—Espera. —Cerré mis ojos mientras la lengua de ese impresionante hombre se deslizaba por mi mandíbula hasta mi cuello, y sus manos comenzaban a tocar por debajo de mi camisa. No quería parar, por Dios, esa era la idea más tonta que se me había ocurrido en mi vida, y eso que he tenido varias que pueden competir—. Por favor, detente.
Y esta vez, los ojos azules se abrieron y se posaron en mí. Mi voz quejumbrosa y cargada de dudas lo sobresaltó.
—¿Qué te pasa? ¿Te arrepentiste? —Frunció el ceño, desconcertado, aun así, sus manos no dejaban de ir y venir sobre mi cuerpo. Era un error, debía serlo, ¿sería posible que todo el universo hubiera conspirado atrayendo a un Emerson a mí?
—¿Stephen Emerson? —Sonrió y se humedeció los labios.
—Sí, ese es mi apellido. ¿Por qué? ¿Piensas que te he engañado?
—Es que... —No me dejó terminar de hablar. Su boca ansiosa cayó en mis labios por enésima y yo, como una pobre alma débil y necesitada, cedía, una y otra vez—. No puedo —balbuceé, en medio de los besos apabullantes que llenaban cada centímetro de piel desnuda, sus dedos talentosos se concentraron en desprender mi camisa.
—Vamos, si vas a negarte, hazlo en serio. No me digas, no puedo y gimas después de eso. —Stephen sujetó mi rostro. Yo estaba aturdido, debía preguntar.
—¿Qué edad tienes?
—Veinte, ¿y tú?
—Dieciocho —agregué, mientras mi cuerpo temblaba—. Tú no pareces de esa edad.
—Gracias por llamarme viejo. —Su voz estaba llena de diversión.
—¿Conoces a Christian Emerson?
Sus músculos se tensaron, como si millones de pinchazos lo hubieran atravesado en menos de un segundo. Sus ojos oscuros por la lujuria, de pronto, se tornaron azules nítidos.
—¿Qué dijiste?
Tragué saliva cuando el agarre en mi cuello se tornó brusco.
—¿Eres algo de él?
—Hijos de puta. ¡Lo sabía! —gritó dándome un empujón contra la pared que casi quiebra mi espalda. Stephen saltó al otro lado de la cama, y debajo de esta, obtuvo un arma calibre cuarenta y cinco con silenciador. Sacó el seguro y me apuntó—. ¿Quién mierda eres, bastardo?
—Espera yo. —Levanté las manos en señal de rendición.
—¡Contesta! —Movió el gatillo y acomodó la bala para disparar. Levanté las manos un poco más y negué, una y otra vez.
—¡No me dispares! ¡Déjame explicar!
—Tienes cinco segundos y contando. Más te vale que te apresures.
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Cuando te perdí T.JdP Libro 1 (gay +18)
Romance"No hay nada peor que un inocente en prisión, no hay nada más aberrante que expiar las culpas de un asesino impune en manos de bestias sádicas cansadas del encierro. Esta es mi historia, la historia del joven que fui y en el que me convertí". Alan...