asemejaba a un animal salvaje, a un pobre ser que le estaban quitando lo más sagrado, lo que lo mantenía cuerdo. Eso que le daba vida.

—¡Hijo de puta! ¡Suéltalo! ¡Te voy a matar, Richter! ¡Esta vez no te escaparás!

Mathews suspiró cansado, en una completa tranquilidad psicópata en cada poro de su estructura.

—¿Sabes que has logrado con tu insulto querido, Novak? —La mano abandonó el cuello y el aire entró como una estampida de búfalos, causando ahogos y tos en el muchacho.

Alan continuaba de rodillas, apoyó sus manos en el piso e intentó enfocar la vista. Boqueaba por aire, lo quería absorber con ansiedad.

Richter sonrió cuando la cabeza de Emerson dio en el piso, bañado en sangre. Alan se quebró en llanto y buscó tocarlo, arrastrándose hacia él. Los guardias se lo impidieron.

—¿Crees en las segundas oportunidades, Alan? —preguntó de nuevo Richter, y el muchacho lo observó.

—¿Qué quieres? ¿Qué buscas en mí?

—¿De ti? —Richter se agachó, y lo tomó del mentón, girando su cabeza hacia Christian—. No se trata de ti, Novak, sino de él. Llévenlo a confinamiento, dos días ahí le enseñarán a este bastardo que puedo adueñarme de lo que sea, incluido su novio.

—No me vas a tocar —pronunció Alan, con la ira burbujeando en su estómago.

—Tranquilo, amigo —sonrió—. Ya te lo dije, esto nunca se trató de ti.

—¿Entonces? ¿Deseas a Christian? —cuestionó Alan en busca de respuestas.

—Pregúntale a tu amiguito qué sucedió con su antigua puta cuando regrese del confinamiento. Confía en mí, es una historia escabrosa.

Alan llevó su vista hacia Christian de nuevo y se lanzó sobre él, abrazándolo en el piso, luchando con los guardias. El hombre tomó su rostro y habló en un susurro.

—No hagas nada —ordenó muy despacio.

—Pero...

—Amor, muy pronto tendremos lo que deseamos.

—¿No podemos tener lo que deseo ahora?

—Claro que sí —respondió—. Ansías venganza, pues... ¡La tendremos! Te lo juro, aunque muera en el intento.

Una nueva pesadilla, de esas que tienen monstruos, y dos víctimas presas del dolor.

Seis guardias arrastraron a Christian por los pasillos hasta el sector de confinamiento.

Alan se levantó del suelo y se cubrió el rostro bañado en lágrimas. Los guardias hicieron que los reos se pusieran en pie y caminaran hacia el patio. Aunque trató de perseguir a los guardias, fue imposible. Uno de ellos le dio un par de golpes en el estómago, que lo dejó sin aire para avanzar, y de este modo, fue llevado otra vez a su celda.

Golpeó, pateó la puerta con todas sus fuerzas, gritó hasta que sus pulmones estuvieron a punto de sangrar por el esfuerzo. Por momentos, se derrumbaba en llanto, por otros, rezaba. Lo hacía, rogaba a Dios para que no lo mataran, porque si él era un alivio para Christian, era recíproco. No iba a vivir sin él, se negaba a hacerlo.

Dos días, dos malditos días que se asemejaron a dos siglos. Christian, como una bolsa de huesos y magullones, fue arrojado a la celda de nuevo, y Alan gritó de horror creyendo que estaba muerto. No sabía hacia dónde tocar, de pronto, ese enorme hombre parecía de cristal. La manzana de Adán de su amante se movió, y Alan entendió que este necesitaba hidratarse. Buscó un jarro y lo llenó de agua, pedazos de tela, los cuales cortó en forma de vendas. Sus fuerzas le permitieron arrastrarlo a su litera, y reposar su cuerpo allí.

—Christian —susurró, con su garganta endurecida, por el esfuerzo de gritar y maldecir por horas.

—Dame tu mano —musitó el hombre, estirando su brazo hacia el muchacho, quien obedeció de inmediato—. Lo que Richter te contó...

—No —interrumpió—. No me interesa, yo estoy contigo ahora. No me interesa tu pasado, y por favor, deja de gastar energías.

Allí estaban esas esmeraldas que lo escrutaban con ternura y dolor. Alan le acarició el rostro, limpiándolo. A su memoria vino la promesa de fuego, esa promesa inquebrantable que ese moribundo le había hecho. Confiaría en él, pronto, muy pronto esos bastardos recibirían el castigo que se merecían.

—Descuida, amor —dijo Alan, con dulzura—. Vas a mejorarte, yo te cuidaré.

Cuando te perdí T.JdP Libro 1 (gay +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora