27 En viaje💖🔥

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«Hoy, voy a ver con tus ojos, acariciar con tus manos, y besar con tus labios. Esta noche, después de veinte años, somos uno».

Alan leyó el trozo de papel, ese que había escrito la noche anterior, mientras su mente se llenaba de recuerdos sobre ese hombre que vivía, y que esperaba como él.

La vida los había cambiado. Alan ya no era el muchacho de veinte años de negra cabellera y delgadez. Se observó en el espejo desnudo, y se dio cuenta de que había engordado varios kilos. Los rollitos se formaban alrededor del cinturón, cuando lo apretaba. Algunas canas también habían salido, y se había dejado algo de barba. Ya no tenía rostro de eterno adolescente. De repente, tuvo miedo de lo que vendría; de decepcionar a Christian, que su amor no fuera suficiente, no encajar en su mundo.

¿Por qué se habían mudado de forma constante como le había dicho Stephen? ¿Quién había matado a su esposa? ¿Qué los había llevado a internarse en un lugar como Alaska?

Tantas preguntas, ¿y si Christian de pronto no deseaba responder? ¿Si volvía a perderlo?

Harían cinco kilómetros por tierra, después de todo, Stephen no iba a dejar tirado su camión solo por su capricho de llegar más rápido. Había esperado veinte años, ¿qué pasaría si aguantaba tres o cuatro días más?

Alan sintió el ruido de la tostadora, eso lo trajo de nuevo al presente, a lo que estaba viviendo, cuando Stephen y su hijo bajaron al comedor.

—Buenos días —dijeron ambos y él les acercó la cafetera.

—Ven, Jonny, ayúdame a llevar el desayuno a la mesa. —Jonathan asintió y se acercó lentamente a su padre, quien frunció el ceño—. ¿Te encuentras bien?

—Sí, ¿por qué?

—Estás rojo, ¿tienes fiebre? Estás hirviendo.

—No, papá, tengo rojas las mejillas, nada más.

Stephen tosió, detrás de ellos.

—Lo lamento, necesito un poco de agua.

—Por supuesto —aclaró Alan—. Es tu casa, sírvete lo que gustes.

—Gracias, Alan. —Stephen sonrió y asintió. De hecho, se había servido todo lo que había deseado de esa casa, por la noche, y media hora antes de bajar a desayunar.

—Hijo, ¿tienes todo preparado?

—Sí, casi todo, papá, ¿y tú? —preguntó Jonathan con una gran sonrisa, feliz por el entusiasmo de su padre.

—Sí, vuelvo en un minuto. Por favor, dale jugo de naranja a Stephen.

Alan salió del comedor y Jonathan le acercó la jarra con jugo de naranja, no sin antes rozar su mano a propósito.

—Lo lamento —expresó conteniendo la risa. Stephen llevó el café a sus labios y dio un sorbo.

—Tu padre tiene razón, tienes rojas las mejillas.

—Ni siquiera te atrevas a hacer una broma con eso —advirtió Jonathan. Stephen lanzó una risa floja, y fue cuando Alan regresó.

—Irina llamó anoche. No quiere que vayamos a Alaska, tiene miedo —agregó Alan con tristeza. Era lógico, estaban confiando en un hombre del cual no sabían nada. Stephen podía ser un gran amante, pero nada explicaba el motivo por el cual, llevaba un arma encima todo el tiempo, ni tampoco la forma en que se defendió y lo persiguió en el hotel. Era un misterio, e Irina, lo menos que deseaba, era ver a su familia en problemas—. Me dijo que ella también irá. Debe terminar de arreglar algunos asuntos en Nueva York y tomará un vuelo cuando nosotros ya estemos instalados.

Jonathan se acercó a su padre y lo abrazó. Este le correspondió el gesto.

—¿Quieres hacer esto o solo te estamos presionando?

Jonny se lo preguntó a sí mismo varias veces, desde que supo que partirían hacia Alaska. Quizás, estaba forzando una situación que a su padre ya no le interesaba.

—Sí, hijo. Debo ir, hablar con él, saber qué sucedió después de tanto tiempo. Lo necesito. —El alma del muchacho se tranquilizó con esa afirmación. Las cosas estaban empezando a cuadrar.

—Debo llamar a los muchachos, avisarles que no me esperen. Con permiso. —Stephen se puso de pie y caminó hacia afuera, para hablar por celular. Jonathan lo siguió con la mirada.

—¿En qué piensas?

—¿Qué?

Alan le dio una sonrisa y negó.

—Se parece a Christian, ¿sabes? Bueno, él no tenía tantos adornos en el cuerpo, pero tenía la misma capacidad que Stephen.

—¿Cuál capacidad?

—Dejarte sin aliento —aseguró su padre sin un mínimo de duda. Jonathan bajó la mirada y se alejó, volviendo a la mesa.

—Será mejor que me apresure, todavía no termino de empacar —dijo esquivando el tema. Alan tomó las tostadas, y las untó con mermelada y mantequilla.

—Bien, señores, todo solucionado. —Stephen ingresó de nuevo a la casa y se sentó para finalizar el desayuno—. Apresúrate, amigo, tienes diez minutos para guardar lo que necesites. Después debo pasar por el motel, buscar mis pertenencias y seguir el viaje.

—¿Cuándo llegaremos? —preguntó Alan y Stephen se encogió de hombros.

—Todo depende del tráfico en las rutas, pero son cuatro mil ochocientos kilómetros, algo más de tres días.

—Debemos parar nuevamente.

—Por supuesto, no hay opción. A menos que alguno de ustedes quiera conducir para que yo descanse algunas horas.

—Es un camión, Stephen —refutó Jonathan—. Ni siquiera pienses que lo haremos.

—Bueno, no sería la primera vez.

—¿Le cedes el volante a cualquiera? —Jonathan frunció el ceño.

—No, mi hermano cuando me acompaña lo hace, y algunos amigos que tengo también.

—Me imagino el tipo de amigos —dijo Alan y Stephen le dio un guiño de ojo.

—Iré a terminar de empacar. —Jonathan se levantó de inmediato y ambos hombres quedaron perplejos.

—¿Qué le pasó?

Stephen frunció el ceño mientras devoraba la tostada y untaba con dulce dos más. Alan no dijo nada. Su Jonny tenía mucho que aprender todavía, y entender que un comentario no era motivo para ponerse celoso, y menos de un desconocido, aunque estuviera muy guapo.

Salieron de su hogar un par de horas después. Tomaron un taxi que los llevó hasta el hotel en donde Stephen buscó su mochila y de ahí, subieron al impresionante camión. Alan se colocó en el asiento trasero, dejando a Jonathan como acompañante.

—¡Maldición! —Tiró del cinturón de seguridad y este no cedía.

—Déjame ayudarte.

—Puedo solo, gracias —contestó enfadado, pero Stephen hizo oídos sordos. Se acercó a él y aprovechó para acariciar su cuerpo, al tiempo que acomodaba el cinturón y lograba conectarlo. Jonathan afirmó su cabeza en el asiento y le sujetó la mano. Le encantaba su cercanía—. Dije que estaba bien.

Stephen lo observó estando a un centímetro de él, y siguió el movimiento de sus labios.

—Te salvas porque no estamos solos —rugió cerca de su oído, para que su padre no lo escuchara.

Jonathan sintió un hormigueo en su cuerpo con la vibración de esa voz masculina y deseosa. Stephen volvió a colocarse en su lugar, abrochó el cinturón y encendió el camión. Observó al espejo retrovisor.

—Y bien, Novak, ¿estás listo?

—Hace veinte años que lo estoy, muchacho —esgrimió confiado—. Pon el cambio y salgamos de aquí.

Stephen hizo lo que Alan le ordenaba. Su destino estaba cerca. Había llegado el momento de encontrarse con él. 

Cuando te perdí T.JdP Libro 1 (gay +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora