Capítulo 17.

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Los sábados son, junto al martes los días más pesados que existen, escuchas a muchas personas decir quiero que sea sábado, para descansar.

Descansar una mierda será, para mujeres como yo, madres como yo, el descanso no existe.

Un sábado tranquilito en casa, viendo tele, una limonada, una revista, *nada interesante* es perfecto. ¿Es ese mi caso? No. Ni siquiera lo intento porque lo más seguro es que una pequeña niña, me salte encima y derrame la limonada.

Mi sábado más bien es uno donde me la paso limpiando, lo complicado que es hacer eso y más con una niña inquieta, juguetona, a la que le divierte ver a su madre de aquí para allá.

Sí, Maya es dulce, pero lo de dulce también lo tiene de desordenada. Todo es un caos, porque esto va así, yo recojo, ella tira, recojo, tira. Parecemos locas. Además de que la casa está llena de gritos y risas de la pequeña, lo que pasa con maya es que le encanta divertirse y busca todo para hacerlo.

Cómo ahora que mientras lavo el baño, al cual no le permito entrar mientras lo hago, pues no ella va y entra.

Solo quiere provocarme ¿Cómo lo sé? Pues porque sabe qué hará que le caiga atrás mientras corre. Y es lo que hace y cuando la pillo sale corriendo riendo como loca para que le caiga atrás y lo hago.

Así que imagínense lo complicado que es limpiar así.
Ella corre muerta de risa y yo la sigo casi sin aire.

-Maya, ya basta, me harás enojar -su grito cargado de risa es que me responde.

-¡Atrápame mami!

-No sigas corriendo -digo deteniéndome -¡Maya, ya te dije!

Entonces se detiene con una sonrisa, me mira y corre de nuevo, pero ya no la seguiré.

Los sábados también lavo toda la ropa que se tiene que lavar y que hace ella ahí, pues toma algunas toallas y las pone encima de una silla para taparla y empieza a gatear hasta estar debajo y según ella esa es su casa.

Si esa es mi mayita, ahí si la dejo tranquila porque permanece conmigo y que haga eso no me afecta, ya que no hace un reguero en la sala de juguetes, ni salta en la cama y tampoco saca su ropa limpia de las gavetas. Ahí solo hace eso, hasta que se cansa y decide jugar conmigo otra vez.

-Cuenta uno, mami -dice agarrando mi mano y llevándome a la pared -ahí mami, cuenta uno.

Me paro en la pared y ella empieza a saltar y reír mientras aplaude. Cuando me dice que *cuente uno* es para jugar el escondido, así que mientras cuento ella se esconde, sí, se esconde en la casita que hizo con las toallas. Lo cual me causa risa, pero aunque sepa dónde está, finjo buscarla por todos los lugares, lo cual la hace soltar sus grandes risas aniñadas, esas que son mis favoritas.

La escucho sé dónde está, pero finjo que no y me acerco y acerco, solo para escucharla, porque es la personita más indiscreta que existe. Al final la encuentro y es mi turno de esconderme. Lo hago pero sabe dónde estoy porque se tapa los ojos con sus manitas, pero hace espacios con los deditos para saber dónde estoy.

Así que me encuentra de una vez para que así ella pueda esconderse en su mismo lugar, ajá, la casita de toallas.

Cualquiera diría que es una tontería, pero por más cansada y agitada que esté, me es divertido jugar con mi niña, porque me llena y además trato de compensar que en la semana ya no puedo estar todo el tiempo con ella.

Pero lo peor no es eso, lo peor es el silencio, después de todos los gritos, el silencio es lo peor.

Así que mientras estoy en la cocina, llena de tranquilidad y sin sentir un terremoto a mi alrededor, sé que algo está mal, paro de hacer lo que hacía rápido y la llamo.

Mi Deseo. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora