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Pov Brent

— Te lo diré todo. — Murmuré por lo bajo.

Con la audición de nosotros los lobos no era necesario gritar para que me escuchara desde donde se encontraba.

— Vete. — Azula se comunicó por el enlace.

Me molestaba que aquella loba bonita me diera órdenes a mí, a su Alfa, cuando la situación entre nosotros se encontraba bastante tensa. En cualquier otro momento no me habría importado, pero en ese sí. Azula, Eira y quien fuera, debía entender que si bien era su pareja de vida y podía ser bastante permisivo con los protocolos, palabras y actitudes, yo seguía mandando en esos terrenos y que por lo mismo, debían agachar la cabeza cuando fuera necesario.

Algo que ellas no estaban haciendo y que parecía que nunca sucedería.

Adoraba que no nos temieran pero había momentos en lo que debían mostrar respeto y no lo hacían. Amaba que a pesar de todo no me viera como un padre y mucho menos como alguien estricto, pero yo era un alfa y mi instinto me pedía que sometiera a los rebeldes que se atrevían a hacerme frente.

— He dicho que te lo diré todo y tú escucharás sin gruñir, maldecir o insultar. — Eira hizo un movimiento involuntario con la cabeza, algo que me hizo saber que mis palabras no habían sido de su agrado.

— No le hables así a mi luna. — Me gruñó Aitor.

Era un increíble ver cómo una loba podía ponerlo a mi lobo en mi contra con tan solo ignorarlo o insultarlo.

Ignorando las vacías advertencias de Azula y los gruñidos de Aitor, me acerqué a Eira y la giré hacia mí. Esa mujer me observaba con tanta seriedad y frialdad que por unos instantes pensé que era mejor retroceder e irme hasta que ella se tranquilizara y pudiéramos hablar como dos adultos.

— No me toques. — Dijo con una frialdad tan hiriente como un cuchillo recién afilado.

— Camina, tenemos mucho de lo que hablar. — Murmuré, tomando su mano e ignorando los tirones y arañazos que recibía mi brazo.

Aitor arañaba constantemente mi espalda, tratando de salir y tomar el control de mi cuerpo para poner a nuestra Luna en su lugar y dejarle ver quién era el alfa, pero no podía permitírselo. Si nuestro objetivo era desaparecer el enfado y la desconfianza de Rojo, debíamos ser lo más transparentes y gentiles posibles, casi sumisos.

La llevé al lugar más seguro que había en toda la mansión, en donde se podría hablar de ese tema en particular sin temor a que alguien pudiera escucharnos, mi habitación. Nadie se atrevía a entrar allí sin mi autorización, ni siquiera los sirvientes que se encargaban del aseo de la mansión.

— Siéntate. — Ordené con suavidad.

— Habla rápido, tengo que estudiar. — Eira se cruzó de brazos y se sentó en la cama.

¿Estudiar? ¿Eso era lo mejor que se le había ocurrido?

Utilizar sus estudios como una excusa para irse era lo más absurdo que había escuchado en mucho tiempo. Ella no necesitaba estudiar teniéndome a mí de su lado. No era del todo correcto, pero si lo que quería era escudarse en sus estudios entonces me encargaría personalmente de que sus calificaciones no se vieran afectadas.

Tenía el poder para hacerlo, después de todo era el alfa y cuando daba una orden nadie se atrevía a contradecirme, nadie excepto la terca de mi luna, por supuesto.

— Tal vez te he dado los motivos suficientes para creer que no te esperé, pero te aseguro que a pesar de todo lo que hice, siempre estuve ansioso por encontrar a mi luna. — Comencé, sintiéndome nervioso. — No voy a mentirte Eira, estuve con muchas mujeres, más de las que me gustaría admitir, pero ninguna de ellas significó algo para mí.

The Moon© ML #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora