Alan despertó y se vistió tan rápido como le fue posible, cuando el golpe en la puerta lo sobresaltó. Abrió para encontrarse de frente con Stephen que, por algún motivo, lucía fresco como una lechuga.
—Vamos, Alan. Ya está todo listo.
—¿Mi hijo?
—Su hijo está comprando algo para desayunar en la gasolinera. Solo falta usted.
—Bien. Dame un minuto —dijo Alan, y volvió a su cuarto para terminar de reunir sus pertenencias.
Lo hizo en treinta segundos. Todavía no entendía cómo había caído en un sueño tan profundo. Se dirigió al camión y visualizó a su hijo cruzando la calle. Lucía del mismo modo que Stephen. Mierda, ¡lo que daría por volver a tener dieciocho o veinte años!
—Vamos papá. ¿Estás listo? —Jonathan lo abrazó y Alan le acarició el cabello.
—Tienes el pelo húmedo, te vas a enfermar.
—No te preocupes. Iremos con la calefacción. Además, si me preguntas, tengo calor. Debe ser por la emoción —respondió Jonathan, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Sí, seguro debe ser eso. —Alan arqueó una ceja, escéptico. Hacer otro comentario le daba más vergüenza a él que a su hijo. Subieron al camión y Stephen llegó un minuto después—. ¿Sabes?, estaba pensando... —dijo Alan, mientras el camionero ayudaba una vez más a Jonathan a ponerse el cinturón.
Cielos, ¿por qué no eran más obvios? Las miradas de complicidad, esas risitas coquetas, y algún comentario de Stephen al oído de Jonathan. Todo estaba dicho, ya no lo ignoraba. No sería solo un polvo casual, esos dos iban en serio.
—Dígame, señor Novak.
—No te hagas el formal. Me llamaste Alan desde el principio, puedes seguir haciéndolo.
—Bien, no hay problema. —Stephen se encogió de hombros—. Tampoco es para que te molestes.
—No estoy molesto.
—Bien, dime, ¿qué querías decirme?
—No habrá más paradas largas. Yo conduciré para que descanses. —Stephen asintió y lo observó por el espejo retrovisor.
—Me parece grandioso. Eso significa que llegaremos a Nome mucho antes.
Y dicho esto, encendió el motor y se puso en marcha nuevamente.
El viaje tuvo altos y bajos.
Por momentos, el paisaje monótono hacía a Jonathan cabecear, y hubo horas del día, en que el tráfico en las carreteras los hizo conducir a paso de hombre.
Alan reemplazó en el volante a Stephen dieciocho horas después. El plan era bastante sencillo. Paraban cada cuatro o cinco horas, durante diez minutos y solo para ir al baño o comprar algo para comer durante el resto del camino.
Llegaron a la frontera con Canadá casi dos días después, allí estuvieron a punto de dejarlos varados, porque Jonathan no llevaba el cinturón de seguridad; en la última parada había olvidado colocárselo.Tras idas y vueltas con los canadienses, y un regaño monumental hacia Jonathan por parte de Alan por algo más de media hora, llegaron a las puertas de Alaska.
El lugar era hermoso, todavía no se colmaba de nieve, pero la belleza de sus aguas y la tranquilidad que emanaba era lo que cualquier humano necesita para encontrarse consigo mismo.
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Cuando te perdí T.JdP Libro 1 (gay +18)
Romance"No hay nada peor que un inocente en prisión, no hay nada más aberrante que expiar las culpas de un asesino impune en manos de bestias sádicas cansadas del encierro. Esta es mi historia, la historia del joven que fui y en el que me convertí". Alan...