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Eira era una niña muy enérgica, corría por todas partes, le entregaba dibujos a quien viera y llenaba de vida la mansión con sus risas y múltiples juegos. Aunque había tratado de mantener mi distancia y centrarme únicamente en proveerle todo lo que necesitara y protegerla desde la distancia, ella misma se encargaba de buscarme y hacerme partícipe de sus juegos.

A veces entraba a mi oficina con papeles y crayones, en otras me buscaba por toda la mansión para que hiciera figuritas de plastilina con ella y en la mayoría de las ocasiones me entregaba una o dos muñecas para que jugara.

— No lo creía un amante de las muñecas, señor. — Jackson se burló de mí tan pronto abrió la puerta e ingresó a mi oficina.

Había ido allí para adelantar un poco de trabajo pero no pude hacerlo porque a los pocos minutos llegó ella con su encantadora sonrisa y sus muñecas favoritas. Iba a anegarme porque estaba ocupado pero no pude hacerlo, no podía negarle nada a esa pequeña rubia.

— Será mejor que cierres la boca. — Advertí sin alejar la mirada de las muñecas que tenía frente a mí.

— ¿Quieres jugar? — Eira, al ver que había un nuevo posible participante, sonrió abiertamente y le tendió una pelirroja que tenía entre sus manos.

— No pequeña, no me gustan... — Le di una mirada de advertencia para que no continuara hablando.

Había notado el cambio drástico en la actitud de Eira. Su mano había comenzado a descender lentamente hasta que la muñeca quedó oculta tras mi escritorio. Aquella sonrisa deslumbrante desapareció, en cambio su rostro adquirió una expresión de tristeza y desilusión.

— Siéntate, ella quiere jugar contigo. — Jackson negó lentamente con la cabeza.

— Pero... — Eira parecía encogerse cada vez más, como si estuviera tratando de ocultarse entre su propio cuerpo y la silla en la que estaba sentada.

— Siéntate. — Le ordené tajantemente.

— Sí, jefe. — Murmuró mientras tomaba la muñeca que ella le había ofrecido. — Vamos Rojo, yo también quiero jugar.

Inmediatamente su rostro volvió a iluminarse y eso para mí fue más que suficiente. No me interesaron las constantes quejas que me daba mi beta por medio del enlace, para mí lo único importante era que ella estuviera feliz y sonriente, tal y como lo estaba en ese momento.

Si mi luna quería jugar a las muñecas con mi beta, él tendría que estar sentado en esa silla hasta que ella se aburriera. Si Eira en algún momento quisiera maquillarlo, Jackson tendría que dejarse.

— Esto es absurdo. — Masculló por lo bajo.

— ¿Qué es absurdo? — Preguntó ella, dejándolo en evidencia.

— No es nada, Rojo. — Negué lentamente con la cabeza. — Cosas de grandes.

— Yo soy grande. — Aseguró y ambos la miramos fijamente.

— Por supuesto que sí. — Murmuró Jackson de forma irónica.

— Eres muy pequeña todavía, Rojo. — Con mi dedo índice toqué la punta de su nariz, algo que la hizo reír.

— Yo también puedo. — Dijo antes de ponerse de pie sobre el escritorio e imitarme.

Cuando su dedo tocó la punta de mi nariz sentí el mismo cosquilleo que cuando tomó mi mano para ir a buscar a su tía. Era algo extraño pero reconfortante. Era como si ella me estuviera regresando la energía y las ganas de vivir que había perdido cuando murió.

Volvía a sentirme vivo.

— ¿Podemos comer galletas? — Preguntó mientras me miraba tiernamente.

The Moon© ML #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora