Capítulo 37.

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*7 años después.*

El aeropuerto de Los Ángeles era muy colorido, así como ruidoso. Las bocinas anunciaban destinos, horas de salida de diferentes vuelos... y las azafatas caminaban para dirigirse a sus puestos.

—Por fin llegamos—Dijo Hilda, saliendo del avión.

—Creí que pasaría toda mi vida en ese avión—Se quejó Patrick, mientras levantaba la manija de su maleta para transportarla.

—¡Jailene! Date prisa. —Riñó Hilda.

Renegando y con el cabello en la cara, Jailene salió del avión intentando llevar tres maletas al mismo tiempo.

Su cabello ahora era corto, se había vuelto más lacio extrañamente, más ordenado, y lo había teñido de rubio.

—No debí traer tantas cosas—Se quejó.

—Sólo es de aquí a la salida—La animó Hilda—Mi chofer nos está esperando afuera, nos llevará al hotel.

—Genial. —Se sentó sobre una maleta.

—Nada de descanso—La levantó Hilda—Hasta el hotel.

Algo cansada, Jailene se levantó, y siguió a su jefa y a su compañero por todo el aeropuerto hasta que llegaron a la salida, el chofer los estaba esperando. Los ayudó a meter las maletas dentro del auto, y luego todos subieron.

—¿Ya habías venido a L.A., Jailene? —Preguntó Patrick.

—Una vez, hace muchos años—Respondió.

—¿Conociste la playa? —Se emocionó.

—Sí, algo así—Evadió. La playa de Los Ángeles le traía recuerdos del pasado, que se había propuesto olvidar.

Miró por la ventana hacia la calle, sonriendo. Era un día soleado, y las personas caminaban a toda prisa hacia destinos desconocidos.

—Jailene—La llamó Hilda.

—¿Sí?

—¿Está todo en orden? Vi que discutiste con Leonardo antes de que subiéramos al avión.

La sonrisa de su rostro desapareció.

—Le pedí el teléfono ayer para llamar a mi hermana porque el mío se quedó sin batería. Y le encontré un mensaje.

—No...—Se sorprendió. — Déjame adivinar... Kenia, la de contabilidad. —Respondió chasqueando los dedos.

—En efecto.

—Es un desgraciado. Asumo que lo mandaste por un tubo.

—Asumes bien. Le dije que sacara sus cosas del departamento.

—¿Y accedió?

—No. Me dijo que lo pensara durante el viaje. Pero no tengo nada qué pensar. Se acostó con ella, y yo no soy alguien que soporta una infidelidad.

—Y tienes toda la razón—Le dio una palmada en el hombro—Eres una mujer hermosa, libre, con un buen trabajo, un buen sueldo y una vida exitosa. No tienes por qué aguantarlo.

Jailene le sonrió. Hilda era realmente como una tía, un hada madrina para ella.

Hilda era una mujer de estatura mediana, piel morena y facciones toscas. Había conocido a Jailene mientras hacia una pasantía en una revista de documentales, y la había llevado a trabajar con ella desde entonces.

—Hilda— La llamó.

—Dime.

—¿Qué vamos a cubrir?

A 1,000 yardas de tu corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora