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Había comenzado la semana y por lo mismo me encontraba en la manada. Para mí fue una gran sorpresa el cálido recibimiento que me dieron todos. De hecho, después de algunos minutos comencé a sentirme debido a la lluvia de preguntas que me habían estado haciendo.

¿Tiene hambre, Luna? ¿Está cansada? ¿Desea dormir?

Respondí a todas hechas con amabilidad pero de no ser porque Brent me sacó de allí, era probable que hubiera terminado con un terrible dolor de cabeza.

— Dijiste que hablaríamos. — Le recordé a Brent, quien al llegar a la mansión se había escabullido e ido a su dormitorio.

Por la forma en la que me observó, sin pestañear y con los labios apretados, me daba a entender que él había creído que aquella conversación no se tocaría tan rápido. Era una lástima que hubiera pensado eso porque no era así y no pensaba quedarme si no me decía todo.

— Eira, deberías...— Negué al saber lo que diría.

— Hablaremos ahora. — Me senté en su cama y me crucé de brazos.

— Todo comenzó hace algunos siglos atrás, yo tenía doscientos cincuenta años y no había encontrado a mi luna. Estaba desesperado porque necesitaba hallarla para poder tomar por completo el control de la manada pero parecía que la Diosa Luna no me había bendecido. Un día, mientras Jackson y yo corríamos por los campos de nadie, una loba se cruzó en mi camino y se lanzó sobre mí. Su aroma me hizo saber que era mi mate y en ese momento fui el lobo más feliz de todo el mundo. Su nombre era Yina.

— ¿Qué tiene que ver ella con...?— Colocó su dedo índice sobre mis labios y continuó.

— Después de algún tiempo nos casamos y ella se volvió oficialmente la luna de la manada mientras yo ocupaba el puesto de Alfa. Yina tenía un amigo que adoraba pero yo sabía que él sentía cosas por ella así que le prohibí que lo viera, cosa que no hizo. El día que todo sucedió ella se escapó para encontrarse con ese lobo. — Su mirada se quedó fija en el suelo como si estuviera reviviendo lo que me contaba.

Me sentía perdida, no entendía qué tenía que ver esa tal Yina conmigo.

— Estaba tan molesto que cuando la encontré la llevé a la mansión y la... La encerré. — Murmuró cada vez más bajo. — Pensé que ella cedería rápidamente pero no fue así y tuve que ir a un viaje de negocios. Todo el tiempo que estuve fuera de la manada creí que la estaban cuidando pero al regresar la encontré débil, moribunda. — Su voz se entrecortó bruscamente. — Jamás ordené que le quitaran la cama o dejaran de alimentarla, tampoco que la encadenaran... — Acaricié mi muñeca derecha lentamente, algo que él notó. — Su cuerpo no resistió lo que le hicieron y no importó cuánto se intentó, ella... Tú no sobreviviste.

— ¿Qué? — Pregunté entre susurros.

— Tú eras Yina, Yina eres tú. — Sonrió levemente. — Jamás traté de matarte, al contrario, ordené de todo para que te aferraras a la vida pero no fue posible. Después de muchos años te encontré cuando tenías seis años, en ese momento juré que te cuidaría. — Me mordí el lado inferior con fuerza para evitar llorar. — Yo no... No quería que nada de eso sucediera pero puedo asegurarte que todos y cada uno de los que estuvieron y no hicieron nada para ayudarte no viven para contarlo.

— ¿Los...? ¿Los mataste? — Asintió lentamente.

— Esa misma noche acabé con todos. — Suspiró con pesadez. — Raquely tuvo razón cuando dijo que estuve con ella y me arrepiento de eso. Antes de que Yina apareciera yo vivía de forma descontrolada porque había perdido las esperanzas de conocer a mi luna. Después de que me encontraras y nos casáramos solo te fui infiel una vez y me arrepentí en ese mismo instante, sigo arrepintiéndome de la estupidez que hice. Pero luego de perderte yo... Perdí el control de mí e hice cosas horribles. — Explicó entre susurros. — Te juro que no lo he vuelto a hacer, no he vuelto a fallarte.

— La infidelidad después de conocerme, ¿fue cuando estabas en el viaje? — Entrecerré los ojos mientras trataba de concentrarme en una sola cosa a la vez.

— Sí. — Siguió susurrando. — El primer día. Estaba molesto por tu imprudencia, falta de respeto y no supe lidiar con ello. Lo siento...

— Entonces yo soy Yina...— Murmuré para mí misma. — Todavía no me has dicho por qué morí.

— Eira, no...— Eso era lo que le preocupaba.

— Dijiste que no tendríamos secretos y estoy tratando de creerte y entenderte. — Le recordé.

—Tortura. — Habló Aitor por el enlace.

Tortura...

Era cierto, esa mujer lo había dicho.

Tortura...

El frío, la sed, el hambre, las cadenas y los golpes, todo comenzó a aparecer frente a mis ojos como si estuviera viendo una película de terror, una en la que yo era la protagonista.

Me puse de pie y me alejé de él mientras sentía esos horribles dolores en mis costillas y mi paladar volvía a tener el inconfundible sabor de mi propia sangre.

— Eira, por favor... — Él se detuvo frente a mí.

Podía sentir sus manos en mi rostro y su respiración despeinar levemente los pocos cabellos que acariciaban mis mejillas.

— Brenthan. — Aquel nombre salió de mi boca como un susurro mientras sentía que despertaba de una larga siesta. — Mi bebé...

No hizo falta que hablara para obtener una respuesta, su cuerpo la había dado. Además, mientras crecía jamás vi a un hombre o mujer que lo llamara papá.

Comencé a golpearlo con toda mis fuerzas. Tenía una mezcla de emociones y ninguna era positiva. Sentía tristeza, decepción, odio y asco, todo hacia él.

— Eira. — Tomó mis muñecas y me alzó las manos sobre la cabeza para que no pudiera continuar golpeándolo. — Necesito que te controles.

— Me encerraste. — Me liberé de su agarre y volví a estampar mis puños contra su pecho. — Te fuiste y no te dignaste en liberarme. Me engañaste, dejaste que me torturaran, perdí mi bebé, ¿y tú te atreves a decirme que me controle?

— Amor, escucha. — Jamás lo había golpeado, ni siquiera en nuestras peores discusiones pero en ese momento no era capaz de controlar mis acciones.

— No me llames así. — Grité cuando la palma de mi mano golpeó la piel de su mejilla. — Ve y lárgate con tu querida Raquely, con quien me engañaste mientras supuestamente hacías negocios o mejor aún, con todas las que aparecieron mientras yo me pudría bajo tierra.

— Eira...— No me importó que sus ojos se tornaran violáceos.

Mi loba gruñó con fuerza, completamente colérica.

Aquello no fue del agrado del lobo negro, quien hasta ese momento no había hecho acto de presencia. Sin embargo, ahí estaba, en su forma lobuna y observándome fijamente, preparado para buscar nuestra sumisión.

Aitor era un lobo realmente grande e intimidante pero nosotras ya no estábamos dispuestas a bajar la cabeza como lo hacíamos en antaño, no después de todo lo que nos habían hecho.

— Quieta. — Ordenó Aitor al ver que también tomábamos nuestra forma lobuna.

— Tú no eres mi alfa, no tienes poder sobre mí. — Aitor gruñó con fuerza y en un rápido movimiento sus dientes agarraron la piel del cuello de mi loba, haciéndola chillar de dolor.

— Te he dicho...— No, no iba a volver a escucharlo.

— Suéltame lobo estúpido. — Aquella enorme bola de pelo de color negro se recostó sobre nosotras, exigiendo que nos doblegáramos.

Él no soltó la piel de nuestro cuello hasta que estuvo seguro de que no podríamos escaparnos. Una vez que alejó sus filosos colmillos, lamió el área por si nos había hecho una herida, eliminar cualquier rastro de sangre.

— Fuiste, eres y seguirás siendo mía. — Dijo antes de acariciar el cuello de Azula con su hocico y lamer sus orejas. 

The Moon© ML #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora