Lágrimas.

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El clima iba en contra de la situación, tal vez las nubes no desprendían lágrimas pero nosotros sí

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El clima iba en contra de la situación, tal vez las nubes no desprendían lágrimas pero nosotros sí. El sol brillaba como en ningún otro día y dejaba a espléndor lo que ocurría.

El túmulto de personas alrededor vestidas de negro, un cura de la comunidad más cercana estaba de pie frente a los dos ataúdes orando, leía la biblia y afirmaba cosas a las que no les prestaba atención, estaba sumida en ver cómo descendían esos cajones con los cuerpos de dos jóvenes que eran mis compañeros; no entendía cómo me había encariñado con ellos, porque incluso el hecho de saber que Taya estaba ahí, me dolía.

Sujeté con fuerza la mano de Lucas porque sabía que para él era más díficil. Deimos detrás de mí estaba igual de perdido en la escena, y el resto de mis hermanos serios de pie, sus mentes debían estar comiéndolos vivos por las claras circunstancias en que todo ocurrió.

Mi padre estaba en una orilla con Alek y Matthew a su lado, iban vestidos con gabardinas, camisa y pantalón, muy elegantes, pero estaban más pendiente de cualquier amenaza que de el entierro. Una vez los ataúdes tocaron fondo, las personas de la familia se acercaron para dejar caer puñados de tierra y Yenta apareció con un ramo de rosas blancas, las que separó y nos entregó dos a cada uno para que las dejaramos caer.

Era muy triste pensar que ella había vuelto porque mi padre ya no podía más. Así como Taya hizo su llamado de auxilio, Bogdan también, necesitaba las palabras suaves de su esposa, o al menos su compañía, y era lo más comprensible, estaba solo tratando de enfrentar toda la desgracia.

Lucas fue el primero en acercarse y dejar caer sus rosas, Renzo lo siguió haciendo la mismo, luego Baggio, Bastián, Fabio y yo fui la última. Observé ambos cajones y el dolor caló hasta mis huesos. Estaba tan decepcionada de no haber podido hacer más, por instantes me arrepentía de haber quedado en malos términos con la chica y también por no acercarme más ella; igual le había fallado a José, tal vez si hubiese hablado con él, hubiera tomado otra decisión y se habría quedado con nosotros, tal vez estuviera con vida... tal vez estuvieran con vida.

—Lo siento —susurré y dejé caer las rosas. Las lágrimas brotaron de mis ojos nuevamente y Deimos acarició suavemente mi espalda.

En completo silencio nos alejamos, fuimos al auto y volvimos a la mansión. Éramos solo nosotros y nuestros remordimientos, había un poco de paz, pero la tensión y el aire de desánimo nos invadía, en ese momento me cuestioné cómo íbamos a recuperarnos, ¿cómo superaremos esto? Estábamos más jodidos que nunca, ya sabíamos de sobra que el enemigo no iba a parar, no iba a descansar hasta eliminarnos a todos; ¿y qué podíamos hacer? si Taya, José, incluso yo, éramos prueba de que no importaba en dónde estuvieramos o con quién; no importaba la cantidad de armas, si luchábamos o no, nuestras destrezas y entrenamiento no valían nada. Ellos llegarían a nosotros.

Le pedí a Deimos que acompañara a Lucas, no eran mejores amigos pero sabía que el ojiazul sabría manejar la situación mejor que yo, asique me perdí en el jardín, paseé por todo el lugar, observé las flores que Yenta cuidaba tanto y me imaginé que nosotros éramos eso: simples flores que, en buenos tiempos, embelesan con su belleza, y en los peores, solo se marchitan y parece que quedan sin vida, tal cual. Muchas veces depende del cuidado del sembrador si la planta vive o muere luego de un 'mal tiempo' y en eso somos diferentes. Nosotros no tenemos un sembrador, no hay una persona altiva que nos cuide para evitar que perezcamos, aquí estamos solos, depende de nosotros mismos si morir o vivir, si nos dejamos marchitar o florecemos otra vez.

En una orilla, tras unos arbustos, había una larga fila de rosas blancas. Nunca antes me había percatado de ellas, asique me acerqué para verlas y me dí cuenta de que estaban podadas.

—Las corté en la mañana —la voz de Yenta me sorprendió—. No teníamos tiempo para comprar, asique las llevé al entierro.

Sonrió amablemente mientras posaba sus manos sobre su redonda panza, el embarazo ya era muy evidente, debía estar bastante avanzado.

—Nova, lo siento mucho —tomó mi mano y la miré un poco confundida—. Tu padre me habló sobre tu embarazo.

Agaché la cabeza y negué, no quería escuchar nada sobre eso, en lo absoluto. Por momentos me olvidaba de que llevaba una vida adentro, o me convencía de que no había nada, pero cuando escuchaba una mención sobre el tema caía en la realidad.

—Supongo que las cosas pasan cuando tienen que, ¿no?

—No, mi niña —se acercó y me abrazó, nunca antes había tenido ese tipo de contacto con ella, pero en ese instante me debilité. Me permití abrazarla y me imaginé que así es como se sentiría tener una madre.

Comencé a llorar, me había privado durante tanto tiempo sentir todas mis tristezas que ya no aguantaba más. Sollocé, murmuré todo lo que sentía, tal vez ella no lo entendía pero yo necesitaba soltar todo.

No sé cuanto tiempo pasó, pero en algún punto me calmé, respiré, y finalmente la solté.

—Nova —acarició mi mejilla—. Cualquier decisión que tomes será la correcta mientras lo sientas en tu corazón —trató de acomodar mi cabello a los costados de mi rostro—. Pero créeme, si decides tenerlo, ser madre será la mejor experiencia de tu vida.

Sonreí y luego ella se marchó. Por primera vez había sentido la verdadera paz, dejé caer una maleta llena de pesadas tragedias y respiré.

Me quité la chaqueta y volví adentro, me detuve frente a la oficina de mi padre y lo observé, Alek y Matthew seguían a su lado, pero los tres se veían mal. Me acerqué en silencio.

—Lasciamo passare il tempo —soltó Bogdan—. Prenditi una settimana, hai bisogno di riposare.

—Alessandro —espeté. Alek miró confundido a Bogdan, luego a mí, y Matthew me miraba como si viese a un fantasma—. ¿Possiamo parlare?

Él asintió dudoso y salió del recinto cerrando la puerta tras él. No se movió ni un centímetro, solo me miró en silencio.

—Grazzie, Alessandro.

—¿Por qué? —cuestionó a la defensiva.

Las líneas de expresión que surcaban su rostro eran más prominentes y deduje que era por el cansancio. Sus manos a los costados de su cadera y su cabello, teñido por una u otra cana, estaba revuelto.

—Mi padre me contó sobre tí, ya sé que fuiste tú quien me trajo a salvo cuando era una bebé —el agachó su cabeza—. Sé que hiciste lo que pudiste y te agradezco por ello.

Repentinamente me miró y se acercó para abrazarme. A diferencia de Yenta, no era la primera vez que abrazaba a Alek, al contrario, había pasado muchas veces, pero en cuanto escuché su voz quebrada se convirtió en algo especial.

—No me agradezcas —soltó.

Se alejó de mí con sus ojos cristalizados y enrojecidos, me negué a que creyera que no había hecho lo mejor asique sujeté su mano ante su intento por irse y lastímeramente susurré 'Grazzie' una vez más. Él sonrió, secó la única lágrima que resbaló por su mejilla y se marchó.

En realidad, no nos vamos a recuperar.

Nova [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora