Fallo.

8 1 0
                                    

Bastían

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Bastían.

Agitado y desesperado buscaba oxígeno luego de que el bate en manos del hombre frente a mí impactara con mi estómago otra vez, de tantos golpes ya ni siquiera sentía el dolor, pero mi cuerpo reaccionaba ante la ausencia de aire. Por alguna extraña razón no me había desmayado, al parecer mi voluntad me obligaba a mantenerme despierto aunque no tenía fuerzas para hacerlo.

No había un centímetro de mi cuerpo que no hayan lastimado,  eso era seguro, aún sobre la tela de mi camisa podía ver las manchas de mi propia sangre combinadas con el sudor.

No podía hacer nada, mis manos estaban atadas en mi espalda, apretadas contra el metal de la silla al igual que mis pies. Suspiraba y cerraba mis ojos con fuerza cada que sentía un nuevo golpe, y ya no me molestaba por levantar la mirada cada vez que mi cabeza caía a un costado por un puñetazo cargado de ira.

—Quítale la camisa —espetó el anciano sentado en su silla a unos metros de mí, sus piernas cruzadas mientras fumaba en su pipa.

—Desnudo soy muy guapo —espeté con humor.

Su fiel sirviente obedeció ignorando mis palabras y solo tuvo que hacer un corte para rasgar la tela y dejar mi torso desnudo. En ese instante, me percaté del daño y confirmé lo que creía.

Mi abdomen estaba más azul que morado, no había rastro de mi piel blanca, solo líneas rojas que enmarcaban los tonos oscuros que dejaron a su paso los golpes con el bate de beísbol. Me agité ante la idea de que algo estuviese roto por dentro, que mis órganos estuviesen sufriendo.

—¿Alguna vez te haz electrocutado? —inquirió el anciano.

No me molesté en responder, de cualquier modo, tenía dos cosas seguras: iba a torturarme hasta matarme y no le importaba en lo absoluto si había sentido alguna de sus torturas antes, si me dolía o no, no era su prioridad.

—Bueno, hoy veremos qué tanto puedes aguantar —afirmó y entonces su sirviente apareció con un carrito de metal como los que utilizan en quirófanos, pero a diferencia de herramientas médicas, había una batería, cables y dos pinzas—. Te recomiendo que respires hondo.

El hombre se acercó con un trozo de hierro, el cual enterró en mi muslo sin meditarlo; grité, y apenas me percaté de que tomó ambas pinzas, enganchó una a la silla y la otra a la varilla de hierro que sobresalía, y por si fuera poco, me dió una mirada que denotaba el placer que sentía el muy maldito cada que me inflingía dolor.

No dudó por más de un segundo cuando encendió el switch de la maquina a un costado de la batería y todo mi cuerpo se tensó. Grité tan fuerte como nunca jamás en mi vida lo había hecho, mis músculos se movían en contra de mi voluntad como si mi propio cuerpo supiera que esto es malo y quisiera correr, huir del contacto que sentía quemarme. El calor invandió mi cuerpo como una ola azotando la costa, y cuando dejé de respirar, el dolor se detuvo, el sonido de la máquina encendida paró, y yo inhalé y exhalé sin fuerzas.

Nova [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora