Salvados.

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Entré a la habitación que ocupaba Fabio, el ventanal daba una vista clara de la entrada, ¿lo raro? Esos hombres no habían entrado

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Entré a la habitación que ocupaba Fabio, el ventanal daba una vista clara de la entrada, ¿lo raro? Esos hombres no habían entrado. Estaban de pie esperando algo, o a alguien, miraban a su alrededor y hacia las ventanas, pero no se movían.

Cinco camionetas ocupaban el camino de entrada a la propiedad, y conté quince hombres, y no solo era un gran número, sino que estaban completamente armados, y tenían equipamiento táctico, eso era muy sospechoso.

Habían pasado diez minutos de suspenso, todos habían buscado un lugar para esconderse, y defenderse, algo que sería necesario. De pronto, una camioneta blanca, a diferencia de las negras aparcadas en frente, se detuvo al final, dejando a tres hombres más salir, dos de ellos armados como soldados, y uno de saco y córbata. El hombre de tez blanca, alto, algunas canas en su cabello, y barba abundante bien definida, su saco le daba un toque de elegancia, y lo supe, era él. Es el ruso de las fotografías. Caminó hasta detenerse a unos metros de la puerta.

Miró hacia arriba, observó toda la casa, y por unos segundos, estoy segura me vió. Si estaba desconcertada, sus palabras me dejaron en el espacio:

—¡Voy a encontrarte! —gritó y rió—. No importa cuanto te esconda —hizo una señal y entonces los hombres se acercaron a la puerta y se esuchó un golpe seco, luego otro, y otro, y un estruendo.

Tumbaron la puerta.

Al asomarme ví como aquellos grandulones entraban, por último aquel hombre, y no pude evitar acercarme. Mi curiosidad me lo pedía, salí de la habitación, topándome a Bastián en el pasillo, me acerqué lo suficiente al pie de las escaleras, y lo ví mejor.

Era delgado y se veía joven, tal vez de una edad cercana a la de Bogdan, y habló otra vez.

—¿Quién es el niño? —inquirió en voz alta. La respuesta fue silencio, y más silencio—. ¡¿Quién es el niño?!

Una vez más no hubo respuesta, entonces el hombre espetó algo en un idioma desconocido para mí, y salió, dándole paso a los otros de registrar la casa.

Corrí de vuelta a la habitación, me encerré en el closet, y luché por observar lo que pasaba afuera.

Hubo un silencio terrible, mis manos temblaban y no podía evitarlo. Estaba asustada. No temía por mí, sino por mis hermanos.

Salí de la habitación, y volví a ver a Bastián, lo tomé de la mano, y fuimos a la primera habitación, justo cuando el primer hombre subió las escaleras, y empezó el caos.

Le hice señas al ojiazul para que supiera que debíamos ser silenciosos.

El hombre entró a la habitación, y en cuanto se arrodilló para ver bajo la cama, abrí las puertas del closet, salté sobre él, y clavé el cuhillo en su cuello, el sonido que causó al caer al suelo, fue claro. La mancha de sangre que quedó en mi ropa también.

Bastián salió con su cuchillo, y trató de apuñalar a otro de los hombres en su espalda, pero no funcionó. Aquel hombre se le fue encima y comenzó a golpearlo, rápidamente tomé el arma del que yacía sin vida, y disparé haciéndolo caer.

Luego otro de estos hombres apareció, y mentiría si digo que no me asusté. Era dos veces más grande que yo, el arma se resbaló de mis manos, y él se acercó apresuradamente, me tomó del cuello, e impactó su puño en mi rostro. El golpe me aturdió, sentí que estaba perdiendo la consciencia, y Renzo apareció.

Dos balazos a su cabeza y el hombre cayó téndido sobre el suelo.

—¿Estás bien? —Renzo ni siquiera esperó una respuesta, me tomó en brazos y me sacó de ahí con la intención de llevarme al cuarto de seguridad.

Uno de esos sujetos empezó a disparar en nuestro dirección en cuanto nos vió. Otro llegó por la espalda de Renzo y con un golpe en la nuca lo tumbó. Caí al suelo, y en cuanto el hombre me tomó para golpearme, yo lo hice, aunque mi golpe no le hizo nada. Utilizó la misma técnica de colocar sus manos en mi cuello, decidido a acabar con mi vida, y yo a acabar con la suya, tomé la cuchilla de mi botín y la incrusté en su cien. Entre los golpes, y el movimiento, no me percaté de que estaba justo en el borde de la escalera.

En cuanto él cayó, yo choqué con el barándal y caí en el piso del living. Me dolía la espalda, tosí tratando de recuperar el aliento, y escuché con toda claridad los quejidos y gritos cargados de ira de mis hermanos. Quería ayudarlos, quería hacer más, pero no tenía fuerzas.

Apenas pude sentarme y otro de esos tipos apareció, distinguí las manchas de sangre en su uniforme y supe que alguien había sido brutalmente golpeado. Me resigné porque ya no tenía trucos, ni tenía un As bajo la manga.

Este hombre me golpeó otra vez en el rostro, y me tomó en brazos levantándome como a una pluma. Me sacó de la casa, y aún tratando de reprochar por lo bajo, no podía hacer nada. Me dejó dentro de uno de los autos, y otro hombre de los que estaban afuera, llegó a manejar, no sin antes estamparme otro brutal golpe. Sentí como mi nariz se rompió, sentí la sangre saliendo de mis heridas, toqué mi rostro y ví mis manos cubiertas de ese color carmesí.

Sonreí, y sentí algo de alivio, cuando escuché el tiroteo, habían llegado los refuerzos. Sabía que mi padre no nos dejaría solos, fueron salvados, pero la salvación no llegó para mí.

En cuanto los disparos comenzaron, otro hombre corrió al auto, y cuando creí que ya había acabado todo, ese último golpe fue lo peor.

Caí inconsciente.

Nova [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora