Capítulo 25.

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Al día siguiente, Jailene pensó que las cosas con Chase estarían normales.

Vaya que se equivocó.

Chase no sólo la ignoró durante el desayuno, si no también en la práctica y en la dinámica que se había realizado después.

Y, a decir verdad, Omar no había ayudado a suavizar la situación cuando le pidió a Jailene que por favor cuidara su sudadera, delante de todos.

¿Cuánto tiempo más la iba a ignorar? No había hecho nada malo.

Sí, había caminado con Omar. Había ido con él a la fiesta. Pero ¿Y? Solamente eran amigos. ¿Era acaso que no podía hacer amistad con ningún muchacho que no fuesen los gemelos?

De cualquier modo, ya había decidido que hablaría con Chase durante el almuerzo.

Si bien su orgullo estaba inconforme ante esta situación, el cariño que sentía por él le podía más.

—Chase — Lo llamó, sentándose junto a él.

—¿Sí? — Respondió seco, sin dejar de mirar fijamente a su plato de salchichas.

—¿Podemos hablar?

—¿Sobre qué vamos a hablar, Jailene? Si es sobre Omar, no te preocupes, de cualquier forma...

—Sabes que yo te qu...

—...tú y yo no somos nada, así que...

—¿Qué? — No podía creerlo. Era justo lo que se había temido.

Todo lo que había pasado... la noche del baile... sólo Jailene y dios sabían lo mucho que le había costado confesarle sus sentimientos, y lo mucho que todas esas pequeñas cosas habían significado para ella.

Todo ese esfuerzo aparentemente no había significado nada en absoluto para él.

—Sí, quiero decir... — Continúo Chase.

—¿Sabes qué? ya no digas nada. Entendí todo.

Se puso de pie, y salió de la cafetería. Llegó al bosque, se sentó bajo un árbol, y permitió que un par de lagrimas rodaran por sus mejillas.

Justo cuando las cosas iban tan bien, acababan de desmoronarse.

¿Cómo se olvidaría de él?

Le parecía imposible poder olvidar cómo se sentía cada vez que estaba con él... de encontrarlo irresistible cuando tenía un balón en la mano, cada vez que corría o peinaba su cabello hacia atrás, cada vez que sonreía, cada vez que hablaba y la llamaba "Jally".

—¡Oye, tú! — Dijo una voz femenina, a sus espaldas.

Jailene se giró. Era una porrista.

—¿Yo?

—Sí. Ven con nosotras. No te ves muy feliz, ninguna chica debería estar sola... menos si está triste.

Jailene no podría haberla contradicho aún si hubiese querido, pues sus ojos hinchados y su nariz roja delataban el llanto reciente.

—Bien — Accedió.

Se puso de pie y siguió a la porrista hacia una parte más oculta del bosque, en donde se encontraba una enorme cancha de básquetbol. Todas las porristas del campamento se encontraban ahí practicando nuevas y viejas coreografías, intercambiando consejos de moda, maquillaje, y también de gimnasia.

Jailene se sentó en las gradas junto a una hermosa chica de piel morena. La chica la miró con mucha atención.

—¿Eres Jailene? — Preguntó.

A 1,000 yardas de tu corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora