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Nos dirigimos hacia la habitación con pasos lentos y en completo silencio. Al llegar y detenernos frente a su puerta, giré la perilla sin bajar de su lomo e ingresamos. Una vez en el interior, volvió a inclinarse para que mis pies tocaran el suelo y caminó hacia el baño.

— ¿Podrías pasarme algo de ropa? — Preguntó, haciéndome saber que ya se encontraba en su forma humana mientras abría la llave y dejaba que el agua de la ducha comenzara a correr.

— Ya voy. — Nunca me había atrevido a tocar sus cosas y que me pidiera que le pasara ropa era algo extraño e incómodo.

Durante algunos segundos me quedé de pie frente a su armario, preguntándome una y otra vez si era buena idea que tocara sus pertenencias.

— Solo es ropa, Eira. — Su voz se escuchó burlona.

— No te metas en mi cabeza. — Lo reñí, sintiendo que el calor subía a mis mejillas.

— No me metí a ningún lado, tú piensas muy alto. — Él rio por lo bajo. — Mis cosas son tuyas, así que no debes sentir pena. Siempre que quieras puedes tomar mi ropa y utilizarla.

— Eh...— Rebusqué rápidamente entre sus prendas de vestir y tomé lo primero que encontré que se viera bien. — Toma. — Me puse de espaldas a la puerta para no ver nada y la abrí.

Extendí el brazo hacia el interior para que tomara la ropa y cuando lo hizo volví a cerrar.

— Gracias. — Me recosté sobre la madera y asentí a pesar de que Brent no podía verme.

Mientras él se bañaba, yo fui a mi habitación para lavarme las manos y cambiarme de ropa. Cuando regresé lo vi en el baño, lavándose los dientes mientras tenía una toalla sobre el cabello.

— Lavarte las manos no cuenta como darte un baño. — Se burló de mí.

— ¿Qué? ¿No te gustaba el sabor de los vampiros? — Negó rápidamente mientras fruncía el ceño.

— Es asqueroso y no logro quitarme el sabor a putrefacción y aguas negras. — Escupió la pasta en el lavamanos, se enjuagó la boca y volvió a poner pasta en el cepillo de dientes. — Maldición.

Era gracioso verlo a punto de sacarse un par de dientes debido a la brusquedad con la que se cepillaba, aunque no le me permitiría reía cuando le doliera la boca y no pudiera consumir algunos alimentos que tanto le gustaban.

— Estaba preocupado. — Murmuró después de volver a enjuagarse la boca y salir del baño.

Con pasos lentos se acercó a mí y se sentó en la cama mientras pasaba la toalla sobre su cabello.

— Los que nos encontrábamos en el refugio estamos ilesos gracias a ti pero, ¿cómo están los hombres? — Fruncí levemente el ceño.

— Están bien, solo un herido de gravedad y muy pocos con heridas leves. — Susurró al mismo tiempo en que me rodeaba con sus brazos y acercaba a él.

— Que alivio... — Brent besó mi cabello.

— Me debes algo, Eira. — Sentí su sonrisa sobre mi cabeza. — Estoy ileso y créeme, no fue nada fácil de lograr.

— Deberías descansar. — Sugerí cuando logré escaparme de sus brazos. — Debes estar exhausto.

— Eira, sé una loba con palabra. — Mi corazón comenzó a latir con fuerza cuando se puso de pie y dio una par de pasos hacia mí. — Dijiste que lo harías.

— Te traeré algo de comer. — Me escabullí de su habitación antes de que pudiera reaccionar e impedirme la salida.

Cuando me encontré en el pasillo de las habitaciones vacías para los huéspedes comencé a correr y no me detuve hasta llegar a la cocina.

No era una experta cocinando a pesar de que mi madre había tratado de enseñarme todo lo que sabía. Sin embargo, me estaba esforzando para poder entregarle a Brent algo decente y comestible. Lo que estaba creando podía verse sencillo pero en más de una ocasión había estado en peligro de terminar en la basura.

Una vez que tuve los macarrones con queso y beicon, comida que a él le gustaba mucho, subí nuevamente a su habitación.

— ¿Qué traes ahí? — Preguntó con curiosidad cuando me vio entrando por la puerta.

— Un pobre intento de cocina. — Murmuré por lo bajo. — Sé que te gusta así que...— Le entregué el plato.

— Te lo agradezco, realmente lo hago. — Brent tomó el tenedor, listo para probar mi creación.

Estaba sonriente pero con lo mal que se me daba la cocina seguramente dejaría de sonreír tan pronto se llevara un poco a la boca.

— Eira, no me agradan ese tipo de pensamientos. — Me riñó sin alejar la mirada del plato.

— Deja de meterte en mi cabeza y come el veneno que he preparado para ti. — Se llevó una buena porción de macarrones a la boca y no hizo ningún tipo de gesto que me indicara si estaba bueno o no, cosa que solo lograba que mi nerviosismo creciera.

— Está delicioso. — Murmuró con la boca llena.

— Sé que no me dirás si está horrible así que por favor, por lo menos traga antes de hablar para que solo sea una indigestión y no un atascamiento. — Su ceño se frunció con brusquedad.

— He dicho que está delicioso y es porque lo está. No tengo por qué mentirte, mi luna. — No dije nada, solo asentí para que no continuara hablando mientras comía.

La comida en su plato fue desapareciendo hasta que no quedó nada, ni un solo rastro de que allí hubo algún tipo de alimento. Aunque no iba a admitirlo en voz alta, que no lo hubiera rechazado o devuelto me aliviaba.

Era probable que después su estómago se fuera a desquitar por los terribles minutos que le había hecho pasar por ser caballeroso.

— ¿Por qué no quieres que escuche lo que piensas? — Preguntó desde la distancia.

Me sentía extraña, las manos me sudaban y temblaban, todo por culpa de los pensamientos que pasaban por mi cabeza y que no permitía que Brent escuchara.

Él estaba tan concentrado en bajar unos documentos que tenía arriba de su armario que ni siquiera se había percatado de mi cercanía.

— Brent. — Al escuchar su nombre giró la cabeza hacia mí para poder prestarme atención y ver qué era lo que necesitaba.

— ¿Qué...? — Un tenso silencio se formó en aquel lugar cuando besé castamente sus labios.

— Felicidades por volver ileso, Alfa. — Susurré, alejándome con timidez y saliendo de su dormitorio lo más rápido que las piernas me lo permitieron.

Desde antes de salir Brent se había quedado como una estatua, con la mirada fija en donde debería encontrarse mi rostro, los labios levemente levantados y los brazos alzados sobre el armario. Sin embargo, estaba segura de que incluso después de mi huida él permanecía en esa misma posición.

En su habitación no se escuchaba ni un solo ruido o palabra.

— Creí que no lo harías. — Susurró por medio del enlace.

— Como puede comprobar, Alfa, sí soy una loba con palabra. — Dije juguetonamente.

Sentía el golpe de adrenalina correr por todo mi cuerpo, lo que ocasionaba que no pudiera mantener mi trasero y piernas en un solo lugar.

Para cualquier otra persona mi actitud hubiera sido vista como algo infantil, pero yo nunca había tenido un novio a quien besar o darle cariño porque Brent siempre se encargó de mantener alejados a todos los chicos.

Lo que sentía al besar o ser besada era completamente nuevo para mí. La inseguridad, timidez, incomodidad e inexperiencia me jugaban en contra, pero sin duda alguna, lo que más confusión me causaba eran las cosquillas que sentía en el estómago.

The Moon© ML #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora