"No hay nada peor que un inocente en prisión, no hay nada más aberrante que expiar las culpas de un asesino impune en manos de bestias sádicas cansadas del encierro.
Esta es mi historia, la historia del joven que fui y en el que me convertí".
Alan...
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«Los hombres me rodearon, recuerdo que uno de ellos me tomó del cabello al ras, haciendo que mover la cabeza fuera imposible, mientras los otros dos reían y comenzaban a desnudarse. Sentí que el corazón se iba a salir de mi pecho, sabía lo que pasaría. Era inevitable».
Envuelta en las sábanas, Irina recordó parte del relato de su padre y corrió hasta el vehículo que había alquilado y estaba estacionado en el estacionamiento del hotel. Algunas personas la observaron escandalizadas. Nadie entendía a esa loca que corría descalza y medio desnuda, e Irina tampoco estaba interesada en agradarles. Tenía en su mente una cosa; salvar a Caleb.
El celular había quedado en la habitación, por lo que no quedaban más opciones que ir hasta la cabaña y buscar a Christian. Se activaron una serie de alarmas en el hotel. La gente se detuvo en el sonido y en lo que estaba sucediendo.
Un tiroteo en una de las habitaciones, ese era el gran circo del cual murmuraban. Irina encendió la camioneta y salió en búsqueda de su tío y su pareja. Cerró los ojos cuando atravesó a toda velocidad el semáforo en rojo y algunos bocinazos se hicieron escuchar. Nome era tranquilo, pero a esa hora del día había un poco más de tráfico en las calles.
Llegó a la cabaña en cinco minutos, quebrantando todas las leyes de tránsito existentes y las por venir. Estaba desesperada. No hubo mucha explicación cuando Alan abrió la puerta y se encontró a Irina envuelta en el trapo blanco.
—Cariño.
—Caleb, necesita ayuda, ¡ahora! —Christian se puso de pie como un resorte sin necesidad de mayores explicaciones. Las lágrimas, la imagen de desesperación eran una síntesis de lo que estaba sucediendo—. Está en el hotel, él se quedó conmigo y...
—No hay tiempo, vamos. —Christian buscó en el dormitorio una camisa, un pantalón y unas zapatillas que de seguro le quedarían enormes—. Vístete —ordenó a la chica quien asintió llorando. Luego, se enfocó en Alan—. Debo ir por mi hijo.
—Voy contigo.
—Es peligroso, Alan.
—Vamos a ir —dijo Irina mientras se subía el pantalón.
—¡Qué mierda! —exclamó Christian sabiendo que no había más tiempo para hablar. Salieron de la casa y subieron nuevamente a la camioneta de Irina, dirigiéndose hacia el hotel.
—La policía ya debe haber intervenido —argumentó Alan.
—Entonces, vamos a necesitar un abogado. —Christian observó a la mujer por el espejo retrovisor.
—Llama a tu hijo, Alan. Debe estar con Stephen.
—Ya lo hice —replicó Alan, observando una de las armas que su novio llevaba—. Dijo que en cinco minutos llegarían.
