08

1.4K 126 3
                                    

Seis años habían transcurrido desde aquel incidente con los vampiros. Eira tenía doce y había crecido mucho, pero seguía siendo la niña cariñosa y alegre que le entregaba dibujos a todos. A pesar de que ella no asistía a la escuela junto a los otros niños de su edad, eso no impedía que me tuviera rabiando casi todo el día. Ella era una niña tranquila que casi no salía, pero eso no impedía que los pubertos escalaran la muralla solo para verla.

El muro estaba ahí por algo y a ellos no parecía importarles eso. De hecho, en más de una ocasión me había visto en la obligación de salir al jardín para arrastrar a Eira al interior de la mansión porque había visto a chicos hablándole desde arriba de la pared de concreto que separaba nuestro hogar del resto de la manada.

Si era un espectáculo para los que estábamos en la mansión, no quería ni pensar en lo que debía ser del otro lado, bajo la atenta mirada de los lobos y lobas que paseaban por la manada o que cumplían con sus labores.

Era tedioso tener que dejar de trabajar porque un par de pubertos habían escalado, pero lo era mucho más cuando Eira se ponía sociable y me veía en la obligación de llevarla a su habitación y cerrar las ventanas para que no viera hacia el exterior.

— Esto es agotador. — Suspiré, dejándome caer en mi asiento.

— Tienes que entender que es algo normal porque ella es una niña muy bonita y amable. — Me molestaba que mi beta y mejor amigo le restara importancia a esa situación.

— Claro, dejemos que la luna sea la fantasía de todos esos mocosos. — Golpeé el escritorio. — Pasemos por encima del alfa.

— Tranquilízate. — No podía hacerlo. — Lo solucionaré.

— Yo podría hacerlo. Podría encerrar a todos esos pubertos y el problema estaría resuelto. — Él negó con la cabeza.

— Ella se molestaría. — Golpeé repetidas veces el escritorio.

— Ya lo sé. — Desordené mi cabello pero me detuve cuando su aroma llegó a mi nariz. — Viene en camino.

— ¿Vas a dar la charla anual en la escuela? — Preguntó, cambiando el tema de conversación.

— No lo sé. — Ella tocó la puerta dos veces antes de abrir y asomar la cabeza. — Pasa, Rojo.

— Ya no soy una niña. — Murmuró tímidamente.

— Antes exigías que te llamáramos así. — Le recordé mientras observaba el tono rosado que estaban adquiriendo sus mejillas.

— Eso era antes, ahora soy grande. — Entrecerré los ojos con desconfianza.

Algo quería.

— ¿Qué ocurre? — Pregunté sin rodeos.

— Bueno... Sabes que casi no salgo y...— Jugueteó con sus dedos.

— Dime. — Le hice una seña a mi beta para que saliera y nos dejara solos.

— Me invitaron a salir. — Murmuró por lo bajo.

Podía oler lo nerviosa que estaba y eso no me gustaba en absoluto. Aquello solo podía significar que iba a escuchar algo que probablemente no me agradaría y ella lo sabía.

— ¿Quién? — Comencé a pedirle a la Diosa Luna que no se tratara de un chico.

Esperaba que mis oraciones le llegaran a nuestra madre suprema porque si no, no sabría cómo reaccionar.

— Haizel. — Sentí que un peso se esfumaba de mis hombros.

Haizel era su amiga, hija de una de las cocineras.

The Moon© ML #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora