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— ¿A dónde vamos? — Preguntó la niña de mirada ambarina que se encontraba sentada a mi lado.

Las primeras dos veces que realizó esa pregunta fueron entendibles pero cuando pasó esa cantidad comenzó a ser irritante cuanto menos. Me repetía una y otra vez que ella era una niña y que los pequeñines eran así, pero yo era el alfa de una manada de lobos y nosotros no éramos la especie que más paciencia tenía.

— Rojo. — Suspiré, sintiéndome agotado física y mentalmente. — Vamos a casa.

— ¿Qué es eso? — Preguntó mientras señalaba el sobre que contenía sus papeles.

Era un buen momento para conocerla mejor, saber su verdadero nombre y edad.

— Son los papeles que tienen tu información. — No iba a mentirle sobre eso, ella debía saber lo que había allí por si en algún momento sucedía algo ella supiera en dónde buscar.

— ¿Qué dicen? — Oh, pequeña y tierna Yina...

— Veamos. — Murmuré.

Me dispuse a abrir el sobre bajo su atenta mirada y saqué todos los documentos lo que había en su interior. Su acta de nacimiento, algunos documentos médicos, su seguro social y otros papeles más, allí tenía la información necesaria para cualquier tipo de información, ya fuera para apuntarla a la escuela o por si debía ir a un hospital fuera de la manada, algo que esperaba que nunca fuera necesario.

— Aquí está tu nombre. — Le informé mientras comenzaba a sonreír.

— Rojo. — Dijo como si alguien se lo hubiera preguntado.

— No, tu nombre no es Rojo. — Negué con la cabeza. — Ese es tu apodo.

— ¿Entonces? — Ella apretó los labios y frunció el ceño.

Era evidente que no le había gustado saber que realmente no se llamaba Rojo.

— Te llamas Eira. — Por su rostro cruzó una expresión de asco bastante graciosa.

— Es muy feo. — Se quejó.

— No, es un nombre muy bonito, precioso. — Aseguré, ganándome que sus ojos estuvieran fijos sobre mí.

Eira era un nombre precioso para la que sería una de las mujeres más importantes de nuestro mundo. Porque ella no lo sabía y no lo haría hasta que creciera, pero Eira era tan loba como lo eran mi hermana y madre, su aroma lo gritaba con orgullo.

— ¿Sí? — Asentí.

— Claro que sí, es precioso pero si no te gusta puedo llamarte Rojo. — La vi asentir.

Eira lo utilizaría más tarde, dentro de unos años...

— Mjm. — Emitió.

Volví a poner mi atención en los papeles que se encontraban entre mis manos para aprenderme cada dato que tuviera que ver con ella. Se llamaba Eira Fisherson, tenía seis años y había nacido en el Hospital Der, en Chicago y de lo que se tenía constante, ella no era alérgica a nada.

— Interesante...— Murmuré mientras observaba a la niña que se había quedado dormida a mi lado.

— ¿Qué es interesante? — Preguntó mi beta, quien iba conduciendo el auto.

— Que tu jefa tiene seis años. — Hablé como si eso me emocionara pero no era así.

Ella era más pequeña de lo que pensaba.

— Eres un enfermito. — Se burló.

— Tendré que esperar doce años más, solo eso. — Suspiré cansino. — Ay, Diosa Luna... Solo a ti se te ocurriría algo así.

The Moon© ML #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora